Del Castillo a la plaza de Sagasta no existe una sola calle del casco antiguo de la ciudad que se libre de alguna firma, mensaje político, frase de amor o pintada sin ningún sentido. Paredes de casas abandonadas; recovecos en garajes, portales o en calles poco transitadas por los peatones zamoranos; muros que duran limpios lo que tardan los vándalos en poder estampar su firma y, por si todo esto fuera poco, monumentos e iglesias románicas de la capital. Nada escapa a las pintadas en Zamora.

Un paseo por las calles empedradas del recinto amurallado permite observar como los vándalos han perdido el respeto a la historia. La muralla de Zamora en la cuesta de Pizarro o en el mirador de San Bernabé han sido manchadas con borrones de tinta.

Las iglesias románicas tampoco se libran de esta epidemia del siglo XXI que es común a casi todas las poblaciones españolas. Santa María la Nueva y San Esteban son las dos principales damnificadas aunque San Juan y San Ildefonso se han visto obligadas a repintar algunas de sus puertas en los últimos meses.

Cuando un negocio del Casco Antiguo cierra, sus puertas metálicas y sus ventanas se convierten en escaparates para firmas que sobreviven al paso del tiempo. Los que aún se mantienen, en zonas más comerciales como San Andrés o la calle Quebrantahuesos, tienen que sacar el trapo y la lejía para quitar los borrones.

Tampoco los museos de Semana Santa o Etnográfico quedan exentos de los sprays o rotuladores y, pese a los intentos de limpieza, en sus muros quedan, como cicatrices, señales de lo que hubo y se intentó borrar.

Los zamoranos, ya acostumbrados a pasear entre pintadas, claman una solución para poder vender su bonita Zamora.