Ubicado en una zona marginal de la amplísima Tierra de Campos, el término de Fuentes de Ropel se forma con tres espacios muy diferentes entre sí. El sector nuclear lo constituyen las típicas y despejadas llanuras comarcales, pero a ellas se agregan un trecho de la vega del río Cea y un conjunto de dehesas situadas entre la margen derecha de ese curso fluvial, lindantes a su vez con el Esla casi inmediato. Esa variedad de terrenos propició que fuera una localidad bastante populosa, pues a mediados del siglo XX llegó a poseer más de mil quinientos habitantes. Aunque en nuestros días ese censo ha menguado considerablemente, aún conserva una envidiable vitalidad.

Atendiendo a la Historia, en una de las dehesas citadas, la de Morales de las Cuevas, sobre un enclave dominante existió un amplio asentamiento prehistórico, cuyos vestigios arqueológicos resultan evidentes. Ciertos estudiosos afirman que pudo ser la ciudad de Brigaecium o Brigecio, bien documentada en tiempos de la conquista del noroeste peninsular por los romanos, años 26 y 25 antes de Cristo. Tras esa fase bélica, el lugar permaneció ocupado e incrementó su importancia, actuando como notable mansión en las calzadas que de Astorga enlazaban con Zaragoza. Su vitalidad debió de irse apagando en el periodo visigodo, quedando despoblado, posiblemente, con la invasión musulmana. Aunque se reocupó en algún momento de la Edad Media, no llegó a consolidarse, quedando reducido a la categoría de latifundio. Sus propietarios fueron, hasta la supresión de su Orden, los caballeros templarios. Fotografías aéreas testifican la pretérita existencia de diversas calles y numerosos edificios.

Es tras la Reconquista cuando surgió el actual Fuentes de Ropel, radicándose en un enclave rico en aguas y lo suficientemente apartado del cauce semipantanoso e insalubre del Cea. Aparece citado documentalmente por vez primera en el año 1017 con el nombre de Barrio de Fontes y algo más tarde, en el 1038, como Fontes de Rauperio. En esta última fecha, la infanta doña Sancha entregó la localidad, además de otras propiedades, al monasterio de San Antolín del Esla. Llegados ya al año 1285, Sancho IV cedió los derechos que aquí poseía a Alvar Rodríguez Osorio. Una donación similar la volvió a repetir en el 1300 Fernando IV el Emplazado, esta vez a favor de Juan Álvarez Osorio, hijo del anterior, quedando en poder de esa familia de los Osorio, luego marqueses de Astorga, durante largos siglos.

Alrededor del año 1498 aquí nació el capitán Gaspar de Cepeda. A pesar de ser el heredero de un mayorazgo, emigró a América en busca de mayor fortuna. Formó parte de las tropas de Hernán Cortés, en la conquista mejicana, consiguiendo la categoría de capitán general. No satisfecho del todo, intervino con Pedro de Alvarado en la ocupación de las tierras mayas. Anexionada y pacificada la zona, tras dirigir la restauración de la ciudad de San Salvador, la cual había sido destruida por los indios, se estableció en ella, desempeñando el cargo de alcalde mayor, hasta su fallecimiento en 1559. En su testamento dejó los caudales suficientes para diversas fundaciones benéficas y religiosas en su pueblo natal, que nunca olvidó.

Al recorrer ahora el casco urbano, encontramos numerosas viviendas en las que se conservan los rasgos de la arquitectura tradicional de la comarca. El material dominante es el tapial, reforzado en las zonas más nobles con ladrillo. La piedra, inexistente en los alrededores, apenas se utilizó. Algunas de esas casas albergaron a hidalgos, quedando como testimonio de ello algún blasón. La plaza principal es la rotulada como de Alfonso XIII. Posee planta rectangular y queda enriquecida con un agradable jardinillo. En su costado septentrional se sitúa el ayuntamiento, dotado de una torrecilla para el reloj, con la campana por encima. Al otro lado se halla el Pósito de la Obra Pía, granero fundado por el ya señalado Gaspar Cepeda. El edificio en sí posee planta cuadrada, con muros de ladrillo, una puerta en arco formada con grandes dovelas y un tejado a cuatro vertientes coronado por una compleja cruz de hierro dotada de veleta. Aquí se recogía trigo para la siembra, que era prestado a bajos intereses a los labradores que lo necesitaban. Su caritativa función se mantuvo hasta el propio siglo XX.

Desde tiempos antiguos existieron dos iglesias. De ellas, la de Santa María de Arbás en el año 1913 pasó a manos privadas. Aún se conserva parte de su estructura, reutilizada para usos profanos, con una desmochada torre y el cuadrado presbiterio, cuyas masas sobresalen por encima de los demás edificios. En nuestros días los cultos se concentran en la parroquial de San Pedro, situada al otro extremo, en contacto ya con los campos libres. En un monumento sobrio en su exterior, pero recio y voluminoso. Desde lejos se hace presente por su campanario, creado excepcionalmente con sillería pétrea, dotado de una pareja de ventanales en cada una de las caras de su zona alta.

La austeridad externa contrasta con la galanura desarrollada en el interior. Allá adentro todo resulta amable y acogedor, rico en componentes artísticos, formado por tres naves techadas con bóvedas de aristas. Las miradas confluyen enseguida sobre la capilla mayor, provista de una hermosa cúpula barroca rellena de yeserías policromas y presidida por un fulgurante retablo rococó en el que descuellan sus esbeltas columnas estriadas. En costado del evangelio destaca la capilla del Santo Cristo de Indias, la cual posee una bóveda gótica, de crucería estrellada, enriquecida con suntuosas arandelas en sus claves. En ella se da culto a la imagen del Crucificado que lleva esa denominación porque fue enviada desde América por Gaspar de Cepeda. Es una escultura, grande, bien realizada, que representa al Redentor ya muerto y que impacta por su expresión. Otros diversos retablos engalanan los muros laterales. De todos destaca el de la Virgen del Carmen, con una figura de la Reina de los Cielos muy hermosa, cincelada por Ramón Álvarez. Estimable es también el Cristo de la Salud, que fue traído de la desamortizada iglesia de Santa María. Recolocada en la cabecera, la pila bautismal, quizás del siglo XV, es un gran cuenco pétreo enriquecido en su exterior con una banda de flores de lis enlazadas con arquitos. Un emblemático par de llaves recruzadas, símbolo de jefe de los apóstoles, testifican que fue pieza creada para este templo

Conocidos los principales atractivos del casco urbano, salimos al campo libre tomando como punto de partida la calle rotulada como del Doctor Jesús Monzón. De ella arranca el camino del Molino, por el que vamos a acudir hasta el curso del Cea. La ruta es sumamente grata, bien acondicionada, provista en gran trecho de firme de asfalto y sombreada con una hilera de árboles. Debido a que es un itinerario utilizado habitualmente para el paseo, también está dotado de bancos que posibilitan el descanso. Se accede por allí hasta la zona deportiva y de piscinas, separada medio kilómetro de los demás edificios. A un lado quedan un par de palomares tradicionales, dañados desgraciadamente por la ruina. Otros muy hermosos existen en pagos más apartados, de los cuales al menos uno se ha beneficiado de una restauración minuciosa. La pista avanza por una suave hondonada. A la izquierda discurre el arroyo que drena gran parte del término, cuyo álveo aparece rectificado. Por la otra mano emerge una cadena de cerros terrosos, algunos de ellos animados con jóvenes pinares.

Penetramos ya de lleno en la vega, en la que apreciamos una mayor fertilidad. Atrás dejamos un importante camino transversal, llamado de las Carretas, para enfilar directamente hacia el propio río. Su trazado se intuye desde lejos por los frondosos sotos que prosperan junto a sus riberas, pero al llegar hasta ellos comprobamos que no existe un único cauce. Debido a la escasa inclinación del terreno por esta zona, se generaron cerrados meandros y brazos diversos. Pese a oportunos drenajes, aún encontramos tres lechos sucesivos. Sobre el primero de ellos, que antiguamente pudo ser el principal, se alza un puente histórico y notable. Está formado por tres ojos con vano de medio punto, siendo mayor el central, por lo que la plataforma superior adopta las formas de lomo de asno. Utilizaron para su obra piedra traída de lejos, con sillares ahora muy desgastados, desviados algunos en incipiente ruina. Sus orígenes acaso sean muy lejanos, dado su aspecto vetusto. Algún estudioso ha especulado que pudieran haberlo construido los romanos hace 2000 años. En su conjunto, a pesar de la masa de cañaverales que obstaculizan su contemplación, ofrece estampas de una intensa belleza.

A pocos pasos se emplazan un par de viviendas, bien cuidadas. Debieron de albergar a familias relacionadas con el viejo e inmediato molino, denominado de Alaiz. Esta factoría harinera fue levantada en el año 1716 y estuvo activa hasta 1906. La transformaron después en central eléctrica que suministró corriente a las localidades del entorno. Cerró en el 1976, yaciendo en nuestros días en un lamentable abandono. Su caz y su balsa, ahora vacíos, están rellenos de arboles y los cárcavos, formados con arcos pétreos, apenas se ven por la maleza.

Algunas decenas de metros más adelante alcanzamos el curso actual del río. Para salvarlo existe otro puente, mucho más moderno que el ya visto, pues al parecer se tendió en el siglo XIX. Está formado por al menos cuatro vanos escarzanos, creados con buena piedra, apoyados en pilas rectangulares. Por él se accede a los latifundios de la margen derecha, aunque nosotros no entramos en ellos. Ya hemos señalado el de Morales de las Cuevas, pero también tuvo gran importancia la dehesa de Rubiales, la cual fue sede de una encomienda de la Orden de San Juan. Otras dos haciendas son Piquillos y Valdelapuerca.

Iniciado el retorno, para evitar la repetición del itinerario que aquí nos trajo, al llegar al ya conocido camino de las Carretas tomamos el ramal de la derecha. De este modo avanzamos valle abajo, pero por poco trecho, pues nos volvemos a desviar en el siguiente empalme. Seguimos ahora por la pista designada como de Fontoria que se dirige directamente hacia el pueblo. Al avanzar por una zona relativamente elevada, gozamos en ese trecho de ventajosas panorámicas, abiertas hacia la propia localidad y el entorno circundante.