El río Salado sufrió un expeditivo drenaje hacia la mitad del siglo XX con el que mejoró y mucho su escorrentía. Hasta entonces, su curso, de caudales un tanto salobres según ya insinúa su nombre, discurría indolente, lento e indefinido, originando lagunajos y remansos poblados de cañaverales que, a veces, ocupaban todos los fondos del valle. Entre la vegetación palustre que allí crecía dominaron siempre los carrizos. Nada extraña, por ello, que el pueblo de Cerecinos y su vecino Torres, a modo de carácter propio y diferenciador frente a otras localidades homónimas, tomaran "Carrizal" como apellido. Hoy en día, a pesar del avenamiento realizado, tales plantas han vuelto a colonizar el nuevo lecho fluvial, estorbando en gran medida la visión de las corrientes que por allí se deslizan.

Acudimos nosotros hasta el citado Cerecinos para conocer con detalle tanto su propio casco urbano como el amplio y despejado término que le rodea. Al llegar desde Zamora, el acceso por carretera nos proporciona una visión general del conjunto edificado. Sus casas, muy apiñadas, ocupan las laderas de un cerro situado en los rebordes orientales de la vaguada por la que discurre el mencionado río. Por encima, en la cumbre, asoman con potencia los macizos volúmenes de la iglesia y su campanario. A su vez, haciendo de base, a orillas del cauce fluvial, se extienden diversas huertas, regadas con pozos, alguno de los cuales aún conserva la vieja y tradicional noria, bien es verdad que inútil ahora. Junto a las propias riberas y en ciertas lindes prosperan rebrotes de negrillos y otros tenaces renuevos. Esa diminuta mancha forestal adquiere en este enclave notable importancia, dada la ausencia casi total de sotos arbóreos en el resto del término. Las estampas así generadas resultan muy atractivas.

Tras penetrar en las diversas calles, apreciamos que mantienen en gran medida la arquitectura tradicional de la comarca, con inmuebles de tapial y de ladrillo. Aunque proliferan las viviendas modestas, llaman la atención algunas más pretenciosas, un tanto decrépitas ahora, creadas por familias con mayor hacienda. Abandonados en un solar de la calle del Puente topamos con una gran pila y un rodillo, ambos de piedra, los cuales llaman la atención tanto por su tamaño como por ese material roqueño, ya que por aquí no existe ninguna cantera de la que pudieran haberlo extraído. Destacable es el muro inmediato al frontón de juego de pelota, pues aparece decorado con diversos recuadros pictóricos, que lo llenan de animación y colorido.

Amplia y bien diseñada es la sede del ayuntamiento, estratégicamente situada en una esquina, a la salida hacia Aspariegos. Consta de un cuerpo central de tres plantas al que se le agregan dos alas laterales más sencillas. El conjunto se completa con un generoso soportal tendido todo a lo largo de la fachada. Más en el centro del pueblo, las antiguas escuelas fueron construidas con la ayuda de Carlos Pinilla, influyente político durante la dictadura franquista, nacido en esta localidad en el año 1911. Como recuerdo y agradecimiento, colocaron su busto de bronce en los espacios arbolados contiguos, ideados como patio y jardín.

Tras acudir al fin junto a la iglesia, delante de su puerta se alza una recia cruz, un tanto rudimentaria, creada con ladrillo enfoscado. Centrándonos en el propio recinto religioso, posee una espadaña dotada de tres ventanales. Las formas actuales de este campanario proceden de una reconstrucción realizada alrededor del 1960. Un rayo impactó sobre la veleta y produjo cuantiosos daños que al final causaron el derrumbe del cuerpo superior que hubo de repararse. Del resto de los muros destacan las ventanas abiertas en la fachada meridional. Fueron cinceladas, excepcionalmente, en buena cantería y descuellan por contar en sus dinteles con unos curiosos rehundidos rectangulares. La entrada se abre en el lateral del norte. Queda amparada por un pórtico cerrado con unas cancelas de hierro elaboradas por un herrero local llamado Jacinto Fernández, quien las realizó alrededor del año 1900.

Contemporáneos con este artesano existieron en el pueblo otros maestros de forja que hubieron de competir con él en destreza. El mejor y más completo compendio de sus notables labores aún se puede contemplar. Se sitúa en el cementerio, a las afueras del casco urbano, a la salida hacia Zamora. Ya la propia puerta de este camposanto, fechada en el 1878, es un interesante ejemplar. Pero es dentro del propio recinto donde perduran diversas sepulturas, más que centenarias, guarecidas con enrejados admirables, bastante complejos. Barrotes, espiras, cruces, puntas de lanza? originan estéticas composiciones. Su grácil aspecto contrasta con la pretenciosa y maciza realidad de los panteones actuales.

Al abstraernos con el propio templo, al penetrar en su interior, vemos que su aspecto es austero y funcional. Posee planta de una nave con crucero y cabecera rectangular. Tanto sus paredes como las bóvedas aparecen lisas y enfoscadas, forzando a concentrar la atención sobre los retablos. De todos ellos descuella el mayor, reluciente por sus dorados. Exhibe una densa ornamentación rococó, propia del siglo XVIII, fina y bien realizada, nunca apabullante. Además cuenta con cuatro columnas cuyos fustes combinan los estriados con guirnaldas y girones. Desde la hornacina central preside la imagen del Salvador, titular de la parroquia, a la que acompañan las de los fundadores de las Órdenes Mendicantes: Santo Domingo y San Francisco, colocadas en nichos laterales. Arriba queda el relieve de la Santísima Trinidad. Asimismo, el frontal de la mesa del altar también resulta singular y estético, relleno todo él de una estilizada maraña en la que se incluyen diversos símbolos religiosos. Colocada en uno de los retablos laterales, protegida por unas portezuelas acristaladas, atrae la talla del Santo Cristo del Amparo. Es una magnífica escultura, de notable tamaño, a la que rodean diversos símbolos de la pasión. Acudiendo ahora al otro costado, en él se expone la Virgen de las Nieves, talla vestidera, a la que rinden intensa veneración. Finalmente, situada en una de las paredes de la nave, la figura de la Dolorosa representa a María desgarrada por la aflicción, con su hijo muerto sobre el regazo. Fue donada por un matrimonio devoto en el año 1902.

Evocando ahora la historia local, en diversos pagos de su término se han hallado testimonios arqueológicos de un ancestral poblamiento. Aparecen en Los Tesoros, Las Atalayas, Regato de Pajarinos, Valdecuervos, Charco del Buey, Valdelasierna? Por estos dos últimos parajes aparecen diseminados fragmentos de tégulas y molinos redondos, vestigios característicos de la época romana. Del núcleo actual se tiene constancia escrita de su existencia al menos desde el año 1153. El historiador Fernandez Duro asegura que en esa fecha el propio lugar era feudatario del lejano monasterio de San Martín de Castañeda. También los monjes de Moreruela contaron aquí con diversas propiedades. A su vez, por noticias contenidas en al Tumbo Negro de la catedral zamorana, sabemos que en el año 1168 el pueblo en sí fue cedido a la sede episcopal y a sus canónigos. En el 1266 era propiedad del cabildo diocesano.

Salimos ahora de entre las casas por una buena pista que se dirige recta hacia el suroeste. Los últimos edificios que dejamos atrás son cobertizos agrarios y ganaderos, unos viejos y destartalados, al lado de otros nuevos y funcionales. Avanzamos por encima del talud que limita la hondonada por donde discurre el río. El cauce fluvial traza por esta parte una doble curva. Dentro de una amplísima parcela, a mano izquierda, hallamos las melancólicas ruinas de un palomar redondo. Sus numerosas horacas, antes internas y protegidas, aparecen ahora a la intemperie. Un poco más adelante vemos otro, rectangular, todavía íntegro. Justo por encima vuelan los cables de un tendido eléctrico de alta tensión.

Tras haber recorrido menos de un kilómetro cruzamos un insignificante regato rotulado en los mapas como arroyo de la Cascada. De común no suele llevar agua, aportándola solamente en momentos de lluvias copiosas. Su nombre se debe a que a pocos pasos de la trocha, al iniciar el descenso a la hondonada, ha erosionado el talud formando una cárcava terrosa de bordes cortados el vertical. Cuando está activa su escorrentía, por allí se precipitan las corrientes, produciendo un salto insólito y pintoresco, de varios metros de altura. Pena es que en esos espacios se acumulen escombros y desechos perturbadores.

Hacia la izquierda, casi al lado, parte un camino que vamos a desdeñar, denominado de las Cabecinas. Más adelante tomamos otro hacia esa misma mano, después de haber dejado atrás una tenada de tapial y una moderna granja formada por amplios pabellones. Allá, hacia el mediodía, se abren los territorios de las históricas dehesas de Salamedia y de Toldanos. Aparte, los prados situados a las orillas del propio cauce fluvial están cerrados con punzantes alambradas. Dentro de uno de ellos se ubica la fuente de la Salud. A pesar de ese nombre esperanzador, sus aguas no cuentan con fama ni aprecio singular. Nos adentramos ahora en terrenos desnudos, dedicados por entero al cultivo de cereales. Accedemos a una hondura bastante pronunciada. Dentro de ella se remarca aún más la soledad ambiental, pues nos aísla del entorno. En un cercano empalme viramos hacia el noreste y esa dirección la mantenemos largo trecho. Un pequeño cerro capta enseguida miradas, pero no lo hace por su desdeñable significado orográfico. Descuella porque en sus laderas prosperan un escaso número de pinos, alrededor de una docena, de corta talla todavía, los cuales son los únicos árboles visibles en un amplio derredor. Tras coronar una rampa ascendente seguimos por una rasa monótona que nos permite agrandar las panorámicas. Desde ella divisamos, lejanos e imprecisos, los pueblos de Arquillinos, Pajares, Villalba y el propio Cerecinos. Impactan la simpleza paisajística y desnudez ambiental. Nos sentimos desamparados, solos, insignificantes. Al fin iniciamos el regreso hacia el pueblo por el camino de las Garroberas. Como guía nos sirve la iglesia, bien evidente por esta parte. La pista posee ahora acusadas subidas y bajadas que hacen desaparecer las referencias para recuperarlas más nítidas y cercanas tras cada repecho. Otros pocos pinos rompen la rutina antes de concluir la marcha.