Hubo un tiempo en que un barrio de Zamora producía una de las cerámicas más representativas de la provincia. Un tiempo en que en cada casa zamorana había alguna pieza de la cerámica de Olivares. Sin embargo, con la llegada de la industrialización, este arte acabó poco a poco desapareciendo hasta que a principios del siglo XX se dejó de fabricar.

Corría el siglo XVIII y tres familias procedentes de Jiménez de Jamuz, una localidad cercana a La Bañeza, decidieron abandonar su localidad y asentarse en la parte baja de la ciudad. "Allí había una sobrepoblación de alfareros, así que como no había trabajo para todos, tuvieron que emigrar", cuenta Eduardo Velasco, presidente de la asociación Benito Pellitero. El primero en llegar fue José Valderías, que apareció en 1742. Luego vino Antonio Cabañas ya en el año 1748.

Dos o tres familias que se instalaron en el barrio y comenzaron a trabajar una alfarería muy característica, bañada en estaño y que solía estar pintada en azul, a veces en verde. Un trabajo que se fue transmitiendo de generación en generación, "muy endogámico", pero que propició a la vez que se mantuviese durante un largo periodo de tiempo.

Una de las familias con mayor raigambre fue la del clan de los Cabaña, cuyo patriarca, Antonio, se estableció en la ciudad a mediados del siglo XVII. Fue tal su importancia a lo largo de los años, que uno de sus descendientes, Luis, llegó a ser concejal del ayuntamiento. De hecho, una de las calles del barrio está dedicada a su memoria.

La cerámica de Olivares comenzó siendo una cerámica de uso cotidiano que respondía a las necesidades de la población de Zamora. Cuencos, fuentes y jarras que se fueron transformando con el paso de los años hacia una vertiente más decorativa. Un cambio, explica Velasco, que vino de la mano de Santos Álvarez, también procedente de la misma zona de León, y que al llegar a la ciudad decidió levantar una fábrica para empezar a producir una cerámica similar a la que se estaba haciendo en Talavera. "Llega a finales del siglo XVIII procedente también de una localidad cercana a Jiménez de Jamuz. Levanta una fábrica y acaba revolucionando el trabajo que venían haciendo sus paisanos", recuerda Velasco.

Aunque si algo tenía de característico esta cerámica, al menos durante sus inicios, es que eran piezas que compraba el pueblo llano, que usaban en su día a día, aunque también en algún convento, como el de Moreruela, se han encontrado determinados platos. Fueron años de bonanza para la cerámica de la zona. "Llegaron a vivir, entre 1750 y 1915, unas cincuenta familias, a las que se unieron otras, también en el barrio, que se se dedicaban a la fabricación de ladrillos y tejas". Pero Olivares no fue el único centro de producción de cerámica de la ciudad. Cuenta Velasco que durante el siglo XVIII existió una pequeña fábrica en San Frontis, cerca de San Esteban, pero que no tuvo continuidad en el tiempo.

Las modas fueron cambiando, dejando de lado estas piezas más tradicionales, aunque bien es cierto, explica Velasco, que hasta el primer tercio del siglo XX se regalaban fuentes con los nombres de las personas que acaban de pasar por el altar. Sin embargo, a pesar de ser muy popular entre la población zamorana, la cerámica de Olivares fue poco a poco desapareciendo. "Era un trabajo artesanal y el trabajo artesanal, a principios del siglo XX, tiende a la extinción. Llega la Revolución Industrial y no son capaces de competir contra las fábricas que se están creando. La demanda disminuye y económicamente al final no resulta rentable".

Actualmente ya no queda nadie que se dedique a esta labor tradicional. ¿Se podrá recuperar algún día esta tradición en Zamora? Velasco lo tiene claro: "No creo que sea factible que alguien la recupere. Incluso la gente más mayor cuenta que, aunque ellos habían conocido la cerámica, no conocieron a ceramistas".