Aunque no creo que sea necesario explicar qué es una chapuza, quizás no esté de más recordarlo: "trabajo hecho mal y sin esmero". La definición del diccionario de la RAE me parece acertada, aunque se me antoja benevolente. Y precisamente una chapuza ha resultado ser la última intervención que ha pretendido remozar la puerta del antiguo palacio de la Diputación Provincial, por más que el responsable material del desaguisado se esmerase en su trabajo. Hubo otras chapuzas recientes, como la restauración hace unos años de algunos paramentos de la fachada, cuyas huellas aún son visibles, aunque nadie se quejó. Aquí no somos muy quejicas. Del error, al menos en este caso, hay que hacer partícipe también a quien hizo el encargo, pues se le presumen conocimientos suficientes para ello. Se podrá decir que son demasiadas cautelas para pintar una puerta, pero lo cierto es que la susodicha, además de una pieza funcional lo es también artística o, si lo prefieren, artesanal. De ahí que parezca sensato pedir se haga teniendo en cuenta su valor patrimonial. Efectivamente, esta puerta es una más de las piezas de arte mueble que atesora el que es, sin duda, el más singular edificio decimonónico de nuestra ciudad. Proyectado en 1867, su construcción consumió más de dos décadas y la dirección de dos arquitectos: Pablo Cuesta y Segundo Viloria. Fue decorada con gusto por Eduardo Barrón (fachada), Rudesindo Marín (vestíbulo y escalera) y Ramón Padró (salón de sesiones). Al trabajo de arquitectos, escultores y pintores de fuste hay que unir el de artesanos innominados que realizaron su no menos exquisito mobiliario. Entre ellos está Isidro Carvajal, carpintero de la casa, artífice de la talla de la monumental y magnífica puerta de acceso al edificio, concluida hacia 1960. Su decoración, acorde con el estilo de la fachada -neo-renacentista-, se distribuye en cuadro tableros por hoja, de desigual tamaño. Los superiores, gemelos, se decoran con dragones alados, y lucen óvalos con el anagrama DP (Diputación Provincial). Los centrales, cuadrados, efigian los escudos de la ciudad y provincia; debajo de ellos hay otros dos iguales y rectangulares con decoración de grutescos; en la cara central del de la izquierda está la fecha y firma de su autor. Los inferiores presentan paños apergaminados unidos por un cordón; decoración premeditadamente esquemática, por ser la parte de la puerta que más sufre. Decoran el bastidor -hace unos años pintado para tapar faltas- clavos de latón con piramidales cabezas de estrellas de ocho puntas, ahora bruñidos y barnizados, como lo están asimismo las láminas que protegen el faldón. El busilis de la reciente "restauración" estriba en que se han barnizado los tableros, sin antes limpiarlos, por lo que el resultado ofende la vista. También porque las sucesivas manos de este refulgente barniz han embadurnado la talla, oscureciendo y desdibujando sus espléndidos bajorrelieves. Y algo habrá que hacer, porque la metedura de pata, afortunadamente, tiene arreglo. Desandar lo andado supondrá decapar lo barnizado, limpiar con mimo los tableros, aplicarles un barniz y sobre el mismo encerar, amén del correspondiente tratamiento anti-carcoma, que presumimos ya se hizo. Creo además que para no repetir el error habrá que encomendar el arreglo a un buen profesional. No será necesario buscarlo muy lejos, en Zamora los hay. Una cosa más, aprovechando la ocasión, este magnífico edificio, hoy vacío y sin uso, estimo necesita un proyecto integral de rehabilitación. Y, por supuesto, vigilar responsablemente cualquier labor de mantenimiento de su rico patrimonio arquitectónico, escultórico y mueble.