Cuando hace unos pocos días regresaba del café, al entrar en casa sonó el teléfono y como era uno de los pocos ratos que mis hijos me dejan solo ¡cuánto se lo agradezco!, me encontré con una voz muy conocida, pero que de momento no identificaba y fue ella quien me dijo ¿eres Luis?, soy Marisol López del Estal y quería pedirte que escribieses algo sobre los 120 años de EL CORREO DE ZAMORA.

Aunque intenté escabullirme, pues ni mi espíritu, ni mi cabeza están como para pensar, me sentía tan agradecido de que la directora del periódico (pues no he conocido otro en Zamora) se hubiese molestado en llamarme personalmente, que acepté remover mis recuerdos y cumplir su encargo, aún sabiendo que no resultaría nada brillante, ni a la altura de la celebración.

Un periódico con tantos años de historia tiene que estar por fuerza ligado de una forma esencial a quienes hemos vivido con él una buena parte de nuestra vida, dentro de unos días, 86 años. EL CORREO DE ZAMORA allá en la infancia llegaba a nuestra casa por las tardes, luego pasó a la mañana, al fusionarse con «El Imperio», diario creado por el Gobierno tras la Guerra Civil, y desde entonces, pasó a ser el compañero que cada día entraba en nuestra casa con toda la actualidad, principalmente la más cercana, la de la ciudad y provincia, aunque completase sus páginas, aquellas inolvidables sábanas de papel, con información nacional, deportiva, cultural y social.

Fueron aquellos años en los que España despertaba ya a una nueva época que, con la llegada de la democracia, desembocaría en la privatización del diario que habíamos conocido como defensor de los principios tradicionalmente católicos, después tras su fusión con «El Imperio», como periódico perteneciente a la cadena del llamado Movimiento, y más tarde, tras la privatización de los medios de Comunicación Social de Estado, un miembro más de un destacado grupo de comunicación nacional que aquí continúa en Zamora a nuestro lado.

Ha vivido, pues, EL CORREO DE ZAMORA una larga vida de 120 años con muchas vicisitudes, varias ideologías, diversos propietarios y algunos apellidos añadidos a su primitivo nombre y ahí sigue llegando cada mañana a los quioscos y a los domicilios de los zamoranos. Siempre valoré su trascendencia en la vida de la provincia, sobre todo, cuando desempeñé el cargo del presidente de la Diputación Provincial ya que, entiendo, sirvió al principal objetivo de relatar día por día la vida de los pueblos de la provincia, con una red experta de profesionales y corresponsales, dando cuenta de la labor, buena o mala que, con la mejor voluntad, eso sí, llevamos a cabo en aquel tiempo.

No recuerdo haber entrado en ningún Ayuntamiento de nuestros pueblos que no encontrase encima de la mesa del alcalde un ejemplar del periódico. Creo, sinceramente, que tanto ellos como yo, nos fiábamos del mismo, al menos, tanto como del BOE. Mis recuerdos de la infancia aquí en Zamora, de la adolescencia en Valladolid, mis años de trabajo en Madrid y, posteriormente, mi anclaje definitivo ya en mi querida Zamora han estado siempre acompañados de esta cabecera que, con las profundas vicisitudes y cambios de propiedad que ha vivido, sigue trayéndonos el viejo y emocionado recuerdo de EL CORREO DE ZAMORA de don Nicolás, Sánchez Manher, Paco Muñoz, Herminio Pérez Fernández, De la Rúa, Sixto Robles y Antonio Zabalo, entre otros.

Aquellos legendarios periodistas que supieron contarnos con enorme calidad y fidelidad la vida diaria de aquella Zamora inolvidable. Seguramente, uno de mis recuerdos más lejanos sean de don Nicolás (antiguo director del periódico), gran cura y estupenda persona caminando por la rúa y alguna vez diciendo misa de la que yo fui monaguillo, en la iglesia de San Juan, cuando el párroco era don Ulpiano y el coadjuntor era don Bernardino.

Quisiera terminar con un deseo: que LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA tenga muchos años más de vida y pueda dar fe del desarrollo de nuestra ciudad y provincia, pero sin que este desarrollo destruya ninguno de sus preciosos paisajes, ni la vista de la Catedral desde cualquier punto de la orilla izquierda del Duero.