La historia de Zamora del último siglo no se entiende sin Cuba. Sería un relato incompleto. Lo saben bien en los pueblos de Aliste, de Sanabria o de la comarca de Tierra de Campos. Muchos fueron los zamoranos que emigraron en las primeras décadas del siglo XX a un país desconocido, lejano, pero que por aquel entonces era sinónimo de salvación, de progreso y de trabajo. Justo lo que no tenían muchos zamoranos que, huyendo del hambre o incluso de las filas militares, emprendieron una larga e incierta travesía en barco hasta el país caribeño.

La inmensa mayoría no regresó jamás a su tierra natal. Allí vivieron el resto de sus días. Crearon una familia. Pero sus corazones nunca cruzaron del todo el Atlántico; aún permanecen en Zamora, gracias al recuerdo de sus hijos, nietos y biznietos, que ahora rememoran en el documental ‘Zamoranos al son de Cuba’ aquellas vidas de esfuerzo, de dolor por la separación familiar y de inmensa nostalgia por una provincia que en aquellos años no les pudo ofrer las mejores oportunidades.

El documental, dirigido por Eduardo Margareto, con guion de Rafael Monje, es un recorrido por las experiencias y las emociones de los descendientes, muchos de ellos unidos por la Casa de Zamora en La Habana, una sociedad de prestigio que acoge a cerca de un millar de socios. En palabras de María Antonia Rabanillo, presidenta de la Casa de Zamora en La Habana, supone “todo un homenaje a la colonia zamorana”.

Pero la película va más allá de las propias emociones y, así, narra cómo un pequeño pueblo del interior de la isla acogió en las primeras décadas del pasado siglo a un total de 36 familias zamoranas para trabajar en la Central (fábrica de procesado de caña de azúcar). Hasta el poblado ‘6 de agosto’, como así se denomina la pequeña localidad, empezaron a llegar los primeros zamoranos por el año 1908, la mayoría procedente de la comarca de Aliste. (El nombre del ‘6 de agosto’ responde al día y mes que, en el año 1961, conmemora la nacionalización de las empresas extranjeras por decisión de Fidel Castro).

Hoy podemos conocer las historias desgarradoras de estas familias gracias a Francisco Blanco Moreno, que vive en la ciudad de Colón, distante a unos 30 kilómetros del poblado del ‘6 de agosto’. Paco, como allí le conocen, es también descendiente de zamoranos, de Mombuey concretamente. A su excelente trabajo de indagación se debe que hoy podamos conocer los motivos que llevaron a decenas de zamoranos a trasladarse hasta este pequeño pueblo, levantado al albur de la Central Mercedes Carrillo. De aquellos años de trabajo y acogida hoy solo quedan los recuerdos de sus descendientes y dos viejas chimeneas que miran al cielo como queriendo recordar la intensa actividad que hace años presidía la zona. También reclama la atención del visitante una antigua máquina de tren de vapor, mudo testigo del frenesí industrial en torno a la caña de azúcar y a la que ahora los juegos de los niños parecen concederle una segunda vida.

VIVENCIAS EN UNA CASA CENTENARIA

El documental arranca con las vivencias de la Casa de Zamora en La Habana y su centenario. La Casa de Zamora es una sociedad con prestigio, reconocida en toda Cuba. Con algo más de cien años de existencia que, hoy en día, acoge a casi 900 socios. Todo un motivo de orgullo para el conjunto de los zamoranos.

María Antonia Rabanillo preside la Sociedad Colonia Zamorana de Cuba. Cogió hace pocos años el testigo de su hermano Sergio Rabananillo. Ambos son hijos de un emigrante del pueblo de Triufé, gran impulsor de la Casa de Zamora en La Habana, donde muchos descendientes de zamoranos, la mayoría sin haber pisado jamás la tierra de sus antepasados, sienten sus raíces de una manera tan profunda que es fácil emocionarse escuchándoles.

María Antonia Rabanillo, presidenta de la Casa de Zamora en La Habana (Cuba), se dirige a los miembros de la sociedad.

“Mi papá, donde quiera que esté, debe sentirse realmente muy feliz. Es muy difícil hablar de mi papá; estaría muy orgulloso. Para él hubiera sido una gran felicidad poder estar en el centenario, hubiera tenido 118 años, era un poco difícil, verdad, que estuviera físicamente, pero estoy segura de que estaba espiritualmente”, relata con la voz entrecortada María Antonia Rabanillo.

Dalía Alín es una joven descendiente de emigrantes zamoranos con una tremenda implicación en la Casa de Zamora. “El día a día es la confraternización entre todos los socios, ayudarnos, mantenernos unidos y hacernos sentir que ese pedacito de España está aquí, en esta Casa. Es sentirnos una gran familia y juntos estamos felices aquí, creyéndonos que estamos en Zamora”, comenta Dalía Alín.

Wendy Milene Llamas Ramos es la ‘Señorita de Castilla y León y la señorita de Zamora’. Con 24 años cuenta los lazos familiares que la unen a Zamora. “Mi bisabuelo, Manuel Llamas, era militar pero tuvo problemas y se vino a Cuba como emigrante. Aquí se enamoró de mi bisabuela, una cubana, y creó su familia. Pero él se quedó con la idea de regresar y ver de nuevo a sus hijos. Tanto era el afán que tenía de volver que le puso el mismo nombre a los hijos que tuvo aquí que a los que dejó en España: Antonio y Manuel”. Hace menos de un año, pudieron conocerse ambos hermanos de padre en Bretocino de Valverde. Un emocionante encuentro que también reproduce el documental ‘Zamoranos al son de Cuba’.

ZAMORA TIENE SU LOCALIDAD EN CUBA

Muchas de las historias de los zamoranos que emigraron a Cuba son relatos conmovedores, de lucha sin cuartel para tratar de darle la vuelta a la vida y mejorar la situación de sus familiares, de quienes también se quedaron en Zamora con el desconsuelo de ver a sus seres queridos marchar hacia una tierra desconocida, tan extraña para toda esa gente que vivía al margen de cualquier relación histórica y cultural que, sin duda, siempre ha unido a España y a Cuba… a Cuba y a España.

Y si hay un lugar que aglutina como pocos esas historias, ese sitio es, sin duda, el poblado que lleva el nombre del ‘6 de agosto’, antiguo pueblo de ‘Mercedes Carrillo’.

Hasta allí llegaron a trasladarse 36 zamoranos en las primeras décadas del siglo XX. Fueron buscando una vida mejor, un trabajo con el que dar la espalda a la penuria, al hambre… En definitiva, fueron buscando una salida que aportara luz a sus proyectos personales, tratando de cumplir sus sueños, entre los que nunca faltó el deseo irrenunciable de regresar a España, a su Zamora del alma. El relato de sus hijos y nietos es un recuerdo vivo, de sentimiento y orgullo por una provincia que, a pesar de no conocerla físicamente en muchos casos, la llevan en sus adentros y la sienten como propia, incluso con tanta pasión que es difícil igualarla por quienes vivimos en este lado del Atlántico. Sus rostros reflejan ese sacrificio humano que es la emigración, un dolor silencioso para el que no hay mejor alivio con el afecto y el apoyo a quienes un día las circunstancias les arrancaron de sus pueblos.

Gracias a Francisco Blanco, nieto de emigrantes procedentes de Mombuey, esta historia dura y desgarradora ha salido a la luz y ahora se refleja con varios testimonios en la película documental.

El poblado del ‘6 de agosto’ se encuentra a unos 30 kilómetros de la ciudad de Colón, en el centro de la isla. Lo normal, un calor asfixiante por las mañanas y estremecedores aguaceros por las tardes. La existencia de una fábrica, o mejor dicho, una central, como así se llama en Cuba, para la transformación de la caña de azúcar, fue el motor que atrajo hasta ese lugar recóndito a tantos zamoranos.

SUS DESCENDIENTES CUENTAN POR PRIMERA VEZ ANTE LAS CÁMARAS SUS RECUERDOS

Amelia Rosa Álvarez Ramos anda despacio, apoyada en un bastón, pero al rememorar cómo su abuela, Antonia Rapado Gago, de Matellanes, llegó a ese poblado un 6 de junio de 1924, sus ojos se tornan de un brillo especial y su habla palpita sin remedio. “Llegó aquí con su niña, o sea, mi mamá. Embarcaron por el puerto de Cádiz. Cuando mi abuelo se estabilizó aquí, trabajaba en el Central, de retranquero, después pasó a los molinos, y ahí estuvo hasta que se jubiló”. Amelia Rosa Álvarez relata que su abuela “puso una fondita para los españoles que vivían aquí, criando puercos y gallinas en el patio de la casa. Ella era muy activa. También fue comadrona y todos nacían con ella; ninguno se le murió”.

Amelia Rosa Álvarez no ha podido viajar a Zamora. “Soy ciudadana española desde 2003, pero por problemas de salud y la distancia me impiden ir. Mi mamá tampoco pudo regresar. Se casó con un cubano y tuvo 7 hijos. ¡Con 7 hijos dónde iba a ir!”.

Juana Blanco es otra descendiente de zamoranos que vive en la zona. “Mi madre vino en el año 20 con 4 años de edad. Una madre que tuvo siete hijos y murió de 97 años. Lavaba y cosía para fuera… nosotros la ayudábamos. Mi papá enfermó y le cuidamos hasta la última hora que murió”, cuenta.

Juana Blanco Hernández, primera por la izquierda, junto a su nieto y dos hermanas, en una calle de la localidad ‘6 de agosto’.

Blanca Rapado es hija de un zamorano de Matellanes. Trabajó como conductor de la locomotora que transportaba la caña de azúcar hasta la central. “Mi papá se murió con 99 años. El soñó siempre con ir a Zamora, y antes de morirse, con más de 90 años, le pude llevar”.

Francisco Blanco asegura que esta es la historia del zamorano cuando vino a Cuba: una historia “triste, fuerte, y a trabajar duro”. “En el poblado del ‘6 de agosto’ hay raíces y parentelas entre ellos, pero era una situación de subsistencia; había quien podía mandar una ayudita, pero no era lo habitual, porque fueron jornaleros”, concluye.

Francisco Blanco y Blanca Rapado, junto a la antigua máquina de vapor que preside la entrada al pueblo ‘6 de agosto’, en el centro de Cuba.

Una historia de sacrificio y añoranza, de sentimiento y pasión por la tierra de los padres, de los abuelos…. una historia viva que perdura en el corazón de cada uno de los descendientes de tantos zamoranos que salieron en busca de un porvenir, pero sin olvidar nunca sus raíces.

Esta es la historia de muchos zamoranos que hoy en día se sienten tan cerca de todos nosotros a pesar del inmenso océano. Es la historia de ‘Zamoranos al son de Cuba’, un documental de Producciones El Sueño del Monje, que ve la luz gracias al apoyo de la Diputación de Zamora, la Junta de Castilla y León y la Fundación Caja Rural de Zamora, con la colaboración de la Uned.