Han pasado a la Historia por el carácter icónico de sus gestas. Por imponer la justicia frente al desamparo. A nadie le resultan ya ajenas las gestas del industrial alemán Oskar Schindler o del diplomático español Ángel Sanz Briz, el "Ángel de Budapest". A la nómina de "salvadores" hay que sumar la cada vez más popular Irena Sendler, la trabajadora social polaca que, como los dos ejemplos anteriores, salvaron a miles de personas de una muerte segura en plena efervescencia del ideario nazi y de la consumación del Holocausto. O la todavía desconocida figura de Gilberto Bosques, diplomático mexicano que rescató a miles de españoles del abismo.

Menos popular es, sin embargo, la tarea de quienes echaron una mano (o las que hiciera falta) para facilitar el exilio. Para insuflar esperanza en quienes tuvieron que dejar su país, derrotados física y moralmente, tras la guerra. En otra dimensión y por ese papel, además de por su literatura, es conocido el poeta zamorano León Felipe. Su inconformista trayectoria vital lo había llevado a México mucho antes del estallido de la Guerra Civil española. Aquel fue su "primer exilio". Conocedor del camino, en su segunda marcha -forzada en esta ocasión por la contienda civil-, Felipe Camino se dedicó a ayudar a los intelectuales que se vieron privados de su tierra tras la victoria de Franco. Al otro lado del Atlántico, desde el país azteca, cuyo presidente, Lázaro Cárdenas había abierto las puertas a los represaliados. De aquello se cumplen ahora ocho décadas.

En 1993 nació el Grupo de Estudios del Exilio Español (Gexel), precisamente, para dar voz a la producción literaria fuera de la frontera. De entre sus vastos análisis emergen las singularidades de un penoso fenómeno que, finalmente, puso luces frente a las sombras. Francia, México y la Unión Soviética fueron los principales destinos de los exiliados. Y en cada país, el proceso fue diferente. Al Estado comunista, por ejemplo, fueron evacuados más de 3.000 niños tras la guerra. Allí fueron educados como iguales y, aunque nunca abandonarían el interés por la cultura española, vivirían una vida como "soviéticos".

En Francia se asentó buena parte de los republicanos españoles, que crearon una resistencia ideológica y cultural que logró vencer el doble estigma de los vecinos galos: el prejuicio por la inmigración española que se venía produciendo por motivos económicos desde finales del siglo XIX y por el auge del tópico del "rojo republicano". Fue, sin embargo, en México donde los huidos dieron lugar a una "verdadera cultura" del exilio. Muchas décadas más tarde, grupos de estudios como Gexel se han dedicado a estudiarla y ponerla en valor.

El catedrático de Literatura Española, Manuel Aznar, uno de los máximos expertos en la cultura del exilio, recurre a una experiencia concreta para narrar el penoso éxodo de los intelectuales republicanos. La aventura -muy a pesar de sus protagonistas- de los miembros de la revista Hora de España explica el fenómeno, frente al triste final de personajes como Antonio Machado. El poeta sevillano se contaba entre el medio millón de españoles que en enero de 1939 abandonaron el país por la frontera francesa. Machado tuvo el dudoso privilegio de trasladarse, junto a sus familiares, en un vehículo prestado por la extinta República. Los últimos metros en suelo español tuvieron que hacerlos a pie debido a la aglomeración de fugitivos. Ya a salvo, en la pensión Quintana de la localidad francesa de Colliure, Machado y su anciana madre fallecerían los días siguientes, derrotados por la tristeza del éxodo, "enfermos" del exilio.

Otros muchos lograrían vencer esa enfermedad. Como los integrantes de la revista Hora de España, en la que León Felipe publicaba algunas de sus creaciones. Escritores como Rafael Dieste, Juan Gil-Albert o Antonio Sánchez Barbudo lograron franquear el paso fronterizo, atravesando los "Pirineos nevados". Reflejan Manuel Aznar y Alicia Alted que "las escasas reservas" los hacían especialmente vulnerables al frío. Aquello era solo el triste aperitivo de un amargo destino. "Luego vinieron los campos de concentración: los hombres retrocedidos, humillantemente, a su condición gregaria", escribirían en territorio galo.

En efecto, los integrantes de la revista ingresarían en el campo de trabajo de Saint Cyprien. Narran los historiadores, a modo de anécdota ilustradora, que a aquellos escritores lo llamaron "raro" por ceder a otra persona el exiguo cobijo de una techumbre en medio de la lluvia. Tal era el sentido de la supervivencia. Tuvo fortuna, en cambio, el grupo literario. Ya sea por mediación del novelista americano Waldo Frank o por la mediación de cualquier otro "ángel", los escritores abandonaron el campo de concentración. "Al principio estábamos todos en Poitiers -adonde habían puesto rumbo- como en espera, pues se hablaba de la posibilidad de volver a España. Pero pronto, en la caída de Madrid, por desgracia se acabaron las dudas", relataron. gracia se acabaron las dudas", relataron.

Poitiers se había convertido, pues, en la "primera estación del exilio". La pronta llegada de la primavera, a modo de metáfora, supuso para el grupo de Hora de España el tránsito "del purgatorio al paraíso". Pero Francia no era el destino final. La mayoría de ellos embarcarían en el ya mítico Sinaia, el barco que trasladó a las primeras oleadas de refugiados españoles a México. El presidente Cárdenas había erigido su país en territorio de acogida de los españoles, incluida la flor y nata de la intelectualidad republicana española. El 13 de junio de 1939, el Sinaia -más acostumbrado a llevar a musulmanes a La Meca- fondeaba en el puerto mexicano de Veracruz.

Para entonces, León Felipe ya se encontraba en México. El poeta había activado su particular plan de salida un año antes. Felipe Camino había dejado Barcelona rumbo a París y después a Burdeos. Allí es donde se subió a bordo del Bretagne junto con el poeta cubano y miembro del comité antifascista español, Nicolás Guillén. En realidad, León volvía a su segunda (o quizá ya primera) casa. A principios de la década de los veinte, las cartas de recomendación del diplomático mexicano Alfonso Reyes le habían permitido recalar en el país centroamericano. Allí es donde conoce su futura esposa, la profesora de inglés Berta Gamboa, vital en su profuso papel de traductor. Juntos recalan en Nueva York en 1924 para regresar en 1930 y volver desde Panamá a España, con motivo del estallido de la Guerra Civil española.

Un hecho relevante tendrá lugar, tras el segundo exilio del autor zamorano. El presidente Lázaro Cárdenas funda la Casa de España en México, que integrará un selecto grupo de intelectuales, entre los que se cuentan el crítico literario Enrique Díez Canedo, "descubridor" de León Felipe, también miembro. Dicha institución se convertirá más adelante en el Colegio de México, uno de los pilares culturales del país.

Desde aquella posición de cierto privilegio -el conocimiento del país, de donde es su mujer Berta- León Felipe se transforma en un "ángel" para los exiliados. "Ayuda en todo lo que puede a sacar a gente de España y a facilitar luego su integración social en México. Este hecho es una de las claves de León Felipe, que se convierte en una de las voces del exilio", explica Alberto Martín, responsable de actividades de la Fundación León Felipe. Desde aquella atalaya de la experiencia se relacionó con personajes como el pintor español José Moreno Villa, o con los músicos Rodolfo Halffter, Jesús Bal y Gay y Adolfo Salazar.

Su compromiso se traslada a su creación literaria. Así, el primer libro editado por el Colegio de México será "El payaso de las bofetadas" (1938), concebido, precisamente, a bordo del Bretagne. Un año más tarde, publicará "Español del éxodo y del llanto", reflejo de la frustración que él mismo había experimentado en primera persona.

Para entonces, León Felipe comenzaba a cumplir la promesa que se había hecho al salir, por segunda vez, de su país natal: no volver durante la vida del régimen franquista. Así es como Felipe Camino y otros intelectuales en el exilio se adelantaron, en su papel de "ángeles de la guarda", a Schindler y compañía. No deja de ser curioso que el autor zamorano fuera uno de los primeros poetas en significarse contra el Holocausto nazi, inquietud que le valió el reconocimiento del Gobierno israelí. León murió en 1968, con el dictador Franco todavía al mando del país. Y por supuesto, cumplió su promesa de no regresar jamás a España.