"Programa de ayuda alimentaria a las personas más desfavorecidas. Prohibida su venta". Es lo que pone la etiqueta del melocotón en almíbar que va a parar a una de las 24 cajas en las que las voluntarias que quedan de la cocina solidaria de San José Obrero, Pilar Martín y Leo Hernández, colocan las viandas que permanecen aún en los semivacíos estantes de la casa de la Asociación de Vecinos, en La Josa.

Las voluntarias liquidaban ayer lo poco que queda de una experiencia nacida hace cinco años con el objetivo de ayudar a los más necesitados a cubrir una de sus necesidades básicas, como es la alimentación. Una iniciativa que no se acaba porque no sea necesaria, sino por falta de manos que continúen aportando un voluntariado que es fundamental para culminar la solidaridad que, en forma de alimentos y económica, sigue fluyendo hacia el comedor de La Josa.

La experiencia, explica Leo Hernández, surgió hace cinco años. En la ciudad y sobre todo en los barrios más humildes, como el de San José Obrero, eran palpables los efectos de la crisis. Pero un grupo de una docena de mujeres que solían tomar café juntas, entre ellas Pilar Martín, que veían cómo había niños que acudían a la escuela sin desayunar decidieron dar un paso al frente. La idea fue montar una cocina social, un lugar donde las familias necesitadas pudieran acudir a por la comida para solventar una de las necesidades básicas. Crearon una asociación, se pusieron en contacto con la Asociación de Vecinos, que cedió el local y montó la cocina, y empezaron a funcionar, con grupos de entre tres y cuatro personas que se turnaban semanalmente para cocinar lunes, miércoles y viernes. Las familias necesitadas acudían con sus taper y se llevaban el menú cocinado.

Fue pasando el tiempo y del grupo inicial se fue descolgando gente: "Unas estaban enfermas, otras se van cansando". El caso es que hace poco menos de un año tuvieron también que dejar de cocinar y era el Catering de Luz el que les preparaba la comida para que el comedor pudiera seguir funcionando. Parecido camino siguió el ropero, también puesto en marcha por la Asociación de Vecinos, donde la gente entregaba ropa en buen estado que iba a parar a los más necesitados que la elegían un día a la semana.

La pérdida de voluntarios y la falta de relevo ha llevado a la cocina a una situación insostenible: "Todo el mundo nos dice que por qué cerramos, que es una pena, pero nadie se ofrece a hacer de voluntario", dicen Leo y Pilar. Y no es un reproche porque ayuda monetaria y material ha habido: "El barrio se ha portado muy bien. Ayuda digamos oficial, solo nos ha llegado del Banco de Alimentos. Pero hemos tenido aportaciones anónimas, la gente joven de los grupos de música han sido encantadores, nos traían lo que sacaban en los conciertos, los del catering GH De Luz, lo que necesitáramos, la panadería El Viso, los de Aquona nos dieron donativos, los Cubicularios, los de las preferentes porque les había sobrado un dinero de los abogados...a lo mejor no hay que decir ningún nombre porque quedaremos mal con alguien, porque ha habido mucha solidaridad".

Pilar y Leo cierran "con pena. Aquí parece que hace falta vivienda, ni comida, pero hay gente que pasa mucha necesidad. Esos que se acaban de ir ahora han venido para una señora que tiene una niña de tres años y sólo 350 euros al mes para la casa. Le hemos dado para comer". Así hay una nómina de 24 familias, unas 80 personas.

"La gente nos llama y nos dice, pero cómo vais a cerrar, pero nadie llama para decir, oye, que estamos dispuestos a ir cuatro o cinco", concluye Leo.