Imposible morir, Claudio, a pesar de los veinte años transcurridos, ¿quién lo diría?, desde aquel 22 de julio. Imposible morir; tú bien lo sabías cuando escribiste "Sin epitafio", en "Casi una leyenda", tu último libro, porque lo que allí se canta, sobrevuela la muerte, está más allá de las palabras. De las simples y engañosas palabras que como copos ciegos celan la verdad, tu verdad:

Levanta el vuelo entre los copos ciegos / de cada letra. Deja / a esta inocencia que se está grabando / en el centro del alma.

Fue de madrugada, cuando un breve, pequeño ruido, alertó en el duermevela a Clara, tu mujer. Y supo al instante que todo había terminado.

Y desde entonces volvemos una y otra vez a tus poemas, no ahora porque sea tu aniversario, sino siempre, en cualquier circunstancia vital necesaria, a la búsqueda, a veces de consuelo, otras de certidumbres para mitigar la pena, y las más, al encuentro de la más honda verdad que, como tú nos dices, es la alegría, el puro hecho de existir . Y siempre llego al mismo puerto: imposible morir, porque aquí, en cada uno de tus versos canta y late, con latido siempre renovado, tu vida. Nada cambia, pues, tu muerte. Antonio Machado lo expresó de manera memorable, "lleva quien deja y vive el que ha vivido". Y así es: los grandes poetas tenéis ese inmenso y extraño privilegio de perdurar y vivir para siempre en vuestros poemas. Pero, y vuelvo a tus versos de nuevo, "no son tiempos de mirar con nostalgia, la estela infinita del paso de los hombres" y por eso, hoy, 22 de julio, recordamos y celebramos al poeta y también al amigo de la mejor manera posible que es leyendo una vez más tus poemas.

Claudio transitó por el camino de la verdadera poesía, ésa que no se atiene a las modas sino a su honda verdad irrenunciable. Creó un lenguaje nuevo, sin ecos, de palabras siempre como recién creadas; supo cargar sus versos de imágenes y situaciones vitales en las que nos reconocemos; imágenes, por otro lado, siempre sustentadas en una mirada cordial y humanísima sobre las cosas.

Poeta visionario y vitalista, incluso en la experiencia de lo negativo, porque lo fundamental para Claudio era la capacidad de asombro ante el hecho de existir. ¡Y cuántas veces fue dolorosa su existencia! Pero, el Claudio que yo conocí, allá por los años 80 , y se lo oí también una vez a Vicente Gallego, era "la alegría misma de habitar el mundo". Era como un niño grande y algo torpón de movimientos, que iba y venía, y que, a veces, en esas noches a las que él daba su particular bienvenida, desafinaba por las calles un dichoso aquel que tiene la barca a flote, la barca a flote...Otras veces se quedaba ensimismado, abstraído ante la contemplación de algo que sólo él veía y entonces sacaba del bolsillo, pudoroso, una libreta y apuntaba, dándose media vuelta, algunas palabras. O de repente, salía de su mutismo y te recitaba unos versos de Rimbaud: "et j´ai vu quelquefois ce que l´homme a cru voir". Otro rasgo, creo que fundamental, de la personalidad de Claudio era la facilidad o naturalidad para establecer un inmediato y vital contacto con todo lo que le rodeaba. Una capacidad que yo creo que sólo se da en la infancia y luego perdemos irremediablemente.

Y junto a la excepcional altura humana (su amigo Rafael Morales, dijo a raíz de su muerte, y no se puede hacer un retrato más certero, que Claudio hacía la vida limpia, que la llenaba de verdad, de calor humano e incluso de inocencia); pero, decía que, junto a su excepcional altura humana, está la singularidad del poeta que ha escrito una de las obras más originales, auténticas y hondas no sólo de la poesía española, sino de la europea del siglo XX. Mucho se ha hablado de su especial percepción de la claridad, de su hondo sentido de la naturaleza, de la complejidad de su mundo simbólico...El hispanista y amigo personal, Philip W. Silver, dijo a raíz de la publicación de "Rumoroso cauce", una colección de ensayos de diversos autores sobre la poesía de Claudio Rodríguez, que nunca publicó, quizá ni siquiera escribió un solo poema que no fuese la perfección misma. Y creo, de verdad, que no hay hipérbole alguna en esta afirmación.

Imposible morir, Claudio. Y ahora, hoy, 22 de julio, veinte años después , volvemos sobre tus versos, con agradecimiento infinito.