Hay historias que comienzan en una fotografía. Y suelen ser buenas historias. La de León Felipe y Rodrigo Moya, autor de algunas de las instantáneas más célebres de Ernesto "Che" Guevara, tuvo lugar en 1956? o quizá en 1957. Superados los ochenta de edad, al reputado retratista mexicano le bailan las fechas, aunque no los recuerdos. Tuvo dos encuentros con el poeta cuando tan solo era un chaval que se iniciaba en el mundo de la comunicación. En todos ellos, a Moya le quedó una reminiscencia amarga, triste. Esta es la historia de León, Moya y el perrito.

Aquella instantánea fue la última de una corta serie de tres que Moya tomó hace seis décadas. Se trataba de una distendida reunión del poeta con otros intelectuales, como el cineasta Gabriel Figueroa, en una casa en México. "Hablé con León Felipe, ambos sentados en un pretil, con personas atrás que platicaban y bebían. Él estaba como ausente del barullo. No se veía nada social", rememora el fotógrafo. En aquella estancia, además de escritores y pintores, "había varias bailarinas del Ballet de Danza Contemporánea de Bellas Artes".

El caso es que Moya quería "cumplir el encargo", hacerlo con rapidez y marcharse. Cuando el objetivo de su cámara enfocaba a Felipe Camino, "de pronto entró un perrito, le hizo carantoñas al poeta, como si fuera su amo, y él lo alzó y le habló suavemente y lo acarició", rememora el retratista. En aquel instante surgió la fotografía de esta historia: la que hoy está ubicada en el capítulo tercero de la muestra "León Felipe: ¿Quién soy yo?" del Etnográfico, junto al busco "El último suspiro de Don Quijote".

Fue solo un instante, aquel en el que irrumpió el animal. Después, "alguien llamó al perrito y desapareció de cuadro", precisa Moya. León se quedó solo, nadie se acercó a hablar con él. Moya, el prometedor fotoperiodista que registraría las desigualdades sociales de los cincuenta y sesenta en Latinoamérica, abandonó la escena.

Varios años después, el destino volvió a juntar al poeta y al fotógrafo, presencia de un joven Pedro Casals, que aquellos días rodaba un documental sobre León Felipe. En aquella conversación entre escritor y director, hubo tiempo para rememorar la escena del perrito. Moya describe el decorado con precisión: "Miré los objetos de su estancia y los adornos, entre los que noté obras de pequeño formato de pintores mexicanos de moda, famosos?". Pero lo que sobre todo recuerda el profesional azteca fue el comportamiento de poeta tabarés. "Fue amable pero seco, con algo triste o amargo en su manera de hablar, con una voz de viejo ya cansado", detalla. La dependencia estaba limpia y ordenada. Así lo recuerda Moya. "No nos ofreció nada, ni tenía por qué hacerlo, a pesar de mostrar cierta familiaridad con el cineasta. El departamento era amplio, con muebles fuera de moda, como los que habría usado en su juventud en una España pobre, pero digna", reflexiona el retratista.

A Rodrigo Moya, que iniciaría la creación de un ingente archivo fotográfico que hoy custodia junto a su mujer, le habría gustado "tener alguna calidad o cualidad para atreverme a cruzar con él algunas palabras, pero yo era un extraño con el que nos unió en algún diálogo fugaz la escena con el perrito". Esa amargura en la forma de hablar, ese aspecto ausente, se correspondían con los últimos años de vida de Felipe Camino. En 1957, poco después de la secuencia del perrito, había fallecido su mujer, su compañera vital: Berta Gamboa. Fueron los años de la depresión, en que se llegó a especular en España con su muerte. León Felipe desaparecería para siempre un 18 de septiembre de 1968: mañana se cumplen exactamente cincuenta años.