Zamora vuelve a estar presente un año más en la quinta edición del Premio Memoria de la Emigración Castellano y Leonesa. Han sido muchos los familiares de emigrantes, en Argentina y Cuba principalmente, que han querido recoger en papel las palabras de sus antepasados para que formen parte del libro que recoge esta nueva entrega.

Uno de los relatos de zamoranos es el de María Paula Gallego Fernández, quien aprovecha la grabación de una conversación con su tío David Fernández Beades para rememorar cómo fue el viaje que él mismo con sus hermanas y sus padres realizaron desde el pueblo de San Vitero hasta Argentina.

Para sus abuelos sería el segundo viaje en barco desde su tierra hasta América. Moisés Fernández era de San Cristóbal de Aliste en un 1928, con 28 años, decidió emigrar a Buenos Aires, como ya hiciera años antes su hermano Bernardo. Ese viaje lo hizo con Luisa Beades, natural de San Vitero, de la que más tarde se hizo novio, para casarse en 1933 en la catedral del San Isidro, al norte de Buenos Aires. La enfermedad de su suegro les hizo volver a España y, debido al estallido de la Guerra Civil, les fue imposible regresar, así que se asentaron en el pueblo y tuvieron seis hijos, de los que le sobrevivieron tres.

Fue en 1949 cuando la familia pudo volver a Buenos Aires y ese viaje es el que recoge María Paula a través de las palabras de su tío David. "Le pedí que me contase el viaje en barco y grabé la conversación, en el afán de querer resguardar lo más fiel posible aquel relato", explica la autora.

Las necesidades económicas fueron el motor principal para decidir mover a toda la familia, no antes sin solicitar el pertinente permiso en el consulado, que estaba en Vigo. "Eran momentos en que toda la gente quería salir de España, debido a lo mal que se estaba pasando, después de una guerra civil, tras llovido, mojado, vino la Segunda Guerra Mundial, España tenía que pagar los favores a los países que le habían ayudado y prácticamente todo era contrabando", resume su tío.

No fue fácil coger el barco en Vigo, las dificultades se iban acumulando: desde los baúles que podían llevar y todo lo que dejaban atrás hasta los papeles que faltaban a última hora, que les hicieron perder más de un barco a punto de zarpar. "Al abuelo le entró la desesperación porque volver no podía. No había vacas, no había casa -todo lo habían vendido para el viaje- no había nada, volver para atrás no se podía, dinero no había para seguir pagando una pensión".

Finalmente, la familia pudo embarcar en el Tucumán. "Eran barcos de guerra argentinos con solo dos camarotes, uno para mujeres y otros para hombres. Los comedores estaban abajo y nauseabundos, así que nosotros prácticamente nos la pasábamos arriba del barco, en la popa o en la proa, arriba, al aire libre", relata, recordando los continuos mareos y la lata de sardinas diarias que comía la familia.

Durante el trayecto, el tío reconoce que ya pensaba en la "otra película" que le esperaría a él y su familia cuando llegaran a Argentina, país del que apenas sabía lo que le habían contado sus padres. "Los abuelos nos decían que, por ejemplo, el asunto comida iba a estar bien y era la pura verdad. Porque comer carne en aquellos tiempos en San Vitero no se podía, un guisito con algunas patatas o frijoles o garbanzos, pero carne era inalcanzable", explica a su sobrina.

Fue en esos interminables días en la cubierta del barco donde escuchó un tango por primera vez, gracias a un disco que solo tenía dos canciones. "Yo no había escuchado nada, no sabía ni lo que era un tocadiscos. No teníamos ni luz, ni agua corriente, ni comida", comenta.

Pero el "más lindo" recuerdo lo tiene cuando atracó el barco ya en Argentina. "Nos estaba esperando el tío David, muchos paisanos, Máximo García, porque estaba en una posición económica para esos tiempos bastante buena y tenía su camión. Hacía mucho calor cuando desembarcamos y nos convidaron con una cerveza", rememora. Una primera parada antes de trasladarse a Olivos, donde se instaló la familia Fernández Beades.

La vida de María Paula siempre ha estado marcada por su condición de hija y nieta de zamoranos, algo que ha llevado, como ella misma reconoce, "con bastante orgullo". De hecho, era habitual que toda la familia acudiera a menudo al Centro Zamorano de Buenos Aires, donde sus padres formaban parte del grupo de teatro. "Cuando era chica, tenía muy naturalizada la cultura española, en casa se hablaba de España y los inmigrantes, se comía paella, se halagaba el pulpo y el jamón crudo y se escuchaba música española", enumera. Una tradición que ha sabido mantener a lo largo del tiempo y a la que ahora le rinde su pequeño homenaje con este relato, que forma parte de la última edición del Premio Memoria de la Emigración Castellano y Leonesa.