Susana es licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca. Su expediente académico cuenta incluso con algunas matrículas de honor. Ha expuesto en distintas ocasiones en la capital y en la provincia. Es inteligente, entusiasta y optimista. Ha llamado a la puerta de numerosos colegios, centros y empresas en busca de empleo. Pero a sus 38 años, nunca ha trabajado. ¿Por qué? Porque es sorda.

"Me lo han dicho así de claro, que no puedo porque soy sorda. Porque claro, si voy a dar clase, ¿cómo lo hago si no me ponen un intérprete? Llevo intentándolo toda la vida pero es imposible. Aunque tenga mi licenciatura me dicen que no", lamenta. "¿Entonces no hay igualdad de oportunidades?", le preguntamos. "No, para nada", expresa haciendo un cero con la mano.

Además de vicepresidenta de la Asociación de Personas Sordas de Zamora, Susana Vega es la única persona sorda con una titulación universitaria en Zamora. Pero de nada le sirve. El acceso a un empleo digno es, precisamente, una de las reivindicaciones demandadas en los distintos actos organizados con motivo de la Semana Internacional de las Personas Sordas celebrada durante esta semana. Bajo el lema "La lengua de signos nos incluye", la Confederación Estatal de Personas Sordas vuelve a exigir una sociedad igualitaria sin ningún tipo de discriminación.

El manifiesto, suscrito por el colectivo local, apela a la incorporación de la lengua de signos en la Constitución así como en la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias, su declaración como Bien de Patrimonio Cultural Inmaterial en España y su presencia en cada rincón donde se necesite con independencia de que sean "uno o un millón". "Pedimos que -la lengua de signos española y la catalana- estén presentes en la escuela, el instituto y la Universidad. En los centros de trabajo, la sanidad, los servicios de atención públicos y privados y en los de emergencias, en actividades artísticas, culturales y de ocio, en los medios de comunicación, en la vida política y social, en comisarías, juzgados y casas de acogida", enumeran. "Todo aquello que favorezca el empoderamiento y la inclusión de cualquier persona sorda en la sociedad, no solo suma sino que enriquece. Y la lengua de signos nos incluye", defienden.

Para Alba Villalva, una de las dos intérpretes que cuenta la asociación zamorana para los 500 sordos de la provincia, el problema estriba en el poderoso caballero don dinero. De hecho, ella también sufre las consecuencias de la falta de financiación. A diferencia de su compañera, designada para cubrir servicios básicos de la vida diaria gracias a una subvención de la Junta de Castilla y León, ella solo es contratada de forma puntual para cubrir servicios en actos oficiales o culturales. "Cuando coinciden los servicios, los tenemos que rechazar. Hace falta dinero para poner a una intérprete que esté siempre. Si se firmara un convenio con la asociación, todo sería mucho más fácil", sostiene.

"Yo para comunicarme necesito un intérprete, para cualquier cosa que quiero hacer sola tengo muchas limitaciones", apunta Susana. "Entenderse con la lectura labial es muy difícil, no me puedo expresar y cuando utilizo la lengua de signos hay gente que siente miedo o incluso se aleja, hace falta más sensibilización". Sin embargo, lejos de tirar la toalla, asegura que va a seguir hacia adelante. "Yo soy muy insistente, si no puedo hacer algo, al día siguiente lo voy a intentar las veces que haga falta hasta que al final lo consiga, tenemos que tener mucha paciencia pero voy a seguir luchando". Como ha hecho siempre.

Susana es sorda de nacimiento por culpa de un virus que afectó a su madre durante el embarazo. En el colegio de monjas donde se formó de pequeña le prohibieron signar y le obligaron a vocalizar y a leer los labios. Una tarea de suma complejidad, de ahí que aprendiera a expresarse a través de la mímica y el arte. "Cuando era pequeña siempre estaba dibujando. Un día me cogió mi madre para llevarme a un sitio. Tendría unos seis años. Le pregunté adónde íbamos y no me lo quiso decir, me dijo que era sorpresa. Me llevó a una tienda de manualidades de Zamora y me compró pinturas", relata haciendo que se le cae la baba. "Además, subí a la planta de arriba y había un profesor para mí que a través de la mímica me enseñó a pintar", recuerda con entusiasmo. En la Escuela de Artes siguió comunicándose a través de la mímica con compañeros y profesores. Una vez superada esa etapa, su padre Olivio le preguntó: "¿Tú quieres ir a la Universidad?". "¡Pero cómo voy a ir si en la Universidad no hay sordos!", le replicó ella. Lo meditó y, animada por sus padres, los dos docentes de profesión, se fue a la Universidad de Salamanca.

Allí contó por primera vez con un intérprete. Pero el problema es que ella desconocía la lengua de signos, por lo que a sus 23 años se vio obligada a aprenderla. Una asignatura pendiente para el resto de la sociedad que permitiría dar voz a esta lengua silenciada.