Hace 18 años que Messi llegó a Barcelona para continuar su tratamiento hormonal. El mismo que Juanjo y Berna nunca tuvieron. Ellos jugaban en otra liga. Y en otra temporada. Corría el año 1959 y en Monfarracinos, Luis y Sole esperaban a su quinta hija. De nombre Bernarda. Nació en la noche del 15 de diciembre mientras nevaba. Era una niña "hermosa", según dijo don Dacio, el médico del pueblo.

Pesó y midió lo normal. Pero su crecimiento fue estancándose con el paso del tiempo. A los pocos meses, Sole se lo dijo a don Dacio: "Mi hija no crece". Y el galeno comenzó a tratar a la pequeña Berna con calcio y vitaminas. "Tomaba una cucharada al día de Calcio 20. Mi madre tenía guardada la estrechita botella de cristal en el armario. Y cada vez que no me veía, agarraba la botella y volvía a beber. Estaba buenísimo", recuerda Berna con una sonrisilla inocente.

Un año y siete meses después, vino al mundo Juanjo. El retraso en su desarrollo físico también fue evidente. Y en octubre de 1966 don Dacio derivó a ambos a Valladolid. "Cuando llegamos allí, también había niños con problemas de estatura pero por exceso. ¡Parecían Romay!", exclaman.

Los dos fueron ingresados durante un mes en la Clínica Universitaria de Pediatría y Puericultura de la Facultad de Medicina y en noviembre llegaron los resultados. "Las pruebas y estudios clínicos, analíticos, radiológicos, somatométricos y radioisotópicos practicados a ambos niños, han permitido concluir que su intenso retraso ponderoestatural se debe a una insuficiencia secretoria de la hipófisis por lo que se refiere a la hormona del crecimiento, ya que el resto de sus glándulas endocrinas no parecen alteradas por esta alteración hipofisaria, que podemos calificar de primitiva y posiblemente genética recesiva".

Lejos de suponer un mazazo para Luis y Sole, el diagnóstico fue un alivio. Por fin tenían una respuesta llamada enanismo hipofisario. "Está claro que todo el mundo quiere lo mejor para sus hijos pero después de todo, mis padres vinieron contentos porque nos podíamos valer por nosotros mismos, estaban tranquilos porque nos podíamos defender", recuerda.

La medicación prescrita por el doctor Sánchez Villares era sencilla: una gragea de B12 al desayunar, una tableta de Trofolonex-H a la hora de comer y "una cucharadita" de Belisina durante la cena. No obstante, la solución real contemplada por los facultativos pasaba por someterse a un tratamiento hormonal. Cuatro meses después de su visita a Valladolid, recibieron una carta firmada por el médico residente Juan Tovar que decía: "Las medidas tendentes a obtener la hormona hipofisaria humana con la que pretendemos hacer un intento de tratamiento han sido hasta ahora infructuosas ya que los diversos laboratorios a los que hemos solicitado tal producto, que no se vende en el mercado nacional, no disponen de la citada hormona. Pero nosotros continuamos tratando de buscarla". Sin embargo, la hormona nunca llegó. Al menos la humana. En un par de ocasiones, los médicos sugirieron a Luis y Sole someter a sus hijos a un ensayo terapéutico con la hormona de crecimiento de un animal. Con la de una vaca, para ser exactos. Pero se negaron rotundamente. No querían que sus hijos fueran los conejillos de indias de la medicina.

A falta de la llegada de esa hormona del crecimiento, el régimen de vida ordenado por los médicos abogaba por lo "normal" para niños de su edad: "Irán a la escuela normalmente, jugarán y no cambiarán hábito alguno de su vida acostumbrada". Y así hicieron.

Berna entró al colegio a los seis años, dos años más tarde que los de su quinta porque su madre tenía miedo del qué dirán y del qué le pasará. Pero una vez superado el temor inicial, fue como una más. Deseaba que terminaran las clases para llegar a casa, dejar la cartera, merendar -leche con Colacao y una yema de huevo- y volver a marchar. Jugaba con las demás al castro, a la goma o a la hinca e incluso se bañaba en el canal. Como no había relojes, el atardecer marcaba el toque de queda. "Salía todo lo que no salgo ahora, pero como me crié en el pueblo, estaba a gusto. Nadie me decía nada. Solo extrañé cuando fui a Zamora".

Después del colegio, con sus 1,14 metros de altura, comenzó sus estudios de Formación Profesional de Auxiliar Administrativo en la capital. "Me tocaron todos los cambios, el primer grado lo hicimos en el centro Amor de Dios de la calle rúa de los Francos y el segundo grado en el Castillo y en el Politécnico (actual IES Río Duero)". Pero lo peor no fueron los cambios de lugar. "Iba andando y tenía la sensación de que todo el mundo me observaba. Y no es lo mismo decirlo que verlo y mucho menos que sentirlo, la gente no sabe el daño que hace con la mirada", lamenta.

Compaginó los estudios con su trabajo de telefonista en la Central de Teléfonos de Monfarracinos, donde había una treintena de abonados, y al final, terminó abandonando el módulo porque no se veía capaz de superar algunas asignaturas. "Porque era muy burra y ya está", interrumpe Juanjo. Siempre está picando. Y cuando no, rezongando. Él también fue al Politécnico a cursar estudios de ebanistería que tampoco acabó.

Al igual que Berna, su morfología es armónica y proporcionada. Con la cara pequeña y redondeada. Pero su talla baja, de 1'18 metros de estatura, llamó la atención de los productores de la película "1492: la conquista del paraíso" dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Gérard Depardieu. Hizo de extra vestido de paje. "Tenían unos papagayos que valían medio millón de pesetas. Eran chulísimos, unos verdes y otros grises", recuerda al contar sus batallitas del rodaje en Salamanca.

Después de Juanjo y Berna, la familia Urueña Bartolomé volvió a aumentar. Felipe vino en el 64. Y Mari Carmen en el 67. Felipe vino bien, Mari Carmen vino mal. Bueno, sin la hormona del crecimiento. Era la octava y última hija de Luis y Sole. La tercera que padecía enanismo hipofisario. Todos creen que Mari Carmen hubiera sido la más alta de los tres, pero un accidente doméstico truncó su vida con solo cinco años. No obstante, la cosa no quedo ahí, el déficit de crecimiento también afectó a una de sus primas segundas, también llamada Mari Carmen. Una coincidencia para la que a día de hoy, nadie encuentra una explicación. Aunque sí una solución, por fortuna para el astro argentino. Y también para el fútbol.

¿Qué sería Juanjo si hubiera sido alto? ¿Y Berna? Alguna que otra vez se lo han preguntado. "¿Que me hubiera gustado ser como todo el mundo? Pues sí, claro" -responde ella- "pero como el otro, ya me he hecho así a la vida y nunca me he sentido rechazada gracias a mi familia".

Tras una vida dedicada a la agricultura y al ganado vacuno, a los pocos años de jubilarse, a su padre Luis le detectaron alzheimer, aunque nunca se olvidó del nombre del médico que diagnosticó a sus hijos. En 2010 murió. Cinco años después, Sole también se fue. Hasta entonces, Juanjo y Berna habían invertido todo su tiempo en ellos. "Ha sido así y no nos arrepentimos. Ellos se adaptaron a nosotros y nosotros a ellos".

Y es que pese a realizar mil cursos en el Centro Base de Minusválidos -de corte y confección, cerámica, artesanía, textil, central de alarmas y un largo etcétera-, nunca han encontrado trabajo. Ahora que sus padres ya no están, comienzan a preocuparse de ellos mismos y de sus achaques. Berna anda mal de la cadera y Juanjo de las piernas. Pero da igual. Los dos son igual de cabezones y de metódicos. Para subir a la salita de estar, Juanjo se sujeta al marco de la puerta. Coge impulso. Levanta un pie. Luego el otro. Y listo. Para fregar, Berna se sube a la silla. Llena de agua caliente la pila. Echa una cucharada sopera de Fairy. Y se pone a frotar. Como ella misma reconoce, le gusta que haya mucha espuma para limpiar bien toda la loza (un plato, una jarra y un par de cubiertos).

Sobre las tres de la tarde, una vez con el estómago lleno, Juanjo va al bar de Ana. "¿Has llamado al timbre?", le espeta la camarera al entrar. "Mira que te gusta dar guerra, ¿eh?", le responde él. "Ah, bueno, que hoy vienes acompañado, entonces no me puedo meter contigo", bromea. Pide su café, que alcanza de la barra con dificultad, y se sienta en la primera mesa de la derecha junto a la máquina de tabaco. Saca sus minigafas y se pone a leer el periódico. De pe a pa. Desde la fecha de publicación hasta el lugar de impresión. Eso sí, siempre comenzando por las esquelas.

Por su parte, Berna sigue religiosamente los partidos del Real Madrid pegada a su transistor. Además, todos los domingos acude a misa, donde se sienta en las primeras filas de la iglesia de San Martín de Tours junto a las demás cantoras. Es la única a la que le cuelgan los pies del banco. A la salida, los niños se quedan ojipláticos. ¿Es una niña? ¿Una señora? ¿Una señora en un cuerpo de niña? A ellos les perdona. Pero a los mayores, no. Y a quienes han diseñado un mundo para gente "normal", tampoco.

Los cajeros quedan muy altos. Los bordillos y los escalones también. Las estanterías de los supermercados, a años luz. La ropa y el calzado, gigantescos. Berna usa una talla 12-14 y calza un 29. Juanjo un poco más, viste una 16 y gasta un 32. Los dos ya se han acostumbrado a mirar en la sección de niño en busca de ropa que sea de su talla pero no demasiado infantil. Algo cada vez menos complicado. Aunque al final siempre tienen que andar con arreglos varios. De hecho, para la primera comunión, a Berna le tuvieron que cortar más de la mitad del vestido que previamente se habían puesto sus hermanas Marisol y Teresina. Parecía una muñequita en comparación con los demás. Eso sí, el blanco le quedaba perfecto. Casi tanto como a Cristiano Ronaldo en el Madrid. "Ay, si no lo hubieran dejado marchar...", suspira.