Periodista y escritor, Mario Agudo Villanueva busca con sus trabajos el fino equilibrio entre el rigor histórico y el lenguaje que acerque el conocimiento al gran público. "Soy periodista de profesión, historiador de vocación", se define. "Los bestiarios de las catedrales" (Almuzara, 2019) es su cuarto libro, primero en el que lleva su conocimiento sobre el mundo clásico a otro ámbito que también le es muy familiar: el arte románico.

-Usted es periodista, pero el ámbito de su trabajo es muy cercano a la Historia, ¿por qué?

-Siempre digo que soy periodista de profesión, pero historiador de vocación. Elegí periodismo porque esta profesión me permitía comenzar a trabajar mucho antes, desde el primer año de carrera. Sin embargo, todo mi tiempo lo dedicaba al estudio de la Historia. Mis trabajos de investigación en la facultad se circunscribían a este ámbito y, en particular, el periodo de la Antigüedad y a Grecia. Un viaje me llevó a recorrer la zona de Huesca y vi en el románico cosas que ya había visto en mis estudios sobre la época clásica: sirenas, centauros, arpías? Me pregunté cómo era posible que en el Medievo se redescubrieran seres mitológicos y se bautizaran para encajarlos en la doctrina cristiana.

-¿Esa fue la puerta de entrada en el arte románico?

-Una serie de personas vieron en mí la posibilidad de impulsar una publicación, Románico, y así surgió. Le cogí mucho cariño tanto al tema como a la gente que fomentaba esta revista, de la que acabé siendo director.

- ¿Está de acuerdo en que, a pesar de la popularidad de la que goza el primer arte internacional, su significado es un gran desconocido todavía hoy?

-Así es. Profundicé en el románico a través de los trabajos que nos llegaban de expertos y aficionados de gran nivel. El románico es muy conocido y desconocido, a la vez. Muy poca gente sabe profundizar en ello, se quedan en la fachada. Suelo decir que este arte es una gran coctelera en la que se meten todos los elementos del pasado y sale una mezcla inimitable. Encontramos, por ejemplo, en la iglesia zamorana de San Claudio de Olivares el famoso capitel del centauro y la sirena. Te preguntas entonces cómo es posible que el mito de los centauros de Atenas, las sirenas de Odiseo y de los Argonautas estén en un templo cristiano de Zamora. Aspectos como este fueron el germen del libro que acabo de publicar.

-Tras su etapa como director de Románico, ¿qué conclusiones extrajo sobre la conservación y puesta en valor de nuestros edificios medievales?

-Tengo dos perspectivas. De un lado, la impresión de que el mundo académico está desconectado de la sociedad y es necesario que se impulse la divulgación. No cualquier tipo de divulgación, sino la de calidad, no hablo de "vulgarizar". Faltan figuras que sepan transmitir realmente el conocimiento académico de una forma más asequible a la población. Esto no significa renunciar a la profundidad del mensaje, ni hablar para niños pequeños. Quiere decir reducir las notas a pie de página o el número de referencias, siempre dentro de un rigor mínimo. El sentido general en este aspecto debe partir del mundo universitario, donde se genera conocimiento. Cuando accedí a la publicación, observé un escalón muy grande entre estos dos ámbitos. Mientras esa comunicación no fluya, las personas no van a valorar el patrimonio.

- Antes hablaba de las personas que había conocido durante la experiencia como director de la revista, ¿se refería a alguna en particular?

-Tengo la fortuna y la desgracia de haber tenido contacto con el director general de Patrimonio de Siria, todos sabemos cómo han terminado sus edificios históricos. Él me comentaba que, cuando comenzó la guerra en 2011, una de sus primeras preocupaciones era conseguir que la población siria valorara su patrimonio, a través de campañas de conocimiento. El objetivo era concienciar a la sociedad del valor de esas obras. Siria es un caso extremo, el patrimonio estaba en una situación extrema y acabó siendo destruido en buena medida.

-¿Y en España?

-No estamos muy lejos en cuanto a los riesgos. De nuestro legado románico, que está muy disperso y con el enorme problema de la despoblación, hay casos de expolio muy recientes. Dicha concienciación es clave, no solo por el expolio, sino también por el respeto hacia la propia obra. Hace no mucho, la Catedral de Santiago de Compostela -uno de los monumentos más conocidos del románico español- sufría diversas pintadas con motivo del Día de la Mujer, una reivindicación que no venía a cuento. Esto es un reto para los que, de una forma u otra, nos dedicamos a hablar de patrimonio.

-Antes hablaba de la desconexión del mundo académico de la sociedad. Parece que, en general, los investigadores se comunican con un código que, voluntariamente o no, es inaccesible para las personas?

-Yo vengo del mundo griego y una vez hablamos de por qué había tantos "mitos urbanos" sobre Alejandro Magno, cuando el estudio de la realidad histórica desmitifica. Esto ocurre porque hay un interés hacia un personaje que no se cubre desde el ámbito académico, sino desde otros ámbitos, una circunstancia que da lugar a fabulaciones y elucubraciones. Si no queremos que eso ocurra, debe llenarse ese vacío adecuadamente. Otro caso, el de Notre Dame. Me han contado algunos compañeros que las gárgolas habían sido retiradas días antes del incendio y que se había propagado que, como eran las protectoras del templo, la catedral se había quemado. Y yo me pregunto: si esas gárgolas son del siglo XIX, dentro de la restauración emprendida por Viollet-le-Duc, ¿cómo es posible que Notre Dame llegara viva desde el siglo XII de su construcción? El interés existe, pero hay que darle respuesta, una respuesta adecuada.

-¿Por qué cree que no se hace?

-Realmente, no lo sé. Pero sí que es cierto que hay figuras en el ámbito anglosajón que sí lo hacen, por ejemplo, en el ámbito anglosajón, como Adrian Goldsworthy o Mary Beard. Aquí tenemos casos muy contados, como Fernando Quesada, de la Universidad Autónoma de Madrid, que ha hecho un esfuerzo divulgador muy importante sobre historia militar que llegan al gran público. En definitiva, menos especulación y más rigor. Y eso puede ser igualmente interesante.

-Y cuando se toca la tecla, los lectores responden, como es el caso Palamós. Usted tiene una vinculación especial como director de Románico, pero también como autor de un artículo sobre su repercusión mediática. ¿Qué conclusiones ha extraído, casi siete años después de aquello?

-Fue un caso que, efectivamente, viví en primera persona, como director de Románico, donde el caso fue publicado por primera vez. Cuando Juan Antonio Olañeta me habló de la investigación de Gerardo Boto sobre un claustro que podía ser románico, vi rápidamente que aquello podía tener mucha repercusión. Lo curioso es que no fue hasta dos años después, cuando lo publicó El País, el tema no saltó realmente a los medios de comunicación. La revista Románico tenía cierta tirada, pero siempre dentro de un ámbito muy concreto. En el artículo analizo cómo la información se desborda en diferentes medios, algunos de ellos con un enfoque muy politizado: un claustro en Cataluña de origen castellanoleonés.

-¿Cuál es su reflexión sobre lo ocurrido?

-Lo interesante es que en una publicación académica se publicó el caso, pero no explotó hasta llegar a los grandes medios de comunicación. Es decir, que los medios son imprescindibles para hablar de patrimonio. Y, además, que cada día es más necesaria la tarea de divulgación de los periodistas.

-Sin embargo, muchos investigadores se niegan a participar en este proceso divulgativo por temor a los periodistas, ¿hemos hecho algo mal los informadores?

-Hemos hecho cosas mal. Sobre todo, no especializarnos. La profesión nos obliga a escribir mucho sobre muchas cosas y en poco tiempo. No se puede esperar de un periodista de un medio pequeño que haya una gran investigación sobre Notre Dame, ni que se especialice en el arte gótico, porque ¿dónde lo contratarían? Por otro lado, muchas veces se busca más la carnaza que la divulgación rigurosa y eso está en nuestro debe. Veo reportajes que se me cae el alma a los pies. Y todo esto se ha agravado con las redes sociales. Aquel viejo anhelo de nuestra profesión por la inmediatez ha acabado por cristalizarse en las redes, con un elemento nuevo: cualquier persona con un móvil puede hacer una fotografía, colgarla y convertirla en noticia. Eso añade mucha más presión al informador. En mi opinión, el futuro de la profesión va hacia la especialización, para ofrecer un tratamiento más profundo de los casos, manejando distintas fuentes, que al final es lo más importante. En lugar de bajar los brazos debemos dar un paso al frente, enfocándonos hacia contenidos de más calidad y mejor documentados. Esto nos acercará al mundo académico, que quizá nos verá con menos recelo. Digo quizá, porque siempre habrá quien vea su objeto de conocimiento como un cortijo y no lo quiera compartir con los demás.

-Y usted contribuye a ese valor de la especialización con un nuevo libro, "El bestiario de las catedrales", ¿cuál es la aportación más original de su trabajo?

-Lo que me hechizó del románico es ver en edificios medievales esas criaturas clásicas que había estudiado como parte de la mitología griega. Un amigo egiptólogo, José Miguel Parra, me trasladó la idea de poder hacer un bestiario medieval. El proyecto me vino como anillo al dedo: hablar de este tema desde mi conocimiento del mundo clásico. Lo que he hecho es rastrear lo que las fuentes clásicas decían desde Aristóteles, Plinio y autores posteriores; cómo toda esa información se canaliza a través de El Fisiólogo, cuando lo que había sido la descripción de una conducta animal comienza a moralizarse en clave cristiana. Ese es el germen de los bestiarios. En la Edad Media se consolidan los bestiarios como libros de animales, con un sentido moralizante. Lo que hago es intentar desentrañar toda esa madeja a partir de casos concretos, en función de los diferentes animales. No es un inventario, sino ejemplos concretos hablando de cada caso.

-Su libro lo ha traído a Zamora en el caso de San Claudio de Olivares, ¿ha visitado otros lugares cercanos?

-En Zamora también hablo de la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave, donde es conocida la representación de Daniel en el foso de los leones. Pero mi libro tampoco es un inventario, así que otros ejemplos me llevan a toda la comunidad de Castilla y León, con ejemplos de sirenas, arpías o esfinges, muy abundantes. La incógnita es saber qué podía sentir un campesino zamorano o segoviano al ver este tipo de representaciones, y ahí me faltan códigos para poder hacer una interpretación.

-Por lo tanto, los lectores podrán saber un poco mejor el sentido de todos esos animales esculpidos en la piedra hace siglos, ¿verdad?

-Sobre todo, que los lectores entiendan que hemos estudiado la Historia de una forma compartimentada, pero es como una lluvia que va calando poco a poco en el terreno que hace que todo se vaya mezclando y sea muy difícil separar. Basta decir que cuando se construye Notre Dame en París, en España se sigue haciendo románico. Lo que vemos hoy es resultado del tiempo. De hecho, las catedrales góticas a veces tardaban siglos en construirse.