Llegó puntual, inquieta, "¡a ver qué vas a contar!", espetó con sonrisa nerviosa que le acompañaría durante toda la conversación. "Tengo que ir a alguna clase de risoterapia porque tengo la tristeza metida para dentro?". La fue perdiendo casi sin darse cuenta, fue cayendo en un pozo hasta llegar a sentirse "sin fuerza," ya no era ella, esa mujer vivaz, decidida y llena de proyectos para progresar. Su marido fue matando a aquella joven inquieta: "Tú no eres una mujer como las demás". Benita, nacida en los años 30 del siglo pasado, se resistía a ir por el camino de las otras mujeres, se rebelaba aunque eran tiempos en los que "el hombre mandaba, la mujer tenía que estar a expensas del marido". Las discusiones, "el machaque, era constante", medio siglo soportando un maltrato psicológico que terminó en divorcio. "Él iba de bueno, pero era un infierno vivir con él", un hombre frío, que "vivía para él, seguía haciendo vida de soltero y me dejaba sola, no había ni afecto, ni diálogo ni nada, para él todo era discutir, decir que todo estaba mal y echarme la culpa, y así se vive muy mal".

Esta zamorana de 87 años lleva cinco respirando libre, por fin, lejos de su exmarido. Una deuda que siempre tendrá con su familia, "así no puedes seguir", se la llevaron del hogar que había compartido con su esposo durante ese medio siglo y que "el juez le dio a él, aunque la casa la compraron mis padres. Así que, cuando me fui me sentí liberada, pero ¿la injusticia de que se la dieran a él, de quedarme en la calle, sufriendo?".

Su familia, que sabía poco de lo que ocurría en aquel matrimonio, "los problemas estaban en casa", había preparado bien el rescate, tenían preparado hasta un piso de alquiler al que trasladaron todas sus cosas. Por entonces, "yo solo pensaba ya en morirme, mi vida no tenía ya aliciente, ya tenía muchos años". Le retuvo el miedo a que nadie la creyera, "las mujeres siempre tenemos la culpa", a que la señalaran con el dedo, "él perece un buenazo, un santo, fuera de casa nunca se altera, tiene una doble cara, en casa era distinto". Benita baja la mirada, juega nerviosa con sus manos, "¿cómo luchas contra eso?, ¿quién me iba a creer a mí?". La pregunta que persigue a todas las mujeres víctimas de la violencia machista y que las empuja a aguantar, a continuar soportando al maltratador. ¡Claro que pensó en dejarle!, pero inmediatamente surgía el miedo al rechazo social, "pensaba que iba a ser una desgraciada porque la culpa siempre es de las mujeres".

Cuando debía disfrutar del descanso de tantos años de trabajo, "comencé a sentir que me hundía. Antes tuve que trabajar mucho para salir adelante, porque él tampoco era un buen obrero, no hacía nada, solo poner obstáculos y discutir". Durante años aguantó a aquel hombre "egoísta y mala persona", así se lo habían enseñado, era lo que se esperaban de ella. Y, "aunque no puedes, tienes que seguir, pero, cuando eso terminó", comenzó a tomar más consciencia de la situación en la que vivía, del maltrato psicológico al que había estado sometida media vida, envuelta en un rol, el de víctima de violencia de género, que pocos en su entorno sospecharían.

No daba el perfil del que tanto se habla y que los expertos insisten en desmentir. Benita era activa, trabajadora, echada para delante, luchadora?, menos en casa, donde su marido conseguía cortarle las alas. "Me controlaba el dinero, tenía que darle cuentas de lo que llevaba a comprar, lo que gastaba y lo que traía". En ese juego psicológico perverso, su marido "me escondía cosas para que no las encontrara. Yo ya dudaba de mi capacidad". El insomnio fue llegando poco a poco para quedarse, "no te reponías de una bronca y ya había otra, eran problemas contantes". Benita "le tenía miedo, pensaba en que podía hacerme algo", recuerda que "estaba destrozada psicológicamente". Todavía hoy duerme a trompicones.

Casi ocho años le ha costado recuperar la vivienda, hace unos meses que pudo volver a tocar sus cosas, "ahora estoy contenta, hasta tengo ganas de reír". Se echa a llorar. Ya no hay ninguna sombra detrás, aunque todavía sigue acudiendo a terapia para superar aquella desgana por todo, "ya no era yo, me hacía la vida imposible, el maltrato psicológico es lo peor, ya estaba cansada, sin ilusión. Solo quería vivir tranquila". El aislamiento de la familia fue otra baza que intentó su exmarido, aunque los allegados no han dejado de estar pendiente de ella, tanto como para salvarla de aquella vida oscura. Ahora sonríe, abierta al mundo, disfruta de múltiples actividades, tiene hasta Facebook, "solo para mirar, ¡yo no escribo!", para hablar con la familia. Esto demuestra que "se puede salir, solo quiero pedir a las mujeres que sufren maltrato que denuncien cuanto antes, que no esperen tanto como yo porque se pierden la vida, lo mío no era vivir ya".