Una suave loma, estribación del inmediato otero de Peña Grande, sirve de asiento para esta entrañable localidad de Quintanilla de Urz. Sus solares, en apacible cuesta, permiten una progresión en altura de los edificios. Así sus tejados asoman unos por encima de los otros evocando las formas de una gran escalinata con la que realzar la iglesia, la cual campea desde lo más alto. Se forma así un núcleo muy hermoso, bien armónico con el entorno circundante.<br /> <br /><b>- Distancia desde Zamora: 70 km.</b><b>- Longitud del trayecto: 7 km.</b><b>- Tiempo aproximado: 2 horas.</b><b>- Dificultad: Baja (buenos caminos).<br /><br /></b> <br /> <br />El acceso más habitual para llegar al pueblo es un corto ramal que se aparta de la carretera que se adentra en el valle de Vidriales. Bien cerca, por el extremo meridional de su término, cruza la autovía de Las Rías Bajas, dotada de un oportuno empalme. A modo de grata bienvenida, la calzada por la que entramos la han acondicionado como un atractivo paseo, provisto de árboles. A su orilla han instalado un parque biosaludable. <br /> <br /> <br />Ya dentro de sus calles, apreciamos que la mayor parte de las viviendas son de nueva construcción, lo cual agrega una sensación muy grata de progreso y modernidad. No obstante se han conservado diversas huellas de un pasado ancestral. El término local estuvo habitado desde épocas muy antiguas. En la zona llamada El Castro se descubrió un grupo de pequeños menhires. A su vez dentro del pago de Trespalacio aparecen tégulas romanas, posibles vestigios de una villa tardoimperial. La propia población fue adquirida a la familia de los Losada, en 1451, por Alonso Pimentel, conde de Benavente. Se señala también su dependencia del monasterio benaventano de San Jerónimo. <br /> <br /> <br />En el medio de una encrucijada, perdura la vieja fuente que abasteció secularmente de agua a los vecinos. Se construyó con piedras de tamaños dispares, pero colocadas con maestría para formar así una bóveda muy sólida con la que se protege el manantial. La losa que actúa de pretil aparece sumamente desgastada. Impacta esa erosión, pues se debe al roce de los innumerables cántaros que allí se posaron en el trasiego de llenarlos en el depósito interno. <br /> <br /> <br />Desde aquí es fácil acercarnos a la iglesia, aunque no existe un acceso directo. Ya ante su atrio, comprobamos la nobleza de sus muros, creados con una habilidosa cantería de piezas desiguales muy bien ajustadas. En su costado del mediodía se abre un pórtico amplio y soleado. Su tejado se apoya en hermosísimas columnas dotadas de capiteles compuestos. Utilizaron para ellas una piedra arenisca que consiente una talla minuciosa. Ese mismo material se aprovechó también para la portada que allí se abre. Ésta posee un arco redondo engalanado con boceles y escocías que, tras ciertos anillos ideados como breves capiteles, se prolongan por las jambas. Actuando de marco, por fuera existe un amplio alfiz. Todo muestra unos diseños de un gótico ya tardío, con influencias renacentistas. Sobre el muro del hastial emerge la espadaña, muy esbelta y grácil, de silueta escalonada, con dos grandes ventanales para las campanas y otro vano menor que aligera el frontón de remate. En su cara occidental, el cuerpo de las escaleras mengua en parte tanta gallardía. No obstante le han buscado una utilidad complementaria. Lo aprovecharon como oportuno juego de pelota tras alisar minuciosamente sus superficies. Otro pequeño campanil se alza sobre el muro de la sacristía. Pese a su sencillez exhibe trazas nobles, con pilastras a ambos lados de su único vano y un frontón triangular por encima. De él cuelga un solitario esquilón . <br /> <br /> <br />La excelencia constructiva apreciada por el exterior se repite en los recintos internos. Vemos así una nave funcional, techada con armadura leñosa, que se mantiene en suave penumbra. Como contraste, la capilla mayor, dotada de una amplia ventana, aparece inundada de luz. Esa generosa iluminación realza a su vez la magnífica bóveda de crucería estrellada que actúa de cubierta. El arco triunfal que enlaza ambas partes muestra una curva muy apuntada. Todo debió de construirse a finales del siglo XV o comienzos del XVI, siguiendo proyectos unitarios. En ese ámbito arquitectónico destacan con intensidad los retablos barrocos, recubiertos de dorados. De ellos, el del altar mayor, presidido por la figura de San Pelayo, titular de la parroquia, posee un denso ornamento del que sobresalen cuatro columnas salomónicas muy suntuosas. Los laterales, muy parecidos entre sí, se colocaron muy oportunamente en las esquinas entre la nave y la cabecera, para generar así, entre los tres, un notabilísimo conjunto. <br /> <br /> <br />Cerca de la iglesia se sitúa el edificio de las antiguas escuelas, rodeado de ciertos arbolillos ornamentales. Por detrás, en los campos baldíos inmediatos resiste un palomar tradicional todavía en buen estado. Posee planta cuadrada y tejado a una sola vertiente, con las troneras para el acceso de las palomas debajo de un tejadillo adicional. Sus muros, creados con un tapial intensamente rojizo, se prolongan en altura para generar un eficaz cortavientos. En su conjunto es un magnífico ejemplar de la arquitectura tradicional de la zona. <br /> <br /> <br />A escasos cientos de metros de los últimos edificios se emplaza la popular ermita de San Isidro. Su figura es visible desde lejos, ya que se asienta sobre una loma dominante, en la que su fortaleza y reciedumbre contrasta con la decrepitud de las paredes de viejos corrales, situados en las laderas contiguas, arruinados hace ya muchos años. Construida con mampostería, posee unas considerables dimensiones, destacando en ella el portal situado en la fachada de poniente, bajo el que se abre la puerta. Como reclamo, por encima, se yergue una espadañuela de un solo vano. El interior, cubierto con una rústica armadura de madera, posee un humilde retablo también barroco. En su único nicho se entroniza la imagen del santo que a lo largo del año aparece velada con una cortinilla. Así su contemplación queda reservada para unos días antes y después de la fiesta del 15 de mayo. Muy emotivas eran, y suponemos que seguirán siéndolo, las procesiones de subida y bajada desde el santuario. En ellas se pujaba y plantaba al santo, subastándose las andas, generando estampas imborrables. <br /> <br /> <br />De nuevo entre las casas, buscamos la calle Cañuto para empalmar a su fin, en una bifurcación, con el camino designado como de Tras el Sierro, que es el que vamos a aprovechar para nuestra caminata. Es una buena pista que enfila decidida en dirección noreste tras dejar atrás las viviendas postreras y un par de grandes naves pecuarias. Un poco más allá, por los baldíos inmediatos, a mano izquierda, permanecen las huellas de antiguas bodegas. Yacen abandonadas, con sus portadas inútiles, hundidas sus cuevas en nuestros tiempos. Seguimos nosotros rectos hacia el potente talud que cierra los horizontes por ese lado. Son más de dos kilómetros de remonte continuo, a través de una especie de loma que se tiende entre vallejos. A su fin hemos superado unos ciento cincuenta metros de desnivel. <br /> <br /> <br />Ya en lo alto, antes de que la vegetación acote las miradas, es preciso dedicar unos momentos a la contemplación del amplísimo paisaje. Por debajo una sucesión de lomas y vaguadas muestran la rigurosa disposición de las fincas, trazadas con exactitud geométrica sobre ellas. Al fondo, el pueblo reposa mansamente, distinguiéndose tras él la vega del Tera, verde y fecunda, poblada de choperas. A la derecha la atención se concentra sobre el llamativo cerro de San Esteban, perteneciente a Brime de Urz. Pese a la considerable lejanía, su figura cónica tan perfecta queda potenciada con la aguda espadaña de la ermita que allí se emplaza. En la lejanía asoman las cumbres montañosas de la sierra de Cabrera. <br /> <br /> <br />Accedemos a una especie de rasa o páramo que viene a ser la última estribación, la más meridional de otra sierra, la de Carpurias. A media distancia se hacen presentes los eólicos que coronan sus cumbres. Un tendido eléctrico de alta tensión, que de ellos proviene, nos pasa por encima. La aspereza y desolación orográfica de estos parajes queda aliviada por la maraña vegetal que allí prospera. La forman numerosos rebrotes de encinas de cierta talla ya y entre ellos cerrados jarales. A poco de penetrar en ese monte llegamos a un cruce que resulta un tanto estratégico. Tal empalme actúa de confín entre los municipios del propio Quintanilla, Santa María de la Vega y Morales de Rey. Si siguiéramos de frente arribaríamos en ese último pueblo, ya en la vega del Eria. Pero nos desviamos hacia la derecha a través de la vereda transversal denominada camino del Ladrón, trazada por las mismas lindes entretérminos. Resulta relajante pasear por ella, ya que en todo momento nos arropa y protege la fronda arbórea. Avanzamos así cerca del talud, pero no nos asomamos de momento a él. <br /> <br /> <br />Después de un escaso kilómetro por esa trocha, topamos con otra encrucijada, junto a la que aparecen sorpresivamente dos enormes depósitos cilíndricos, protegidos por una cerca de alambres. Un cartel existente junto al acceso nos aclara que forman parte del abastecimiento de aguas de Benavente y los valles. Son los depósitos principales, contando con un volumen de 15.000 metros cúbicos, construidos con los recursos aportados por el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino del Gobierno de España. Sorprende su establecimiento en lugar tan apartado, el cual, sin duda, ha de ser funcional respecto a toda la comarca. <br /> <br /> <br />Desde allí y a través de una nueva pista iniciamos el regreso al pueblo. Tras pocos pasos nos asomamos decididos al desnivel, contorneando con diversas curvas un cerro avanzado que es el denominado Cuesta Gorda. Junto a uno de los primeros y más cerrados recodos encontramos un depósito cuadrado, de pequeño tamaño, semienterrado en el lindón. Al bajar junto a él advertimos que deja escapar unos hilillos de agua. Suponemos que estará relacionado con los otros mucho más grandes ya contemplados, pues las tuberías cruzan soterradas por allí mismo. Tal vez sea un venero independiente. Desde este punto y algo más adelante el paisaje se nos vuelve a mostrar grandioso, incluso más espectacular que a la subida. El propio alcor posee algunas cárcavas que dejan a la vista su entraña arcillosa. Alcanzada la base, caminamos por una ruta paralela a la que nos trajo, hasta que ya muy adelante vira y confluye con ella a las orillas de una de las tenadas. Muy cerca hemos dejado un cerrillo repleto de bodegas, en este caso bien conservadas.