Uña de Quintana vio nacer a Juana Fernández Antón un 3 de mayo de 1919. La pequeña de cinco hermanos llegó al mundo en un entorno difícil, hija de agricultores, solo pudo estudiar lo justo para defenderse en la vida, una vida que la Guerra Civil desmanteló. Por si fuera poco la muerte del padre en 1937 de un cólico miserere, los tres hermanos varones fueron reclutados para la sangrienta contienda.

Al frente de la hacienda familiar quedaron Juana y quien ya sería "inseparable" en su camino, "Sinfo", su hermana mayor Sinforosa, nacida en 1916. A sus 18 años, tuvo que incorporar a sus habilidades el perfecto manejo del arado, el trillo y la hoz, al igual que su hermana. A pesar del duro tajo, no llegaba, "por la noche tejían lino" para completar una economía de subsistencia que azotaba a todos los zamoranos, a los españoles en aquellos días de hambruna y necesidad.

El arranque y la fuerza solo le fallaron a Juana cuando la memoria se empeñó a echar el cerrojo del olvido, hace unos años. De aquellos de juventud y de madurez, atada a la tierra hasta bien entrada en sus 90 años, aún puede tirar para sonreír cuando sus hijos o nietos le preguntan por "¿cómo van las patatas?". Y de ese pequeño hilo del recuerdo tira para contestar: "Son muy buenas". Poco más, indica la esposa de uno de sus nietos, Raquel, con su primera biznieta en camino.

Juana, con el siglo recién estrenado, tan solo hace unos pocos años aún enfilaba, con su hermana pegada al lado, la carretera que conduce a su finca, en la carretera de Monfarracinos, para seguir sembrando, ahora ya hortalizas, y cuidando del semillero. A pie, con paso ligero, las dos "emprendedoras", recorrían los cinco kilómetros que separan La Candelaria, donde se asentaron en 1979, de su huerta del alfoz, donde la familia tuvo su primera residencia tras abandonar Uña. En "Monforra" todavía tenían "jera": su clientela, aquella que se hicieron durante más de veinte años bajo los soportales del Mercado de Abastos, desafiando, según tocara, el viento, la lluvia y el frío helador del largo invierno zamorano o el sofocante calor de ese verano que derrite hasta las entrañas. Juana y "Sinfo", pequeñas y menudas, conformaron un tandem indisoluble, atadas al tajo de por vida y sin romper jamás los lazos afectivos. Vivieron juntas toda la vida, pegada una a la otra. Juana casó bien tarde para la época, a los 29 años, en 1948, con otro joven de Uña, Juan Manuel García Martínez (ya fallecido), tuvo a sus hijos en aquella España de la postguerra, en aquel Uña rural, con 30 y con 35 años. Encarnación (Niti) fue la primera en llegar, al año de casados, mientras que Pedro nacería seis años más tarde. Dos niños tan cuidados y mimados por su madre como por su tía mayor, que optó por la soltería. Su familia fueron Juana, Juan Manuel y sus dos hijos, "adoraba a sus dos sobrinos", subraya Raquel. Cuando el pequeño contaba cinco años, el matrimonio y "Sinfo" se mudaron al caserón de la finca de Monfarracinos. Ahí comenzó la venta de hortalizas en el Mercado.

Sinforosa se fue hace ahora siete años, a tres de cruzar el umbral del siglo de vida. Y lo avisó, se sentaba en un rincón y cuándo le preguntaban "¿qué hace ahí, "Sinfo"?", respondía resuelta "ya me voy a morir,". Y así fue, falleció "dormida y rodeada del cariño de sobrinos y sobrinos nietos, feliz".

Para entonces, Juana había entrado ya en el mundo del silencio que ahora habita, "de vez en cuando preguntaba por su hermana, la llamaba, pero ya no estaba bien cuando falleció" Sinforosa, recuerda Raquel.

Atrás quedaban tantas aventuras, tantos malos momentos, tanto trabajo duro codo con codo. "Eran duras como el acero", afirmaba ayer Raquel. En el anecdotario familiar perdura aquella tarde en la que "Sinfo" se cayó en la finca y se abrió la cabeza. A sus casi 90 años, ni si inmutó: su hermana Juana le echó bien de azúcar en la herida para frenar la hemorragia. Cuando su sobrino llegó a Monfarracinos se las encontró merendando. Ayer, la familia vistió sus mejores galas para celebrar por todo lo alto que Juana continúa a su lado. Que ha logrado vencer a la guadaña y estrena los cien. ¡Feliz siglo, Juana!