Desde que en los primeros días de enero de 1928 fuese enterrado D. Álvaro Ballano no se ha vuelto a enterrar a un obispo en la Catedral de Zamora. De entre sus sucesores dos murieron y fueron enterrados en nuestra ciudad: D. Eduardo Martínez González, que dimitió a fines de enero de 1970 y moría en mayo de 1979, quiso enterrarse en la iglesia del Monasterio de la Ascensión de monjas benedictinas, hoy parroquia de San Benito. D. Eduardo Poveda, había renunciado en 1991, y aunque murió en 1994 en su Valencia natal quiso ser enterrado a los pies de la Virgen del Tránsito, donde reposa.

La muerte de un obispo fue antaño un acontecimiento, dada la relevancia social que su figura entonces tenía. Su funeral, aderezado por la pompa ceremonial de la liturgia anteconciliar, le confería un carácter único. Además, el duelo por su muerte lo era también de la mayor parte, por no decir de toda, la sociedad. La muerte del obispo Álvaro Ballano, el 31 de diciembre de 1927, nos ilustra sobre el particular. La prensa local dio cumplida cuenta de todo, incluso del más nimio detalle. Algo que ahora incomprensiblemente se nos ha hurtado. Murió el prelado rodeado de sus familiares y de los miembros de la curia. Su cuerpo fue embalsamando, y se veló en el salón del trono. Se le vistió con el pontifical, colocándole el anillo pastoral en su mano, apoyada en el borde del negro catafalco para poder ser besado. Sus solemnes exequias se celebraron tres días después. El día de su entierro el comercio cerró, se suspendieron los espectáculos públicos, y en la procesión fúnebre que trasladó su cuerpo - llevado a hombros por cuatro sacerdotes - desde el palacio episcopal hasta la Catedral, formaron las cofradías con sus insignias, el arzobispo metropolitano, el cabildo catedral, el clero parroquial, y las autoridades (gobernadores civil y militar, alcalde y presidente de la diputación, presidente de la audiencia y fiscal). En la Catedral se colocó el túmulo con los atributos episcopales (mitra y báculo). La misa de exequias, presidida por el arzobispo Gandásegui, se solemnizó con música de Perossi, Goicoechea y canto gregoriano. Su cuerpo fue depositado en una fosa cavada a propósito frente al altar de Santo Cristo (Cruz de Carne) en la capilla mayor. Desde su muerte y hasta su entierro se celebraron misas y se rezaron las horas por el descanso de su alma. Las campanas de parroquias y conventos clamaron a muerto, se recibieron innumerables pésames, y un desfile constante de religiosos, autoridades y fieles pudieron despedir y rezar ante el cuerpo del que había sido su pastor desde hacía catorce años.

De esto hace ya casi un siglo, y ni que decir tiene el mundo ha dado muchas vueltas, de manera que hoy la muerte de un obispo es, qué duda cabe noticia, pero no tiene la trascendencia social de antaño. Lo digo sin nostalgia. La noticia de la muerte de D. Gregorio Martínez Sacristán, que fue nombrado obispo de la diócesis de Zamora el 15 de diciembre de 2006, se conoció el pasado viernes después del mediodía. Su difusión fue instantánea al ser anunciada por las ediciones digitales de los periódicos, haciéndose eco de inmediato las redes sociales. Poco después las campanas tocaron a muerto, y comenzaron los preparativos de las exequias de acuerdo con el Ceremonial de los Obispos. Este prescribe que en su enfermedad el obispo "dará ejemplo a su pueblo" recibiendo los sacramentos de la penitencia y eucaristía, y en su caso la unción de enfermos, y estando próxima la muerte el Santo Viático. En el caso de D. Gregorio hemos sabido de sus achaques, y de su postrera convalecencia, que no presagiaba su muerte, de manera que la sorpresa del acontecimiento no ha permitido al colegio de consultores pedir a los diocesanos rezar por él. El cadáver - continúa el ritual - revestido con vestiduras moradas será expuesto en lugar conveniente para que los fieles puedan orar. Aunque no conocemos los detalles de su fallecimiento, ni dónde y cómo ha sido velado su cuerpo las primeras cuarenta y ocho horas, sabemos que a propósito hoy será llevado a la iglesia del Seminario. El ceremonial, que también fija se celebre en el lugar donde se coloque el cuerpo o en la catedral la liturgia de las horas por los difuntos, por el contrario no establece un plazo para las exequias, que aquí se celebrarán el próximo lunes. Obviamente serán en la Catedral, y deben ser presididas por el presidente de la Conferencia Episcopal o el metropolitano, cargos ambos que a la sazón hoy ostenta el cardenal Ricardo Blázquez. En las exequias, como es costumbre, participarán varios obispos, y obviamente el presbiterio diocesano. Antes de la misa exequial su cuerpo será llevado desde la iglesia de san Ildefonso en procesión a la Catedral. Siendo como ha sido esta su única sede, el cadáver de D. Gregorio será sepultado en ella - en el trascoro -, ya que no manifestó en vida que su voluntad fuese otra. La diócesis queda vacante y al cuidado del Vicario General, hasta que la Santa Sede nombre nuevo obispo, si bien cabe también la posibilidad de nombrar un administrador apostólico, que no podrá ser el obispo de Astorga por estar asimismo la vecina diócesis vacante.

El nombramiento de D. Gregorio Martínez Sacristán como obispo de Zamora a una edad adulta presagiaba esta sería su única sede. Quizás por ello afrontó su labor con entrega, pese a carecer de experiencia gubernativa. Heredó una diócesis, como tantas otras, con muchos y graves problemas: ha visto morir a un centenar largo de sacerdotes, el cierre de algunos conventos, y el mal sabor de boca que han dejado el abandono de las pocas nuevas vocaciones. Ha conocido también el vertiginoso avance de la secularización de la sociedad zamorana, y la inanición de sus diocesanos. En sus homilías ha clamado, con voz potente, que no parecía salida de aquel frágil cuerpo, por el compromiso de sacerdotes y pueblo, muchas veces en vano ante el muro de la "tradición" que representan las cofradías. Aquejado de un grave problema renal, tras ser trasplantado la diócesis conoció una cierta interinidad. Las visitas pastorales y confirmaciones en los pueblos de la diócesis, y el trato cercano con sus habitantes consecuencia de su origen humilde, fueron quizás el único lenitivo para su atribulada labor pastoral. En fin, no lo tuvo fácil, y no siempre estuvo a la altura de su responsabilidad, pues no por ser obispo dejó de ser de barro. Que Dios, a quien se consagró como servidor, sea juez benigno con él. Descanse en paz.