"Cerebro y espiritualidad. El gen de Dios" fue el título de la conferencia que ofreció el catedrático de Antropología Biológica y neurocientífico Ramón María Nogués dentro de las Jornadas de Otoño de la Fundación Científica Caja Rural.

-¿Ciencia y espiritualidad pueden convivir?

-No solo pueden, sino que deben convivir, de forma que ambas se ayuden una a la otra, en particular la espiritualidad, que está en crecimiento como compensación a la progresiva debilidad de la religión, socialmente. Lo que la neurología está aportando a esta situación es que tanto la espiritualidad como la religión son una experiencia normal de la persona humana y, lo que tiene más interés, es perfectamente comparable a todas las demás experiencias que se consideran hoy de lujo o de transcendencia en la especie humana, como la ética, la estética o la misma filosofía. Se trata de consideraciones sobre aspectos que no son de supervivencia de la especie, sino de lujo. Estas son de gran interés, porque son las que dan consistencia a la cultura. La ciencia en este momento ha analizado aspectos de la espiritualidad, por ejemplo la meditación, las prácticas de este tipo, y lo que detecta en sus registros es que estas prácticas, cuando están bien hechas, son beneficiosas, higiénicas e incluso terapéuticas. Ahora bien, las grandes afirmaciones de la espiritualidad no las ofrece la neurociencia, las ofrece más la historia, la filosofía o la teología. Pero la ciencia y su prestigio vienen a confirmar este tipo de interés.

-¿Cómo definiría el denominado gen de Dios?

-Es una expresión que utilizó un genetista norteamericano, Dean Hamer, para vender su libro. Pero la realidad de su estudio es modestamente interesante. Buscó un conjunto de personas que tuviesen sensibilidades espirituales bastante manifiestas para compararlas con otras personas que no la tuvieran. Realizó un análisis genético de ambos grupos y sus hallazgos vinieron a demostrar que los que tenían esta sensibilidad espiritual tenían una variante del gen de los receptores de la serotonina, que era diferente de los que no tenían esa sensibilidad. La conclusión es que probablemente la sensibilidad espiritual está conectada también con algún tipo de inclinación que ya tiene un registro genético.

-¿Similar entonces a otras capacidades?

-Sucede con otras dimensiones, es posible, por ejemplo, que las grandes familias de músicos, por ejemplo Bach, con esta prueba se diera con algún tipo de influencia de esta clase. Lo genético está detrás de muchas de las cosas que nos constituyen. Por lo tanto, no es que sea un gran hallazgo, sino un detalle que tiene su cierto interés.

-¿Cada vez es más complicado en la sociedad actual hacer un hueco a esa espiritualidad?

-Yo creo que no. En una primera aproximación, la experiencia religiosa, excepto en Europa, está muy extendida. La mayoría de la humanidad es bastante religiosa y, en algunos casos, muy religiosa, por ejemplo La India o África. Europa es el único lugar donde la religión está en crisis. Pero esta crisis europea de la religión está compensada por un interés especial que está suscitando una espiritualidad que no es religiosa. Algunas de las más importantes son del mundo oriental, como el budismo, el confucionismo, el taoísmo o el sintoísmo. En principio no son religiosas porque no hablan explícitamente de dios, al menos de la misma manera de la que hablamos en occidente. Ahora bien, esto no quiere decir que estas personas no sean profundamente espirituales.

-¿En otros lugares sigue teniendo la religión mayor presencia?

-Allí lo religioso no ha entrado en crisis como en Europa. Es posible que estos procesos europeos a la larga también aparezcan en otras culturas. La cultura va evolucionando mucho y ahora con estas situaciones de globalización esto se importa y se exporta.

-¿Es viable ser científico y creyente?

-En Estados Unidos todos los años se hace una encuesta para conocer en qué creen los científicos y desde hace un siglo no varían las frecuencias. Hay una mayoría que no es creyente, entre 50 y 60%, y una minoría amplia de científicos que son creyentes. Considero que es positivo que tanto las personas científicas que tienen creencias religiosas como el resto sepan manejarse con normalidad. Esto sucede en muchos campos, pero en el científico la guerra entre ciencia y fe creo que ya ha terminado y el planteamiento actual es otro.

-¿En cuál?

-Ante todo, el respeto a que cada persona hace una experiencia muy personal de su concepción del mundo y del sentido de la vida. Esta concepción personal puede unirse a experiencias de tipo religioso, intelectual, agnóstico o ateo. Ahora ya no tiene prestigio cultural ni el fundamentalismo religioso ni el fundamentalismo ateo, que también lo hay. Están pasado de moda, la sociedad cada vez es más consciente de que el mundo es muy complejo. Lo que sí se extiende es lo que yo denomino como agnosticismo de calidad, que quiere decir que la persona considera las posibilidades y no acaba de decidirse, porque le parecen todas muy complejas y dignas de respeto. Eso sí que se extiende cada vez más y me parece lógico.