Quizá sea la excelente factura del caballero orante del extinto convento de San Pablo la que haya llamado la atención de los medios nacionales en los últimos días. O quizá sea la intrigante historia de su venta a Estados Unidos -desvelada por este diario en febrero del pasado año- la que ha seducido a periodistas y público, desde la desaparición del bulto tallado de una forma extraordinaria en alabastro hasta su identificación en el Museum of Fine Arts de Boston, pasando por las manos del magnate William Randolph Hearst o del prestigioso anticuario inglés Lionel Harris.

El caso es que la venta de obras de arte, de forma legal (pese a todo), a Estados Unidos fue un fenómeno que se intensificó en el amanecer del siglo XX en nuestro país y Zamora, una provincia cuya falta de desarrollo favoreció la conservación de bienes de arte, no fue ajena. El caso del caballero orante de San Pablo, pieza localizada por los historiadores Sergio Pérez Martín y Luis Vasallo Toranzo, no fue el único. Zamora exportó todo un museo imaginario a diferentes centros del país, pero llama la atención la ruta abierta por el sepulcro de Alonso de Mera hacia Estados Unidos se repitió, al menos, en otros dos casos.

Conocida es la historia del León de San Leonardo. El anticuario vallisoletano establecido en Zamora insistió al Obispado en la compra de los relieves de la iglesia de San Leonardo, templo prácticamente en ruinas. Al no aceptar el Episcopado local, Martínez se hizo con la propiedad entera en 1913 y en 1917 el León había viajado ya a The Cloisters, la sección de arte medieval del Museo Metropolitano de Nueva York. Se desconoce qué pasó con el frente del altar fabricado en piedra de San Leonardo, una pequeña Virgen que en su momento ocupaba la hornacina sobre el acceso al templo de La Horta... y la Leona, una escultura parecida a la que hoy se disfruta en Nueva York, cuyo paradero se desconoce. En el ecuador del siglo pasado, el dibujante José María Avrial y Flores retrató con una visión idealizada, romántica, la iglesia de San Leonardo... y allí estaba la Leona.

No muy lejos de Nueva York, en el Museo de Arte de Rhode Island (Provindence), descansa un original relieve de grandes dimensiones, practicado en piedra caliza, una originalidad. Su llegada a Estados Unidos se produjo tras un indignante trato -uno más de tantos- entre el párroco de Santa Marta de Tera, iglesia propietaria, y un anticuario de Fuentes de Ropel, con tienda en Valladolid. El caso es que la piedra caliza con la "maiestas" inmortalizada en su superficie cruzó también el Atlántico, tras la operación llevada a cabo en 1926.

Y otro de los casos más sonados, a la luz de todo el mundo, fue el que se tejió entre las ruinas del extinto castillo de Benavente, el más grande de todo el país. La Torre del Caracol, único vestigio visible de la fortaleza de los Pimentel, alberga hoy el Parador benaventano, pero hasta las primeras décadas del pasado siglo era parte de un conjunto espectacular. El falso hispanista americano Arthur Byne aprovechó su imagen de benefactor del arte español para llevarse de Benavente el vestíbulo y varias bóvedas de la fortaleza. De nuevo, el destinatario era Randolph Hearst, más conocido en todo el planeta como el Ciudadano Kane de Orson Welles. Algunas de las piezas son obras maestras en los museos americanos. Otras, como el caso de Benavente, se desperdigaron y hoy forman parte de colecciones privadas. A diferencia del caballero orante, su destino actual es un enigma.