Este característico pueblo sayagués disemina sus edificios formando calles un tanto abiertas e irregulares. En ellas, las diversas casas se intercalan entre las múltiples y peculiares cortinas. Tales fincas, explotadas parcialmente como huertos, contienen a su vez espacios con frutales y sotos arbóreos. Surge así una exuberancia forestal en la que destacan sobremanera los fresnos, emblemáticos para la localidad, pues sirvieron para darle nombre. En general se establece una perfecta armonía entre las construcciones y hogares humanos con la propia naturaleza, mansa y acogedora por estos sectores.

Debido a la citada dispersión, el casco urbano ocupa espacios muy amplios, abarcando entre extremos opuestos distancias de más de un kilómetro. Al pasear por los variados enclaves encontramos muchas viviendas nuevas, de calidad notable. No obstante llaman la atención las portaladas y demás inmuebles tradicionales, creados con rústica mampostería. Asoman en algún caso los volúmenes externos de los hornos, cuyas formas cilíndricas hacen recordar las de los cubos de bélicas murallas. También hallamos pontones y pasarelas tramados con grandes piedras, tendidos para salvar regatos menores y sobre todo el arroyo local más importante. Finalmente, perduran las fuentes seculares, cubiertas con rústicas lanchas y provistas de escalones empinados para descender hasta su depósito acuático.

Actuando como núcleo vertebrador, la iglesia se emplaza en una zona céntrica, en el punto de convergencia de los diversos barrios. Es un monumento muy gallardo, alto y firme, el cual emerge desde lejos por encima de la masa arbórea que oculta todo lo demás. Por su estilo y formas resulta muy similar a la iglesia de Gáname, fechada en 1796. Debido a esa similitud, suponemos que el edificio que divisamos también fue construido entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Siguieron diseños neoclásicos sobrios pero grandiosos, desarrollados con una magnífica cantería de granito, con piezas perfectamente escuadradas. La nueva obra se levantó sobre los solares de un oratorio anterior, del cual sólo reaprovecharon parte del muro del oeste. En su conjunto, el templo consta de cabecera rectangular, amplia nave con crucero y una elegante espadaña erguida sobre el costado de poniente. La única puerta existente se abre en la fachada septentrional. Está protegida por un enorme y profundo arco que alivia levemente el frío y la humedad de ese lateral tan sombrío.

La magnificencia constructiva externa se repite en el interior. Allí descuella la espléndida belleza de la cúpula tendida sobre el crucero. Pero esa majestad arquitectónica contrasta con la pobre dotación en retablos e imágenes. Un largo periodo de ruina y abandono, con los tejados prácticamente desmantelados, provocó la destrucción de las estructuras heredadas. Nos dicen que en ese aciago periodo llegaron a crecer hierbajos y zarzas con sus raíces clavadas entre los propios altares. Relevante hubo de ser el empeño para lograr la restauración. Pese a tanta pérdida, consiguieron salvar algunas de las imágenes más veneradas. Las vemos colocadas ahora sobre ménsulas laterales. Destacamos las de San Sebastián, San Andrés, Santa Catalina, los dos San Antonios: el Abad y el de Padua, la Virgen con el niño?, todas de los siglos XVI y XVII. Para aliviar la desnudez del presbiterio, trajeron, al parecer de Zamora, un sencillo retablo rococó, con dos nichos ocupados por esculturas de escayola. Desde una posición un tanto lateral, la figura ecuestre de Santiago matamoros, serena y noble, bien restaurada, representa al santo titular de la parroquia.

Además, en una de las paredes, frente a la puerta, destaca un cuadro sobre lienzo que reproduce la escena del Calvario, con Cristo crucificado entre San Juan y su madre. Llegó un tanto deteriorado y oscuro en nuestros días, pero parece obra de un buen pintor. El coro, construido con piedra, descuella por el balaustre de su antepecho. En la estancia habilitada por debajo se cobija la pila bautismal, un gran cuenco berroqueño desprovisto de cualquier licencia decorativa.

Los espacios libres situados delante de la iglesia actúan como Plaza Mayor. Ese recinto público posee las formas de un cuadrado, amplio y acogedor, seccionado por la carretera, la cual atraviesa a modo de ancha diagonal. En una de las mitades resiste la vetusta y simbólica morera o moral. Es sin duda un árbol centenario, cuidado y protegido secularmente. Un cerco pétreo lo defiende de la avidez de los ganados, habiéndose colocado además sólidos puntales para evitar que se desgajen sus troncos, tan gruesos como decrépitos.

A su lado, imponiendo su sacralidad a todo el entorno, se yergue un hermoso crucero. Consta de una base formada por escalones decrecientes, sobre los que se alza un pilar octogonal que lleva encima un rotundo signo cristiano. La intensa religiosidad del pasado propició que, además de esta cruz, colocaran otras en diversos puntos, implorando con ellas la protección divina frente a males externos. Estuvieron a la salida por las calzadas más concurridas, de las cuales se conservan la situada en dirección a Bermillo, denominada Cruz del Tesellino y otra bien firme, plantada sobre una roca, en el borde del camino de Abelón, cerca del actual depósito del agua.

Iniciamos el recorrido por los espacios libres del término local, buscando la calle del Toral, la cual arranca frente al campanario de la iglesia. Avanzamos por ella primero hacia el oeste para virar después al mediodía. Enseguida alcanzamos el cauce del arroyo que cruza por la mitad del casco urbano, llamado en algunos mapas rivera de Valnaro. Aunque gran parte del año carece de corrientes, en épocas de lluvias abundantes el vadearlo puede ser un tanto dificultoso. Por ello, desde antiguo se tendieron sobre su lecho puentes tradicionales, creados con grandes lastras. Nosotros aprovechamos uno moderno, más ancho y sólido, construido de cemento. Accedemos a continuación a la calle Cotorruelas, la cual, en uno de sus ensanches, contiene una de las viejas fuentes, muy concurrida antaño.

Llegamos a las últimas casas, a los confines de la población. Lo hacemos siguiendo la pista cementada hasta su extremo, para seguir luego por el camino que de ella arranca. Superamos otro regato menor para alcanzar una zona húmeda y sombría, con diversas hileras de fresnos, plantadas junto a las paredes de las fincas. Tras elegir las roderas más señaladas, las cuales enfilan hacia el suroeste, transitamos entre huertos y prados diminutos. En uno de ellos llaman la atención un par de pilas pétreas, adosada una de ellas a la tapia externa y otra ya en el interior. Las colocaron probablemente como lavaderos, teniendo que llevar el agua, tan escasa como imprescindible, desde el pozo contiguo.

Reanudamos la marcha en línea recta, evitando el extraviarnos por los numerosos ramales que parten en todas direcciones. Entramos así en una zona amplia y rocosa, tras la cual, a través una breve pero practicable angostura, accedemos a una pradera que se abre considerablemente. En todo momento hemos caminado próximos a la carretera que comunica con Bermillo, pero sin divisarla, oculta tras densas barreras arbóreas. Ahora la percibimos por la desaparición de cualquier obstáculo intermedio.

Cruzamos una bien marcada pista y mantenemos la dirección anterior. El trayecto resulta sumamente grato, pues discurre a través de campas tapizadas por fina hierba. Alcanzamos enseguida una profunda laguna, llagona en el vocabulario local. Está formada con una profunda excavación moderna, en la cual la tierra extraída se acumula en los bordes para conseguir un mayor depósito. Es la conocida como laguna del Rodellón, nueva según hemos señalado, pues la secular, menor y más somera, queda a pocos pasos. A su lado se abre la rústica fuente que es la única que mantiene agua en épocas de aridez. Para abrevar a los rebaños, se colocaron tres o cuatro pilas talladas sobre bloques de granito, las cuales se han de llenar con herradas desde el propio venero.

Un poco más adelante, en una bifurcación, optamos por las roderas de la izquierda. Tras seguir por allá un largo trecho arribamos al llamado Valle Ancho, amplios espacios de pastizales en los que los ganados deambulan libres y pacíficos. Allí se encuentra una segunda poza, la llagona Grande; o mejor dos, pues existe otra menor casi contigua. Nos movemos ahora hacia el oeste, en búsqueda de las porteras que sirven de acceso a uno de los caminos. Por ellas salvamos la alambrada contigua a la carretera. Justo en frente, por otro acceso similar, penetramos en un nuevo valle para virar allí hacia el norte. Todas esas cancelas hemos de dejarlas tal como las encontramos, para evitar que se escapen los rebaños. Tras algunas decenas de metros topamos con otra laguna más, la del Ramilo, agrandada también en tiempos modernos. Justo en su borde permanece la fuente ancestral, con más de una docena de pilas alrededor. Son rústicos cuencos de formas y tamaños dispares, pero en su conjunto resultan realmente admirables. Interesan tanto por su rareza, como por su valía etnográfica.

Divisamos en dirección norte una amplia nave ganadera y hacia ella dirigimos nuestros pasos, para dejarla al final a la derecha. En el medio de la campa encontramos un berrueco singular. Está formado por un gran bloque de granito que emerge del suelo, sobre el que carga una peña caballera lenticular. Desde lejos evoca la figura de un enorme galápago tomando el sol.

Una nueva laguna, la cuarta, se halla en el pago que en los planos rotulan como Valle Sardón, oportunamente ahondada junto a un corro de juncales. Es un retazo acuático redondo, en el que se reflejan los árboles cercanos y se duplica el azul del cielo. Por las roderas más señaladas proseguimos la marcha rumbo al noreste. Tras alcanzar una bifurcación optamos por el ramal de la izquierda, que es el más señalado. Terminamos enlazando algo más allá con una pista concurrida, llamada camino de Luelmo, pues con esa vecina localidad comunica. A través de ella retornamos al pueblo que ya divisamos cercano. El último trecho lo hacemos en paralelo con la rivera, la cual discurre por una zona rocosa y relativamente abrupta. Al fin sobrepasamos unas grandes naves, que son los primeros edificios por esta parte. Concluimos así la ruta por el extremo opuesto al que salimos.