Un largo tramo del desmantelado ferrocarril de Plasencia a Astorga, el comprendido entre Barcial del Barco y Maire de Castroponce, ha sido acondicionado no hace mucho como senda peatonal. Aprovechando esa realidad lo utilizamos para recorrer el sector que media entre el citado Barcial y el puente que salva el curso del Esla. Atravesamos así generosos espacios agrícolas, con panorámicas abiertas a trechos sobre el propio cauce fluvial.

Tomamos como punto de partida la antigua estación ferroviaria, situada a oriente del casco urbano del pueblo. Sus antiguos edificios, el de viajeros y el muelle cubierto o almacén de mercancías, se localizan con facilidad. Mantienen bien legibles sus rótulos y se conservan en aceptable estado. Su modesta envergadura marca violentos contrastes con el inmediato silo, el cual emerge con una altura desproporcionada de más de cincuenta metros. El lecho que ocuparon las vías, contiguo con el viejo andén, aparece alisado con grava bien compactada, apto para pasear cómodamente y así está en todo el recorrido.

Arrancamos decididos en dirección norte, para salir enseguida al campo libre. A los pocos pasos topamos con un camino asfaltado, una especie de paseo dotado de asientos y arbolillos que lleva hasta el cercano cementerio local. Tras atravesarlo, unos pocos metros más adelante superamos la carretera general, cruzándola por debajo. Viene a continuación una larga trinchera que nos aísla momentáneamente del entorno circundante. Emergiendo por encima de los taludes, divisamos un nido de cigüeñas instalado sobre una torreta de alta tensión. Del pretérito destino ferroviario nos van saliendo al paso diversos hitos, los más comunes marcan distancias de cien metros. Interesante es saber que en terrenos contiguos, a mano derecha, se sitúa el pago de Los Cenizales o de los Chanos. Tal enclave tiene singular importancia arqueológica, pues quedan sobre él huellas de un asentamiento prehistórico, con fragmentos de cerámica calcolítica como restos más evidentes. También por esa zona se ubicó el desolado medieval denominado San Miguel del Barco, yermo desde hace varios siglos.

Sorpresivamente salimos a los espacios de la vega. En ella destacan las arboledas, tanto los sotos ribereños espontáneos como las choperas plantadas para su explotación maderera. Muy cerca, existe una amplia balsa acuática, rectangular, creada como depósito para regulación de los riegos. Faldeamos, con curvas de amplio radio, por el declive existente entre la reseca llanura superior y los fértiles espacios de abajo. El propio cauce del Esla se aproxima tanto a la cuesta que la ha erosionado produciendo unos escarpes verticales de considerable altura. Desde su reborde, contemplamos en toda su amplitud el lecho fluvial; caudaloso, profundo, casi imponente. Las aguas discurren rápidas, silenciosas, apreciándose numerosos remolinos. Ante su grandeza surge una especie de inquietud, un cierto temor impreciso.

El siguiente elemento de interés es un magnífico puente tendido sobre una estática reguera. Al parecer tal balsa fue antaño uno de los cursos principales del río, abandonado y cegado ahora, sólo activo en los grandes desbordamientos. Desde arriba, desde la plataforma, no se aprecia bien la gallardía y esbeltez del paso, por lo cual aprovechamos una senda que nos permite bajar hasta su base. Aun así, la visión queda obstaculizada un tanto por el denso ramaje que allí prospera. Son dos los tramos que lo forman, creados con celosías de acero apoyadas sobre pilas de granito. En su conjunto la obra posee una longitud de casi cincuenta y cinco metros y, aparte de su estilización, el carácter más destacable es su trazado en curva.

Nos adentramos en la propia vega y en toda ella el viejo recorrido ferroviario cuenta con un alto terraplén. En su actual función como itinerario peatonal han colocado una especie de baranda o empalizada por ambos lados, formada con rústicos troncos. Las parcelas inferiores aparecen intensamente aprovechadas para la agricultura, bordeadas de hileras protectoras de árboles. Varias de ellas cuentan con algún nogal. El río marca por aquí pronunciados meandros, alejándose momentáneamente hacia el sur para volver a encontrárnoslo más adelante. En ambos laterales crecen matorrales, como zarzas y escaramujos. Pero destacan por su abundancia y singularidad unos árboles espinosos. Nos parecen acacias, de un tipo poco común en nuestras tierras. Las ramas jóvenes están dotadas de púas aguzadas, siendo sus hojas de pequeño tamaño, generando copas oscuras y densas. En el invierno muestran largas vainas con semillas, las cuales resisten colgantes largo tiempo.

Vamos dejando atrás otros dos puentes, sencillos ahora, de un solo vano, ideados para el paso de caminos y útiles como aliviaderos en las tremendas riadas invernales. Justo por el segundo están trazadas las lindes del término local. Accedemos ahora a pagos pertenecientes a Villanueva de Azoague, cuyo núcleo no queda demasiado lejos, aunque invisible detrás de las densas barreras forestales que se interponen. Ese cambio de municipio también se aprecia porque los nuevos espacios están ocupados por una enorme chopera.

Debido al trazado en línea recta de este sector, desde lejos divisamos el puente, ese Grande que tomamos como meta. Antes de llegar hasta él encontramos una vieja aguada, uno de aquellos dispositivos que servían para llenar las cisternas de las máquinas de vapor. Consta de un mecanismo férreo, giratorio antaño, pintado con esmero. En su base todavía conserva la inscripción de su pertenencia a los "Caminos de hierro del norte". Unos metros más allá se alza el depósito o castillete, elevado y también metálico, donde se acumulaban los caudales extraídos del propio río. A su vez, por debajo, a la otra mano, queda el desmantelado inmueble de las instalaciones de bombeo, con gruesos muros de hormigón.

Llegados ya al propio puente, admiran sobremanera su estética y dimensiones. Su longitud es de 253 metros, distribuida en cinco tramos. Desde cualquier punto, la sucesión de elementos genera una perspectiva realmente impactante. Los perfiles de acero se entrecruzan formando aspas con geometría rigurosa y equilibrio exacto. De entre las estructuras de su tipo, no encontramos ninguna tan grandiosa y atractiva en la provincia, sólo el Puente de Hierro de la propia capital se le aproxima. La configuración que actualmente vemos no es aquella primitiva que se instaló al construirse el ferrocarril. Tuvieron que reemplazarla por su fragilidad en el año 1932, en una operación que resultó admirable. El material utilizado procede de los Altos Hornos de Sestao. El Esla cruza dividido en tres brazos, separados por frondosas arboledas. Aunque resulte difícil apreciarlo, lleva por aquí menos caudales que los anteriormente vistos. La causa de esa merma es que, en este punto todavía no se le ha unido el río Órbigo, uno de sus principales afluentes, el cual desagua algunos centenares de metros más abajo.

Tras contemplar todo el entorno, regresamos al punto de partida por el mismo itinerario por el que vinimos. De nuevo en Barcial, comprobamos que su casco urbano se asienta en el reborde occidental de la Tierra de Campos. Allí donde terminan sus casas el terreno se precipita en fuerte talud hacia las superficies ribereñas con el Esla. Al recorrer ahora las diversas calles advertimos que la mayor parte de las viviendas están modernizadas o son de nueva construcción. En su centro destaca la Plaza Mayor, bastante amplia, provista de jardines y de juegos infantiles. Dentro de la arquitectura tradicional descuellan algunos de los palomares supervivientes. Uno de ellos se mantiene apartado hacia el mediodía. Está construido con adobes y corona sus muros con pináculos y una calada crestería.

Como en tantos otros sitios, la iglesia acaparó la producción artística local. Queda un tanto excéntrica, ya que se halla en el confín del oeste, asomada a la vega, en estratégica posición. Posee como señuelo una magnífica torre, formada con un macizo cuerpo bajo de planta cuadrada que a media altura se transforma en octogonal. Esa parte alta se aligera con un rasgado ventanal en cada cara. Para su construcción utilizaron piedra traída sin duda desde bastante lejos. El resto del templo está levantado mayormente con ladrillo y consta de un voluminoso presbiterio cuadrado y nave más baja. Su riqueza interna es notable. Interesa sobre todo el retablo del altar mayor, magnífico conjunto renacentista de talla y pincel, que en sus orígenes contó con 17 tablas pintadas. Debido a su mal estado, atacado por las termitas, en el año 1977 tuvieron que desmontarlo, colgándo los diversos cuadros de las paredes laterales. Poco después, en 1979, desaparecieron por robo cinco de esas tablas, de las que una pudo recuperarse. Por fortuna, entre los años 2005 y 2010 se consiguió su restauración, para al fin remontarlo, con carpintería nueva, en el 2016. El sagrario y la custodia son magníficos, algo posteriores. Si es hermoso lo señalado, en nada desmerece el retablo secundario dedicado a Santa Lucía. Lo creó en 1585 el escultor astorgano Gregorio Español, uno de los más notables representantes del manierismo en nuestras tierras. Destacan las potentes y ampulosas imágenes de la santa protectora de la vista y de los mártires Fabián y Sebastián, sin desmerecer en nada los detalles ornamentales complementarios.

Evocando la historia, los orígenes de la localidad han de ser muy antiguos. Su nombre aparece citado en documentos de los monasterios de Castañeda y Sobrado de los Monjes al menos desde el siglo XII. A su vez el apellido procede de una barca instalada en las proximidades para cruzar el cauce del río. Ese paso flotante lo establecieron tras derrumbarse el mítico Puente de Deustamber del que nada queda ahora. Los derechos de explotación de la citada nave pertenecieron al concejo de Benavente, pero en el año 1433 los traspasaron al Monasterio de San Salvador de Santa Colomba de las Monjas. La propia población tuvo singular importancia en las comunicaciones. Por ella cruzó la legendaria Vía de la Plata y lo siguen haciendo la cañada de la Vizana, la carretera nacional 630 y la actual autovía. El cerrado ferrocarril ya lo hemos señalado. Un miliario moderno, colocado en una encrucijada, indica asimismo el trazado por aquí de un ramal del camino de Santiago.