Entre finales del siglo XIX y principios del XX desaparecieron casi todos los accesos a la ciudad amurallada. La necesidad de hacer permeable el interior, la angostura de los pasos para un cada vez mayor número de vehículos y también una cuestión de higiene motivaron la destrucción de las diferentes puertas. Hoy echamos de menos cualquier vestigio amputado -incluso se sigue venerando la autenticidad del último lienzo de muralla encapsulado tras el cristal de una entidad bancaria en Alfonso IX-, pero hace no tantas décadas el valor atribuido al lienzo medieval era bien distinto.

Lo cuenta hoy el arquitecto y profesor Francisco Javier Rodríguez en las charlas de CulturAlcampus, dedicada esta tarde (salón de actos del campus Viriato, 17.00 horas) a la extinta Puerta de Santa Clara. Depositario de un vasto conocimiento documental con motivo de la redacción del plan director de las murallas a finales de los noventa, Rodríguez centra el foco en esta ocasión sobre los hechos concretos que precipitaron en 1963 la desaparición de la última puerta medieval. El relato descansa sobre dos personajes: uno, el comisario de Bellas Artes Gabriel Alomar; el segundo, un zamorano anónimo de quien el profesor desvelará hoy su valiente lucha contra la destrucción del patrimonio.

El caso es que la Puerta de Santa Clara, en la antigua avenida de José Antonio (hoy Alfonso IX), amenazaba ruina, al mismo ritmo que crecía el interés por hacerse con un solar ubicado en uno de los mejores emplazamientos de la ciudad. En 1963 el propietario fue autorizado a efectuar el derribo y el Ayuntamiento, obligado a reconstruir el bien patrimonial? hasta que el alcalde, Gerardo Pastor, recurrió el fallo ante el Tribunal Supremo, que acabó exonerándolo en 1967 de rehacer los restos.

Francisco Javier Rodríguez destaca el hecho de que solo unos días después de este hecho, Gabriel Alomar -que ocupó la responsabilidad de comisario de Bellas Artes durante quince años-promovió la declaración de Conjunto Histórico Artístico para el centro de la ciudad, trámites que llegarían a buen puerto seis años después, en 1973. Lo curioso, según señala el arquitecto, es que en ese lapso de tiempo "se levantaron varios adefesios que empobrecían la vista de la ciudad". Y aquí llega lo más llamativo de aquella Zamora. El Ayuntamiento, junto con numerosas instituciones y entidades de la ciudad, lideró la oposición a la declaración, dado que "la ciudad perdía autonomía y edificabilidad, tanto en el casco histórico como en las áreas cercanas". Quienes pretendían la continuidad de la actividad urbanística sin corsés eran conscientes de que, desde la entrada en vigor de la nueva figura de protección, cualquier obra en el corazón de la ciudad debería pasar un control previo y una autorización oportuna.

Pero no todos los zamoranos pensaban igual. Hubo un personaje local, emigrado durante largo tiempo, que, de alguna forma, lideró la oposición ciudadana a cualquier tipo de interés que pusiera en riesgo la salvaguarda del casco histórico de la ciudad. Cuenta Francisco Javier Rodríguez que dicha ola de protección del patrimonio ya había llegado a ciudades vecinas, como Salamanca. Así que, en cierto modo, se trataba de un proceso lógico.

En una época algo distinta a la actual en cuanto a libertades -últimos años del franquismo-, este zamorano redactó un duro telegrama que remitió a más de una decena de destinatarios: instituciones y personas implicadas en la protección de la ciudad. A juicio de este "héroe" anónimo, resultaba incomprensible cómo el Ayuntamiento "cedía" ante los intereses promovidos por "grupos de presión".

Lo cierto es que hoy, de la antigua Puerta de Santa Clara, tan solo resta la entidad bancaria que adquirió el solar hace varias décadas. Los accesos han dejado lugar a espacios diáfanos, mientras que los lienzos del recinto amurallado, minimizados y, en algunos casos, escondidos en edificaciones modernas, son venerados como últimos testigos de un tiempo ya lejano.