Mucho han cambiado las cosas desde aquellas tardes de domingo en las que el mejor plan era acercarse al videoclub para alquilar una película, quizá el último estreno, y disfrutar del cine en casa comiendo palomitas. Ahora, en la era de las descargas ilegales a través de internet y las plataformas digitales, como Netflix o HBO, el videoclub se ha convertido en un negocio que a duras penas sobrevive. Aún quedan sin embargo algunos valientes, amantes del cine, que se esfuerzan por mantener vivo el séptimo arte en casa.

En Zamora, tan solo un videoclub permanece abierto. Han pasado 18 años desde su inauguración, y a pesar de los bandazos de la crisis, la piratería y las multinacionales, Bernardo González, dueño de Big Orange Zamora, resiste con su tienda de alquiler de películas y videojuegos. "El futuro del negocio lo veo mal. Lo mantengo abierto porque soy un romántico del cine, un enamorado del séptimo arte, pero me está costando dinero", comenta.

Hubo una época, sin embargo, en la que tener un videoclub cerca de casa era lo más habitual. Fueron los años 90 y principios del dos mil. Entonces Zamora contaba con cerca de diez establecimientos. "Llegué a tener 23 personas trabajando entre los cuatro videoclubes que tenía abiertos, no solo en Zamora, también en otras provincias", comenta González. Ahora, sin embargo, solo puede tener dos personas contratadas a los que a duras penas puede mantener en plantilla.

Y es que tras unos años de bonanza económica, también en lo que videoclubes se refiere, llegó la crisis del sector y el cierre de muchos negocios y la pérdida de empleos. 58.000 puestos de trabajo directos en los últimos diez años, según González.

El panorama no se presenta mucho más halagüeño en el resto de provincias de Castilla y León. En Valladolid tan solo continúan abiertos dos o tres establecimientos, en León, ninguno, en Soria y Segovia, cerrados también... "De 27.000 videoclubes que llegó a haber, quedan menos de quinientos".

Bernardo se queja sobre todo de la piratería, lo que más daño ha hecho a su negocio. Un tema que "nadie se ha tomado en serio. Llegó el año 2008 y comenzó nuestro declive con el lema del "todo gratis". Me llegaron a llamar incluso compañías de telefónicas ofreciéndome ADSL por el que podría descargar películas gratis. Todo este negocio ha tenido un fin: beneficiar a las multinacionales". Y junto a las descargas ilegales a través de internet, la falta de educación cultural de la población. "Ahora no se quiere pagar un alquiler por un producto. Todo tiene que ser a coste cero".

Un daño económico del que la Asociación Española de Videoclubes, avisó hace años. Según un informe elaborado por la extinta organización, el estado estaba dejando de recaudar dos mil millones de euros anuales por la piratería.

Y todo a pesar de que existe una nueva ley, cuenta González, por la que pueden cerrar las páginas webs, en el segundo aviso, sin que intervenga un juez, pero que "no es efectiva. Lo han hecho para sacar votos y nada más". Y eso en una ciudad en la que comenta González, gusta el cine, y mucho. El problema es que "no queremos pagar por una película. Tampoco hay interés real por el cine. Ahora se empieza a ver un filme, y los diez o quince minutos, como no estás concentrado porque lo estás viendo en un ordenador, pierdes el hilo. A esto se une el hecho de que sea gratis, así que se deshecha sin más. Se está perdiendo el interés por el buen cine".

"Logramos sobrevivir", insiste, "gracias a la diversificación del negocio". Han tenido que hacer hueco entre las películas a la telefonía móvil y las gominolas. Alquilan hasta una sala para jugar a videojuegos. Atrás quedan esos años en los que Bernardo llegó incluso a rodar con Mario Camus. Ahora esas cámaras descansan en un rincón de un almacén y se emplean para videos de bodas o anuncios publicitarios.

Hay un nicho de mercado, sin embargo, en el que aún se mantiene el interés por el alquiler. Se trata de un cliente, explica, que busca una película más cultural, filmes de autor, aquellos que hablan de la situación de la vida y de los problemas reales. La gente joven, sin embargo, es la que menos cruza las puertas del videoclub. "A nuestro negocio le está pasando lo mismo que al comercio de la ciudad. Entran a probarse y luego compran a través de internet. No tengo problema en decir a la gente lo que están haciendo. Se están cargando los negocios locales".