Dentro de la amplia cuenca drenada por el arroyo de Campeán o de los Barrios, el pueblo de Casaseca ocupa un suave y ameno paraje. Se acomoda a los pies de la larga cadena de cerros que marca la divisoria de aguas con el arroyo de Valparaíso. De todos esos altozanos, los más cercanos y descollantes son el de Las Mayas, el Teso Vicente y El Cueto, este último aprovechado para la instalación de potentes antenas. Desde la cumbre de cualquiera de ellos, alzando las miradas por encima de los pinos que tapizan sus laderas, se abarcan amplísimos espacios; siendo la ciudad de Zamora la referencia más destacada. Mucho más allá, los confines los marcan el Teleno y las sierras sanabresas, bien nítidos si sus cumbres aparecen cubiertas de nieve. A su vez, la localidad, en su denominación, incluye el sobrenombre de Campeán, para diferenciarla de su homónima de las Chanas, no muy distante.

Entre el casco urbano y esos alcores serpean las vías del viejo ferrocarril de Plasencia a Astorga, cerrado y sin mantenimiento desde hace varias décadas. Para el servicio del propio pueblo existió un modesto apeadero, derribado ahora, el cual facilitaba el tránsito de los vecinos, que así no tenían que desplazarse hasta lejanas estaciones. A orillas del trazado ferroviario, un tanto hacia el norte, en el pago conocido como La Laguna, al hacer un camino en 1973, aparecieron fósiles de tortugas gigantes. Pertenecen a una especie única, designada como "Allaeochelys casasecai", de gran interés científico, sólo descubierta en esta zona y en áreas inmediatas del término de Corrales. Se han recuperado ejemplares completos, expuestos en uno de los departamentos de la Universidad de Salamanca. Además de otros vertebrados, también surgieron restos de peces "Vixperca corrochanis" y de cocodrilos "Duerosuchus piscator". Esos animales vivieron en un periodo de la Era Terciaria, el Eoceno medio, hace unos cuarenta millones de años. Al pasear por allí resulta fácil encontrar fragmentos menudos, troceados por las continuas labores de arado.

Centrándonos en la propia población, ésta se nos presenta como un denso conjunto de edificios rodeado de terrenos despejados. A pesar de ese apiñamiento, existen algunas plazuelas, ajardinadas y muy acogedoras. Una se sitúa junto a la calle Zamora y posee una pintoresca fuente ornamental. En otra han instalado la parada de autobús y se caracteriza por disponer de dos arbolillos recortados con formas de agudos conos. Las casas, bien acondicionadas en nuestros días, mantienen en gran medida la arquitectura tradicional de la comarca. Descuellan ciertos trabajos de cantería, creados con la dorada arenisca extraída en canteras inmediatas. Aparte de alguna fachada completa, emplearon sillares para las esquinas y el recerco de los vanos. Encontramos detalles de cierto virtuosismo, como una ventana situada en la calle Pozo Nuevo, ornamentada con recuadros y estilizados abanicos. Muy características son aquellas viviendas que poseen una especie de zaguán externo a cuyo amparo se abre la puerta. En ese espacio semipúblico colocaron poyos laterales para, dependiendo de la época del año, sentarse a tomar el sol o la fresca. Diferente y única es otra casa, con un amplio portalón que ocupa todo su frente, estribado en un par de recias pilastras.

La iglesia, noble y monumental, se ubica en la zona más alta y céntrica. Debido a ese emplazamiento y a su considerable envergadura, destaca desde lejos, asomando con energía por encima de los demás tejados. De cerca apenas existen perspectivas, pues los demás inmuebles se comprimen a su lado, como buscando amparo y protección. La espadaña, levantada sobre la fachada septentrional, resulta muy gallarda. Posee tres ventanales, pero se caracteriza además por su riqueza en cornisas y un segundo ático aligerado con un pequeño óculo. La carencia de espacios libres en el lateral del mediodía, propició que aprovecharan el cuerpo bajo de ese campanario para abrir en él la puerta principal. Conscientes de la rigurosidad climática, sobre esa entrada tendieron una corta bóveda decorada con un singular almohadillado, de efecto estético muy positivo. Este paso se halla tapiado desde antiguo, accediéndose por otro situado en el hastial, protegido por un pequeño porche.

El interior sorprende por su unidad y armonía. Arquitectónicamente consta de una amplia nave con cinco tramos y cabecera poligonal. Entre los gruesos pilares sustentantes dispusieron capillas muy poco profundas, las cuales crean una cadencia muy efectista. Las bóvedas, de cañón con lunetos, se enriquecen con suntuosas yeserías en las que se combinan los motivos geométricos con los vegetales. Todo el edificio se levantó en el siglo XVIII, siguiendo un único proyecto. Lo construyeron sobre los mismos solares de un templo anterior, que sufrió a lo largo de su historia sucesivos episodios de ruina que consumieron esfuerzos y caudales. Al no conseguir la solidez precisa, aquel recinto fue derribado para sustituirlo por el actual.

De todos los retablos destaca el mayor, de un estilo rococó mesurado y noble. Se singulariza por cuatro columnas corintias de fustes lisos, fulgurantes por los dorados. El nicho central está ocupado por una hermosa imagen de la Inmaculada, de porte sereno y comedido. Desde arriba, desde el ático, preside la figura de San Isidoro, el santo patrón, al que simulan dirigirse dos ángeles representados en violento escorzo. El arzobispo sevillano fue intensamente venerado en la localidad. Antaño bajaban con gran esfuerzo su estatua para pasearla en procesiones y rogativas. Además de conceder lluvias, le adjudican numerosos milagros. Cuentan que en una ocasión un hombre subió al campanario a repicar, pero tropezó y se precipitó desde las mismas troneras. Las gentes que lo vieron acudieron angustiadas, convencidas de hallarlo sin vida. Pero para asombro de todos, el supuesto fallecido se levantó sin ningún daño o lesión. Había pedido ayuda al santo según caía y éste atendió la súplica.

Entre los altares laterales, el del Santo Cristo presenta líneas churriguerescas, con gruesos ornatos y columnas salomónicas. Cobija una noble estatua del Crucificado, de armoniosas proporciones y correcta policromía. En frente, el de San Miguel, se forma con un gran lienzo que reproduce al santo arcángel en actitud belicosa y triunfante, con la Santísima Trinidad y bienaventurados por encima y a sus pies el Purgatorio y los Infiernos.

Concluida la contemplación de lo más atractivo del pueblo, buscamos el llamado camino del Pozo Nuevo para hacer un recorrido por el término. Salimos así hacia el oeste, para atravesar la carretera que se dirige hacia Villanueva justo en el punto donde ésta traza una cerrada curva. Unos pocos metros más adelante topamos con una bifurcación en la que optamos por el ramal de la derecha. La pista bien acondicionada que hemos elegido desciende suavemente, limitada por bardas generadas por árboles diversos. Encontramos chopos, álamos, negrillos, endrinos, escaramujos? que se entremezclan entre sí. En las fincas contiguas destacan, entre otros ejemplares, un frondoso nogal y un viejo castaño, notable éste por las considerables dimensiones de su tronco. En un espacio comunal, relleno ahora de hierbajos y maleza, se halla un largo abrevadero de cemento, desaprovechado en nuestros días. Se llenaba con los aportes de un sondeo que ha de ser ese Pozo Nuevo que dio el nombre a la ruta. A tal venero acudían las gentes a abastecerse de agua para el uso doméstico, ya que, testimoniando la veracidad del nombre local, no existían fuentes dentro del propio núcleo habitado.

Proseguimos por el medio de un sector de fincas amplias y fértiles, sin desviarnos en ningún cruce. Abajo del todo atravesamos el principal lecho acuático de la zona, el ya citado arroyo de Campeán o de los Barrios. Como consecuencia de las rectificaciones ha perdido su aspecto natural, mostrándose ahora como una zanja larga y monótona, poblada de cañaverales. Pocos pasos más allá alcanzamos la cañada de la Vizana, notable ruta de la trashumancia, la más importante del oeste peninsular. Al converger con ella nos desviamos hacia la izquierda, para seguirla en un largo trecho. El itinerario que ahora pisamos es una de las pistas diseñadas en la concentración parcelaria que por aquí sigue relativamente fiel al trazado tradicional, desviado en otras partes. Sus dimensiones no son las originarias, pues la trocha ganadera habría de tener 90 varas de anchura, es decir algo más de 75 metros. Hemos de evocar con la imaginación el paso masivo de los rebaños, en dirección a las montañas de León en las primaveras y hacia las dehesas extremeñas en los otoños. A su vez, este itinerario pecuario se sobrepone a la ancestral calzada romana que enlazó Mérida con Astorga, conocida como Vía de la Plata. Este tramo es el comprendido entre las mansiones de Sibaria y Ocelum Duri. Cuando todavía era una senda sin acondicionar, por aquí cruzaron los ejércitos de Aníbal en su expedición más profunda por las tierras hispanas, aquella en la que asediaron y destruyeron la ciudad vaccea de Arbocala. Después la hollaron las legiones imperiales y las caravanas de carros transportando el oro extraído de Las Médulas bercianas y de otras minas del noroeste.

Continuamos hacia el sur, rectos en un cruce intermedio, hasta atravesar por segunda vez el arroyo y llegar a otra nueva confluencia. En ella volvemos a virar hacia la izquierda para enfilar de definitivamente hacia Casaseca. Al lado de ese empalme se yergue un moderno miliario, cilindro de granito colocado hace unos años. Lleva una inscripción en la que se lee el nombre de Villanueva de Campeán, vecina localidad a la que llegaríamos enseguida si siguiéramos de frente. Y es que por aquí se marcan las lindes entre los respectivos términos municipales. Sobre los parajes inmediatos se levantó la aldea de San Pedro del Campeán, yerma desde hace varios siglos. Iniciamos el retorno ascendiendo una leve cuesta. Alcanzamos enseguida una frondosa alameda, una especie de isla forestal situada en el medio de tierras desnudas. Nos apartamos hacia la izquierda en otra bifurcación, para seguir después de frente en sucesivas intersecciones. Pasamos por las cercanías de una finca rellena de placas solares, quedando otra similar más distante. Muy cerca ya de las casas vamos a converger con el camino por donde salimos, para regresar por él al punto de partida.