"Nuestra tarea consiste primordialmente en sembrar el Evangelio, con nuestra palabra y nuestras obras, en medio de los diversos ámbitos donde se despliega nuestra vida". El último tuit que escribió el obispo de Zamora, Gregorio Martínez Sacristán, apenas 24 horas antes de su fallecimiento, resume la idea principal de la labor pastoral de quien durante 13 años ha regido los destinos de la diócesis de Zamora, desde que fuera nombrado el 15 de diciembre de 2006 en sustitución de Casimiro López y tomara posesión el 4 de febrero de 2007 consagrado por Antonio María Rouco Varela.

Trasplantado de riñón en 2017, el mandato de Gregorio Martínez ha estado marcado en buena medida por los por sus problemas de salud, que frecuentemente le obligaban a pasar por el hospital. Hernia, ciática o cataratas fueron dolencias que padeció en su etapa en Zamora, que a veces le impidieron acudir a todos los lugares que pretendía, pero no así llevar las rienda de la diócesis con mano firme.

Este madrileño de Villarejo de Salvanés de 72 años ejerció en la capital de España hasta su llegada a Zamora como obispo.

Unidades pastorales. Uno de los problemas a los que tuvo que hacer frente el prelado fue el de la falta de sacerdotes y cómo atender a unos feligreses de un territorio tan disperso como el del mundo rural zamorano. La iglesia se adaptó a las circunstancias modificando la organización en parroquias unipersonales por las unidades de acción pastoral, en las que son varios los sacerdotes que se encargan de atender a unas zonas más amplias. Preocupado porque los curas no excedieran más de lo debido su edad de jubilación (ya de por si larga, a los 80 años), el envejecimiento del clero, la falta de vocaciones y la marcha de algunos curas diocesanos han llegado a tal punto que las unidades de acción pastoral se han implantado también en la capital, incapaz de mantener abiertas todas las iglesias con el sistema de parroquias.

Semana Santa. La relación del obispo con la Semana Santa ha vivido momentos dulces junto a otros más complicados. Lograr que la Semana Santa, especialmente, y en general todas las cofradías (también las de gloria) se abrieran a la mujer costó su tiempo y requirió de persuasión cuando hizo falta, "baculazo" e incluso un ultimatum final para que las más reticentes se avinieran a cumplir la orden del prelado. Martínez Sacristán agradeció sinceramente el apoyo de las hermandades en los días de la diócesis de la celebración del Día Mundial de la Juventud y a su vez impulsó la presencia de los pasos de Zamora en el gran Vía Crucis mundial de Madrid. A pesar de que durante estos años las procesiones extraordinarias han abundado, no era don Gregorio precisamente amigo de que se sacaran los santos cuando no les correspondía. Tuvo un desplante con las cofradías en el Congreso Nacional, aunque apoyó su celebración y permitió el Vía Crucis. Cortó de raíz las procesiones infantiles que se desarrollaban en los colegios católicos de la ciudad en los días previos a la Semana Santa. Y se hicieron famosas las reconvenciones a los presidentes semanasanteros en la misa de bendición de palmas, el Domingo de Ramos. Sermones ciertamente ácidos a veces en los que prohibió, por ejemplo, las meriendas en la plaza del Obispado el Jueves y el Viernes Santos.

Museo Diocesano. Don Gregorio apoyó sin reservas la creación del Museo Diocesano, abierto en Santo Tomé e incluso nunca desechó un proyecto más ambicioso en las Concepcionistas. Durante su episcopado se celebrado una exitosa edición de Las Edades del Hombre, la de Toro y han tenido lugar otros acontecimientos importantes, como la coronación de Nuestra Madre o el inicio de la de la Soledad.