La iglesia de La Magdalena se convertirá a partir de este jueves, 4 de octubre, en el escenario de una exposición sobre belenes de la vecina Portugal. De esta manera, una parte de la extensa colección de Antonio Basanta Reyes será una de joyas que se podrán descubrir en el itinerario que se ha ideado con motivo del 56 Congreso Nacional Belenista que se celebra en la capital del 11 al 14 de octubre. El coleccionista madrileño defiende la tradición perenne del nacimiento y su gran valor artístico y etnográfico.

-¿Cómo comienza su pasión por coleccionar belenes?

-En mi propia familia. Tradicionalmente, todas las navidades montábamos el belén familiar, que es tan propio de la cultura y las costumbres españolas. Pero realmente fue a partir del año 77, de una manera totalmente imprevista, cuando fui acopiando una serie de piezas, fundamentalmente de belenes españoles

-¿Y cuándo dio el salto para ampliar su muestra a piezas extranjeras?

-Fue por cuestiones de carácter profesional. Tenía que viajar prácticamente por todo el mundo y descubrí que esta expresión del belén no solo era únicamente española o europea, sino que estaba prácticamente en los cinco continentes. Entonces pensé que, con tiempo, paciencia y cariño, podía ir acopiando dos cosas que me parecen muy importantes: la variedad de culturas que en torno al belén se manifiestan y el hecho de que la mayor parte de las piezas que hoy construyen nuestra colección pertenezcan a talleres, artesanos y artistas en plena actividad, para que demuestren que frente a la visión de que el belén es una manifestación artística en decadencia, aún persiste una pujanza y brillantez del fenómeno en todo el mundo.

-¿De qué cifras estamos hablando?

-La colección ahora mismo tiene más de 4.000 conjuntos y más de 25.000 figuras. Y ahora, por invitación de la asociación La Morana, tengo el placer y el privilegio de que una parte de la colección se pueda ver en Zamora, en el contexto del Congreso Nacional Belenista. Es una manera de cumplir con la función básica de todo belenista: compartir. Felizmente, desde el año 2000 llevamos una serie casi ininterrumpida de exposiciones. Este año haremos siete en lugares como Sevilla, Cáceres, Cádiz, Madrid, Salamanca y Ávila, además de la Zamora. Realmente, sería poco explicable que un coleccionista no quisiera convertir lo que él ha podido ir acopiando prácticamente por fortuna, azar y vocación con los demás. El belén solo tiene el sentido de ser permanentemente la expresión del homenaje al amor, como fuerza energética que mueve el mundo. Y la manifestación más evidente del amor es poder compartir, abrir tus espacios de intimidad y hacer que los disfrute otra gente.

-¿Qué parte de su colección se podrá disfrutar en la ciudad?

-La elección ha sido de figuras portuguesas, a petición de los organizadores del congreso, que quisieron hacer un guiño especial por la relación tan próxima en lo geográfico y cultural. Felizmente, Portugal tiene dos componentes que hace que sea especialmente fértil en este tipo de manifestación. Por una parte, tiene una tradición, como nos pasa en España, hay belenes portugueses ya en el siglo XVII. Además, ellos sí conservan una artesanía extraordinariamente floreciente. Nosotros hemos perdido en los últimos años muchos de los talleres artesanos de nuestro país y consecuentemente, la variedad que ofrece el belenismo portugués es superior ahora mismo a la que ofrece el español.

-¿Cuáles son sus principales características?

-Depende de la zona en la que nos fijemos. Podríamos establecer tres espacios privilegiados: el espacio del norte, donde lo que se trabaja fundamentalmente es la cerámica vidriada; el del centro, coincidente con un lugar de artesanía de belenismo muy importante, como es Estremoz, donde se producen una serie de belenes que son muy característicos de Portugal, denominados bonecos. Se trata de una especie de muñecos que dan ese toque tan colorista, tan naif y expresivo en sí mismo. En el sur del país el belén pierde colorido, pero cobra una nueva intensidad en el uso discretísimo del barro y sus diversas tonalidades. Se pasa de la fuerza del color a la intensidad de la emoción.

-¿Está satisfecho con el espacio de la iglesia de La Magdalena?

-Es maravillosa, a mí Zamora no termina nunca de sorprenderme. Veas lo que veas, siempre descubres elementos nuevos. Incluso en esta iglesia hay espacios que parecían que estaban esperándonos, porque las piezas quedan encajadas a la perfección. Es un disfrute, como sé que van a ser todas las muestras que se están organizando y que establecerán un itinerario belenista muy rico. Así se podrá potenciar otra de las cualidades más prototípicas del belén, que es su variedad, que le hace realmente único a la hora de compararlo con cualquier otra manifestación de celebración navideña.

-¿Es comparable al árbol de navidad?

-Algunos creen que es un elemento profano, cuando ciertamente tiene una fundamentación religiosa, incluso anterior al cristianismo, porque los árboles son motivo de adoración sagrada en las culturas primitivas. Se escoge el abeto por su forma triangular, que se relaciona con la trinidad y el ojo de dios, pero también por su carácter perenne. Las hojas son perennes como el amor, que solo puede renovarse, potenciarse y enriquecerse. Esa es la manifestación que colocamos al lado del belén, pero no tiene la misma profundidad de relaciones y miradas. Un árbol se podrá comprar más grande o pequeño, ser adornado con mayor o menor lujo, pero no aguanta miradas históricas, de artistas distintas y de estilos diferentes. El belén explota con una variedad extraordinaria y eso es lo que se va a poder ver en todo el itinerario zamorano.

-Aunque será complicado elegir entre su colección, ¿tiene algún conjunto al que le tenga especial cariño?

-Curiosamente, el grupo al que tengo más aprecio es probablemente uno de los que menos valor desde el punto de vista crematístico tiene en la colección. Es el primero, el que compré en la Plaza Mayor de Madrid cuando tenía diez años. Se trata de un grupo murciano muy sencillito y popular, lo que se denomina un belén de huevo frito, porque la parte que rodea la cuna del niño se asemeja. Y luego el último, que está casi sin desembalar. Es un candelabro de hojalata trujillano de Perú que me acaba de llegar tras perseguir al artesano tres años.

-¿Hay que tener paciencia para lograr esta extensa colección?

-Y en mi caso intentando que lo que entre en la colección sea para completar el lenguaje que la exposición posee y que además tenga un determinado valor, que puede ser artístico o etnográfico. El belén muchas veces es un documento precioso de las costumbres, de los ritos, de las culturas propias de las sociedades en las que nace. Incluso suele ser una pieza que recupere una cultura que se está diluyendo. En España se comprueba de manera muy evidente y rápida con la cultura rural y campesina, de tal modo que a veces el belén permite explicar a las nuevas generaciones según qué oficios o según que funciones.

-¿Tiene más significados además del artístico?

-Uno de los aspectos más fascinantes del belén es el valor simbólico de casi todo lo que contiene, porque las cosas son lo que son y además lo que representan. Por ejemplo, la lavandera y el río. Es muy difícil que en el belén más humilde del mundo no haya estos dos elementos. El río es el río de la vida, que es lo que explica, por otra parte, algo que luego se fija en uno de nuestros populares villancicos. En el río de la vida vive el pez principal, Jesús, y otros peces, los que queremos seguir el mensaje de Jesús. De ahí aquello de "pero mira cómo beben los peces en el río". A ese lugar acude una representante de la comunidad, felizmente mujer, a lavar los conflictos, y los problemas de la comunidad en el río de la vida. Porque el amor es la única energía capaz de convertir el enfrentamiento en unión, aproximación y armonía.

-¿Qué otros ejemplos singulares de este simbolismo existen?

-No es una elección caprichosa que sea un buey y una mula los animales del pesebre. En las culturas primitivas había una jerarquía de los animales y estos dos estaban los últimos porque son estériles. En una sociedad primitiva, donde la fertilidad era esencial, incluso para los ciclos económicos, para que la propia familia pudiera contribuir al cultivo y la cosecha de la tierra, el no poder tener descendencia no solamente era un elemento perjudicial para el desarrollo de la comunidad, sino a veces incluso asociado a condenas y castigos. Como en el belén también se enfatiza la pobreza y la humildad, a la hora de escoger los animales que estuvieran más cerca del primer dios que en las mitologías nace sin asociarse ni a la riqueza ni al poder, sino a la pobreza, al desvalido y al desamparado, se sitúa a estos dos animales en la máxima proximidad. Con lo cual, el belén adquiere, además de su manifestación artística y su capacidad de documentación etnológica o folclórica, un valor extraordinario, que es el del simbolismo. Todo empieza a respirar de otra manera y de ahí se explica que, en cierto modo, uno puede dedicar cuarenta años de su vida viviendo esta pasión.

-¿Cuál es el secreto para que esta tradición resiste a los siglos?

-Primero, cualquier sociedad que pierda sus tradiciones es una sociedad que se empobrece. La tradición nunca es enemiga del progreso, sino todo lo contrario, se asienta en unos eslabones que te permiten explicar tu realidad y sobre eso seguir construyendo para, a su vez, generar nuevas secuencias tradicionales. El belén está asociado a la historia de nuestro país de una manera inseparable. Es más, la primera manifestación cercana al belén, del siglo IV, se produce en un contexto muy curioso. Durante los primeros siglos del cristianismo no se celebraba la festividad del nacimiento de Jesús, solo las asociadas a la pasión y a la resurrección. En esa época una tendencia del cristianismo empieza a plantear la pregunta de que desde cuándo es Jesús dios. Unos pensaban que fue en el bautismo en el Jordán cuando el hombre se transformó en dios. Pero hay otra corriente que defendía que eso se producía desde el nacimiento con el obispo de Córdoba, Osio, a la cabeza. Arropado por otros seguidores, logró que se realizara el primer concilio de la historia de la iglesia, en Nicea, en el que se establece ese dogma y, a partir de ahí, se pone una festividad y se establece una ceremonia, el 25 de diciembre, celebración de la fiesta del sol invendible de los romanos, que los cristianos transforman en que Jesús es el nuevo sol y la nueva luz. La forma de celebrar esa fiesta es a través de un belén viviente, con personas que representan las figuras. Con el paso del tiempo la Iglesia se pone cada vez más rigurosa y al ser mayores los elementos profanos de algarabía alrededor de esa celebración, se prohibe.

-¿Y cuándo se reinicia esta tendencia?

-Cuando el 24 de diciembre de 1223 Francisco de Asís, que acaba de volver de Tierra Santa, pide dispensa a Roma para celebrar en una cueva ermita de Greccio, un pueblo italiano, un belén viviente. Sitúa una escultura del niño Jesús y se cuenta que cuando está dando la homilía es tal el fervor que pone en recordar lo que fue la noche de navidad que aquella estatua cobra vida llorando. Francisco se acerca, lo toma en los brazos, lo acuna y lo duerme. A partir de ese día, los franciscanos y la rama femenina de las clarisas toman la costumbre de nuevo en todas las navidades de situar la figura del niño con sus padres, y cantar en torno a ellos, con lo que hace que termine emergiendo.

-¿España es colaborador de este asentamiento?

-En España tenemos unos de los belenes más antiguos de Europa, que está en la Capilla de la Sangre, en el hospital provincial de Palma de Mallorca y procede de mediados del siglo XV. La tradición belenística española es imparable desde el primer momento de la historia. Lo llevamos como una tradición, fuimos lo que la exportamos a medio mundo. Italia fue fundadora, pero Portugal y España la promulgaron por todo el mundo. En el caso de España, gracias a su expansión por América, que ahora mismo es el territorio más exuberante de belenismo, desde Perú hasta México.

-Con estos mimbres, será difícil que desaparezca.

-El hecho de que el belén haya aguantado el empuje de la modernidad, además de los dos fundamentos que he mencionado anteriormente está el aspecto de que, a pesar de que ha habido más de un gran taller que ha desaparecido, en España aún hay grandes artistas y escultores con una tradición imaginera extraordinaria y una parte se vuelca en el belén. También porque tiene su propio encanto, que se comprueba cuando enseñas tus piezas en una exposición. Al público se le asoma una sonrisa, porque vuelve a reverdecer en él el territorio de la ternura, del encanto y, en el fondo, de la infancia.