Dicen de ella que es un enfermedad solitaria y silenciosa. Solitaria porque la mayoría de las personas que la sufren lo hacen casi sin familiares ni amigos a su lado. Silenciosa, porque casi ningún enfermo se atreve a contar su enfermedad fuera del ámbito familiar, principalmente por vergüenza. Tanto es así, que ni siquiera en todas las provincias de Castilla y León hay una asociación donde puedan dirigirse en busca de información.

"Personalmente, la enfermedad la viví muy sola, sin el apoyo de mis amigos ni de mi familia", cuenta la presidenta de la organización, Pasión Guzmán. "Así que cuando me hija se recuperó un poco, decidí que quería ayudar y crear un lugar de reunión y orientación". Fue así como surgió hace 16 años la Asociación Zamorana contra Anorexia y Bulimia (AZAYB), gracias a tres madres cuyas hijas padecían esta enfermedad y que lograron salir adelante.

Y es que a pesar de ser una enfermedad conocida por la mayoría, cuenta la psicóloga de la organización, Victoria López, que "no se entiende bien". "La gente no comprende que alguien no quiera comer". Y pone un ejemplo: "que la gente se imagine que te ponen un plato con bichos delante. Es algo parecido a los que sienten estos enfermos". Por eso, asegura, "hay que crear conciencia de que los trastornos de alimentación son un problema que puede ser mortal. De hecho, cuenta "hemos perdido a más de una paciente a lo largo de estos años". Y aunque la causa aún no se conoce, "está claro que hay factores genéticos, psicológicos y ambientales". También influyen, y mucho, los modelos sociales que se venden a través de los medios de comunicación, y que crean modelos irreales.

Pero ¿cómo se pasa de comenzar una dieta a sufrir anorexia? La psicóloga lo tiene claro: "Se produce una adicción y en el caso de personas predispuestas, como estos enfermos, cierta satisfacción al hacerlo". "Que no coman lo que antes era su plato favorito, los cambios de humor, no querer estar en sitios donde tienen que comer con más gente o que realicen ejercicio físico sin control", son algunos de los síntomas más habituales de las personas que a lo largo de estos años han pasado por la organización. Un número pequeño porque, dicen, Zamora es una ciudad donde la gente se avergüenza de vivir esta enfermedad. "Otras patologías no se juzgan, pero la nuestra sí", relata Pasión Guzmán. "Se llega a decir que los enfermos están así porque sus padres se lo han consentido".

Cada vez, además, se ven casos de pacientes más jóvenes, como una niña de diez años que pasó por la organización, aunque también se enfrentan a pacientes cuyos padres han tenido que ir al juzgado para obligarles a ingresar en un centro. Sin embargo, una vez reconocida la enfermedad, llega el proceso más complicado, el tratamiento, largo y costoso ya que no existen casi centros específicos donde tratarles, y los que hay, son privados. Aún así, nunca falta la esperanza, esperanza por superar esta enfermedad.