Ajeno a lo que ocurría a su alrededor, el adolescente que violó y asesinó a Leticia Rosino Andrés permaneció con la cabeza baja, impasible, durante la hora y cuarenta minutos del juicio. Solo abandonó esa actitud ausente durante escasos minutos, los que necesitó para contestar con lacónicas afirmaciones a las preguntas de la fiscal de Menores sobre si había violado y matado a la joven de 32 años, así como cuando el juez le indicó si admitía los hechos. El menor, de iniciales D.A.A. y vecino de Castrogonzalo, volvió a dar muestras de la personalidad antisocial que describen los psicólogos que le han examinado tras la brutal agresión a la joven tabaresa de 32 años a la que mató a golpes con una piedra de casi cinco kilos con la que le fracturó el cráneo.

Si bien al concluir la vista oral -cuando el juez le ofreció la posibilidad de tomar la palabra si quería- pidió perdón y dijo que estaba arrepentido de lo que había hecho, lo cierto es que uno de los rasgos de este tipo de personalidad es que "no tienen sentido de culpabilidad", ni dan muestras de arrepentimiento "de forma abierta y natural", tal y como recogen los informes de los equipos multidisciplinares que le entrevistaron. El adolescente se muestra "pasivo y desafiante", con altibajos anímicos, "narcisista y egocéntrico", concluyen los expertos que le han sometido a examen psicológico durante la instrucción del caso.

D.A.A. tiene una forma de ser y estar en el mundo que no le permite sentir empatía con la víctima por lo ocurrido, los expertos llegan a hablar de un "vacío emocional de las respuestas", de "frialdad emocional y tendencia al egocentrismo". Es "frío y calculador", fue capaz de sumarse a la batida de vecinos y guardias civiles para buscar a Leticia, de colocarse frente al novio, David Alonso, para darle ánimos y asegurarle que "la encontraremos". Estas personas "responsabilizan a los otros de sus propias conductas" y tienen "una tendencia a mentir en su vida diaria, que se agudiza con la edad".

En este caso, el menor asesino confeso denunció a su padre como autor del crimen e incluso llegó a dar detalles, como que le había visto con las manos ensangrentadas. Solo las contradicciones en las que cayó permitieron a los guardias civiles que investigaban el caso percatarse de que mentía y acorralarle para que colaborase y confesara el asesinato, que no así la agresión sexual, que negó hasta que los análisis de las pruebas obtenidas en la autopsia confirmaron la violación.

El comportamiento de estos individuos antisociales se caracteriza por violar los derechos básicos de los demás o las normas sociales, por protagonizar de forma consciente actos que entran en conflicto con esa norma, con los códigos de convivencia que rigen en las relaciones sociales. Aquí se incluyen las normas paternas, en lo que encajarían los novillos que hacía en el centro de adultos donde estudiaba. Precisamente, la tarde del crimen el padre le propinó una paliza por haberse ausentado de la clase durante tres horas.

Los psicólogos atribuyen al menor un trastorno disocial, que encaja con la agresión sexual perpetrada y con el asesinato, puesto que estas personas se caracterizan por cometer agresiones a personas (o animales), intimidar, fanfarronear, ser cruel con el otro, ocasionar daño físico o forzar a una actividad sexual. Otro rasgo es su "conducta disruptiva", caracterizada por "una ruptura muy marcada de las pautas de conducta y valores generales o sociales aceptados, que pueden amenazar la armonía e incluso la supervivencia del grupo", "a través de acciones hostiles y provocadoras", según las definiciones consultadas.