En el Salón de Plenos de la Diputación Provincial, cinco sillas ocupan la mesa principal. Aurelio Tomás señala todas menos la del medio. El histórico político del Partido Popular ha ocupado las cuatro vicepresidencias. Nunca le llegó la ocasión de ser el máximo mandatario de la institución, pero su peso en la casa es incuestionable. Entró en 1985 y solo abandonó el puesto durante un mandato. Ahora se marcha definitivamente, después de ser uno de los hombres fuertes de cinco dirigentes distintos.

-¿Por qué decide poner punto y final a una trayectoria de más de 30 años en política?

-Son 36 exactamente. Ya en el año 83 me presenté para ser alcalde de Pozuelo de Tábara. Creo que han sido muchos años dedicado a la política y al mundo rural, que es lo que me ha gustado. En algún momento había que ponerle fin. Hay que dejar paso a nuevas personas y hay vida más allá de la política.

-Tras dos años en la institución, su primer Pleno de Investidura coincidió con la votación que dio lugar al llamado Caso Antorrena. ¿Cómo recuerda aquel momento?

-Era bastante principiante, aunque llevaba ya dos años en la casa, y había visto lo que era la política. Cuando llegaron las elecciones fue una decepción para el partido no llegar a los trece de la mayoría absoluta, porque íbamos a dejar de gobernar la Diputación. Además, dos días antes de constituirse la corporación, hubo un acuerdo entre el CDS y el PSOE, donde firmaban un pacto, y confirmamos que así iba a ser. Todos estábamos convencidos de que íbamos a la oposición y yo tenía asumido incorporarme a mi trabajo. Llegó la votación, quedaba una papeleta, estábamos12-12 y salió Luis Cid Fontán. Todos nos quedamos muy sorprendidos y se creó una enorme tensión en el Pleno. Un diputado del PSOE no se lo creía, se levantó del asiento y contó los votos con el secretario a ver si era verdad. Al final quedó proclamado Luis Cid y fue tenso ese día, los posteriores y los primeros plenos. Luego, como todo en la vida, se fue asumiendo, y José Luis Antorrena, que en paz esté, fue el que se cuestionó porque votaba con nosotros. Fue tenso, dramático y muy complicado. Era difícil de entender para el PSOE. Nosotros dábamos por hecho que dejábamos la Diputación y que gobernaba Manolo Riesco. Fue un cataclismo emocional para todos.

-Unos años más tarde le tocó vivir el Caso Zamora. El proceso le dejó unos años fuera de la política. ¿Se sintió agraviado por no haber obtenido un cargo de mayor envergadura, como el que consiguieron otros compañeros a su regreso?

-Realmente no. El Caso Zamora fue muy traumático, muy duro de pasar. Fueron muchos días, meses y años de estar cuestionados. Yo tenía la conciencia tranquila y, de lo que yo conocía, nadie se había llevado nada. No se había favorecido ni ayudado a ninguna empresa. Pero fue duro. Yo me incorporé a mi trabajo, que es una cosa que siempre he tenido muy clara. En la política hay que tener un pie en el despacho y el otro fuera. Fueron cuatro años de relajación en mi empleo, en Sarracín de Aliste, y cuando nos absolvieron, sin dejar la más mínima mancha sobre nosotros, Dionisio García Carnero me preguntó si quería volver a la política y en qué puesto. Le respondí que deseaba volver al sitio donde lo había dejado, que era la Diputación. Se me dio la opción de plantear si tenía alguna aspiración especial, pero mi ambición ha sido el mundo local. Nunca he tenido demasiado ánimo de ir a Madrid.

-¿Jamás tuvo la ocasión de ser el presidente de la Diputación Provincial?

-No tuve esa ambición. Siempre me he conformado. Cuando empecé en esto, Celedonio Pérez me hizo una entrevista y ahí le di las claves de lo que es para mí la política. Son tres palabras: trabajo, honradez y responsabilidad. Con esas premisas me he movido y los presidentes me han ido rodeando de responsabilidades. Si me hubiera surgido la ocasión, hubiera aceptado, pero no la busqué.

-Ha coincidido con cinco presidentes. ¿Con qué se queda de cada uno?

-Aquí quiero manifestar a todos mi agradecimiento por las responsabilidades que me dieron. Con Luis Cid empecé y le tengo el gran cariño que se le profesa a los primeros maestros. Tenía un don de gentes único. En cuanto empezaba a hablar ya te había ganado. Luego, Antolín Martín era muy trabajador y estaba muy implicado. Me confió importantes puestos y trabajamos bien juntos, pero las circunstancias hicieron que todo acabara muy mal. Después llegó el señor Miguel (Pérez Viguera). Le tengo un cariño especial porque era una persona súper sensata. Quizá no se le ha reconocido la labor que realizó para llevar la Diputación tan dignamente en un momento tan difícil. Con Maíllo estuve doce años y tuve las máximas responsabilidades. Él nos llenó de ilusión para recuperar proyectos como Ifeza o el puente de Manzanal. Es un pura sangre político y por eso llegó tan alto. Espero que vuelva a tener responsabilidades a nivel nacional porque se lo merece. Por último, Mayte Martín Pozo, una mujer muy trabajadora, luchadora, e ilusionada por el puesto y por trabajar por los pueblos. Los servicios sociales han sido su principal obsesión.

-Tras tantos años en la institución, ¿qué razones aporta para justificar la supervivencia de las diputaciones?

-Lo primero que hay que preguntarse es quién hace la labor de las diputaciones si estas se suprimen. ¿La gente que las cuestiona sabe lo que hacen? Son fundamentales y necesarias para mantener la identidad y la idiosincrasia de las provincias. Aquí nunca van a llegar otras administraciones y realmente el coste no es tan elevado. De todos los gastos que genera, el de los cargos políticos no llega al millón de euros, el resto son actividades. Por ejemplo, los quince millones de los servicios sociales los tendría que gastar también la Junta. Las diputaciones tienen un coste muy reducido para la labor que desempeñan. Desde Madrid o Valladolid no se podría llegar a los pueblos pequeños.

-¿La Diputación de Zamora tiene una plantilla inflada?

-Todas las administraciones hemos tenido limitaciones a raíz de la crisis. Nosotros estamos ahora en 400 personas. Se ha reducido el volumen en los últimos años y siempre hay áreas que se quejan de agobio y otras que andan más ligeras. Eso pasa en todas las administraciones. Hay puestos que ya no tienen tanto sentido y otros nuevos que surgen con las necesidades a nivel de transparencia o gestión electrónica. Estamos al 50% de mujeres y hombres y contamos con una plantilla bastante envejecida, con una media de 55 años.

-¿Cómo han cambiado la institución y la provincia en estos treinta años, más allá de que hay mucha menos gente en los pueblos?

Al final, después de tanto tiempo dedicado a la política local, me voy con cierta frustración. Nunca habían estado tan bien los pueblos, a nivel de infraestructuras y servicios, y nunca habíamos tenido menos población. Después de todo el esfuerzo que hemos hecho las administraciones, la provincia está relativamente bien en carreteras, se asfaltan calles donde no hay apenas viviendas, hay centros culturales, polideportivos... Quitando las nuevas tecnologías, que no acaban de llegar, el resto de servicios está. Yo veo muy complicado revertir la situación que llevamos padeciendo desde los años 50 o los 60. Se hace demagogia, pero es muy difícil. En el año 83, cuando yo entré de alcalde, muchos pueblos no habían completado los abastecimientos, seguíamos con la bombilla en los alumbrados, no había calles pavimentadas o no se construían casas consistoriales. Y todo eso se ha hecho.

-¿Deja una provincia remozada, pero sin gente?

- Repito que es la frustración que me llevo. Tenemos las infraestructuras y no se usan. Los diferentes gobiernos nos han ido trayendo las comunicaciones, pero no somos capaces de sujetar la población y no hay una respuesta. Las migraciones se llevan produciendo miles de años y el ser humano va buscando lo mejor en el clima y en la comida. Las poblaciones buscan dónde se vive mejor y dónde hay trabajo. Es así de simple. Es una cuestión de la naturaleza migratoria. La España del norte va más al sur y el mundo interior va a las grandes ciudades..

-Eso en la gestión. ¿Cómo ve la parte política, con el final del bipartidismo?

-Lo cierto es que yo prácticamente llegué con ese bipartidismo. En el 82 casi desapareció UCD y Fraga consiguió más de 100 escaños. Desde ahí he vivido una integración de todo el centro y la derecha en el Partido Popular. Primero con AP y luego con la refundación con Aznar. Tuvimos la capacidad de ir atrayendo a todas las personas que no se sintieran de izquierdas para armar un gran proyecto común, a pesar de la gran distancia del ala conservadora a la liberal. Ese ha sido nuestro gran mérito durante 30 años. Ahora han surgido los extremismos, primero con Podemos, luego con Vox, y también apareció Ciudadanos en medio. Eso ha hecho que estemos tres compartiendo un espacio que antes era solo del PP. Confío en que volvamos a unificar todo, porque no es menos cierto que los experimentos nuevos duran lo que duran. Después de cuatro años en política, ya se ven los problemas que hay a la hora de poner y quitar candidatos.

-¿Qué ha hecho mal el PP para que se dé esta división?

-No hay factores únicos. La corrupción nos ha hecho un daño tremendo y nos ha dejado secuelas. Después, tras acceder al Gobierno en el 2011 con una mayoría tan grande, se tomaron medidas antipopulares que han tenido un coste. Rajoy hizo un ejercicio de sensatez y responsabilidad y priorizó España por encima del interés de partido. Eso no le ha sido reconocido. Luego, todos los que hemos tenido cargos tenemos nuestra parte de responsabilidad.

-¿Qué opina de Vox?

- Es un partido constitucional que recoge una ideología conservadora de la sociedad. Yo dudo el recorrido que puedan tener y espero que sus votantes vuelvan al PP. Hemos demostrado que, con nuestros defectos, hemos gobernado en muchísimas instituciones con progreso y mejora.

-¿Y ahora qué?

-El 1de julio me incorporaré a mi puesto de Adif en Sarracín de Aliste, y a esperar a la jubilación. Empecé en la política siendo soltero y acabo siendo abuelo. Quiero disfrutar de mi nieta, de mi familia y de los pueblos sin la responsabilidad del día a día y la toma de decisiones.