El piano del Círculo de Zamora no dejó de sonar durante aquella noche del 24 de octubre de 1916. A las teclas, el joven estudiante al que todos llamaban "el músico" dentro de ese grupo de la Universidad de Granada que encabezaba el profesor Martín Domínguez Berrueta. Habían llegado a la capital del Duero a primera hora de la mañana y la jornada terminaba con una velada en compañía de "la élite intelectual" de la ciudad. En dicho escenario, aquel improvisado músico "se lució" con sus interpretaciones. Un alumno que se llamaba Federico García Lorca y que ofreció, en ese preciso instante, su penúltimo concierto antes de dedicarse de lleno a las letras que posteriormente le consagrarían.

El escritor Henrique Alvarellos ha rescatado el periplo del genio nazarí de la literatura universal por Castilla y León cuando apenas era un estudiante de Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad de Granada. "El gran viaje de estudios de García Lorca" (Alvarellos Editora) incluye el relato del alumno y compañero Luis Mariscal en 1916, así como cartas y escritos del entonces músico sobre sus experiencias. El texto analiza la excursión de 24 días por el norte de España que cambiaría para siempre la vocación del poeta. Un recorrido que, como el propio Lorca reconocería apenas un año después, supuso "un viaje hacia el bien de la literatura".

El catedrático de Teoría de la Literatura y de la Artes, Martín Domínguez Berrueta, está considerado como uno de los referentes de la vida de Federico García Lorca. Cuando el poeta contaba con apenas 18 años, se enroló junto a él y a un escueto grupo de alumnos de la Universidad de Granada en un viaje que redescubriría su manera de ver el mundo y que desembocó, dos años más tarde, en la primera de sus obras literarias: "Impresiones y Paisajes". Un libro de anotaciones en el que el poeta, aún prosaico, fue destacando aquello que más le llamó la atención de su periplo por el noroeste. Como, por ejemplo, el río Duero a su paso por Zamora.

La expedición de Berrueta llegó a Zamora a finales de octubre de 1916 procedente de Salamanca, donde el tiempo y la historia se detuvieron para que Federico García Lorca y Miguel de Unamuno se conocieran. En tren llegaron y en tren se fueron; por el camino, una jornada maratoniana en la que Lorca caminó, observó, preguntó, anotó, disfrutó, deleitó y también se cabreó.

Su desembarco en la capital fue como el de las grandes figuras. Así lo dicta un artículo publicado apenas un año después de esa fecha en el que se hace referencia al acompañamiento a la comitiva que ofrecieron el alcalde, Miguel Moyano, junto a los catedráticos del instituto Claudio Moyano, Pedro Gazapo, Augusto Peral y Tiburcio Jiménez. Terna a la que se unió, horas más tarde, el "inteligentísimo" director del Museo Provincial, don Severiano Ballesteros.

El itinerario a seguir durante aquella jornada no fue muy distinto al que realizaría cualquier visitante que se bajara en este 2019 del tren de alta velocidad. La Magdalena, la Catedral, San Claudio de Olivares, Santo Tomás y Santa María de la Horta, el palacio de los Momos, las juderías y las murallas. Todo ello, como reconoce el propio Mariscal, con unos apuntes sobre el terreno del director Severiano Ballesteros, "que tanto facilitó" la labor de los integrantes del viaje.

Federico García Lorca aprovechó aquella expedición para realizar sus anotaciones. Igual que el Duero le impresionó, también se recoge en uno de sus textos manuscritos incluido en "Impresiones y Paisajes" cómo las nuevas tendencias arquitectónicas vistas en la capital y en otras ciudades del entorno le molestaron hasta la ofensa. "Recordemos la Salamanca ultrajada, con el palacio de Monterrey lleno de postes eléctricos, la casa de las Muertes con los balcones rotos, la casa de la Salina convertida en Diputación, y lo mismo en Zamora y en Granada y en León... ¡Esta monomanía caciquil de derribar las cosas viejas para levantar en su lugar monumentos dirigidos por Benlliure o Lampérez!... ¡Desgracia grande la de los españoles que caminamos sin corazón y sin conciencia!..", escribía el genio granadino.

El día fue ajetreado. Cabe recordar que el tren de Salamanca había llegado a la estación de Zamora a las doce y cuarenta y ocho del mediodía y su billete para continuar el viaje hacia Galicia estaba fijado para la una de la madrugada de la jornada siguiente. No había tiempo para dormir y por eso la expedición aprovechó para participar en una velada distendida en el Círculo de Zamora. El profesor Berrueta elevó la conversación con una conferencia sobre "la importancia de este tipo de excursiones de arte para la educación social", un auténtico plan de "renovación pedagógica" escuchado por la intelectualidad zamorana, como así relata Luis Mariscal.

Pero el tiempo de los análisis educativos llegó a su fin y dejó espacio a la diversión. Momento que aprovechó aquel muchacho, "el músico", para colocarse al piano y deleitar al personal con su maestría y virtuosismo; un don innato que años después recuperaría en los locales de jazz del Harlem neoyorquino junto a León Felipe. "García Lorca se lució toda la noche al piano y el presidente amenizó la velada con pastas y licores para que todo lo de Zamora fuera memorable", apunta en una de sus anotaciones Luis Mariscal.

A la una de la madrugada, la expedición de partió desde la capital en dirección Galicia mientras algunos de los componentes del viaje aún curaban la resaca. El poeta, sin embargo, todavía tuvo tiempo para anotar su última perla sobre Zamora, su particular visión del río Duero, en un texto que cerró su primer libro "Impresiones y Paisajes". Una remembranza en la que "el músico" ya anticipaba el lento languidecer de una ciudad que tuvo el orgullo de escuchar a Federico García Lorca en su penúltimo concierto antes de dedicar su vida entera a las letras.