"Sus condiciones de orador llamaron extraordinariamente su atención por no ser parecido a nada de lo que aquí suele oírse. Su riqueza de vocabulario, su purísima dicción de castellano viejo y hasta su voz, potente y varonil, contribuyeron grandemente a deslumbrar al público". Así definían en 1947 las artes oratorias del poeta León Felipe sus "vigilantes" desde el Consulado General en Valparaíso, en Chile. El literato exiliado era un "rojo peligroso" a ojos de la diplomacia española que espiaba los movimientos en la diáspora de los españoles, pero su forma de comunicar era tan rotunda, que los funcionarios no podían por menos de registrar tal impresión en los documentos que hoy figuran en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares.

Si Felipe Camino viviera nuestros días, explotaría las posibilidades de las redes sociales, del vídeo, del WhatsApp? El tiempo que le tocó en suerte era mucho más parco en medios, pero eso no le impidió utilizar la imaginación para difundir su palabra, su voz. No deja de sorprender que León recurriera al vinilo para grabar sus poemas. El primer registro data de 1947. Pero fueron varios los trabajos, algunos de ellos figuran en el capítulo quinto de la muestra "León Felipe: ¿Quién soy yo?", el que cierra la propuesta bajo el título "Más allá del papel".

Porque Camino exploró todas las opciones de comunicación. El poeta tabarés era consciente de que no hay escritor sin lectores, como no hay cine sin espectadores. Se esforzó en transmitir su filosofía, su pensamiento. "Su poesía es coral, maneja los recursos del teatro, interpela constantemente al lector con interjecciones, preguntas, puntos suspensivos?", explica Alberto Martín, comisario de la exposición.

Obviamente, eran otros tiempos. Por entonces, ni se soñaba con Internet, pero aquella ausencia ignorada no dejaba de estimular la imaginación. Casi desde la cuna, el siglo XX alumbró los recitales poéticos en lugares públicos, un pasatiempo cultural habitual del parque del Retiro madrileño, por ejemplo. La poesía -que hoy parece reservada a unos pocos iniciados- tenía gancho para el gran público. En México, León Felipe organizó innumerables recitales poéticos. Los hermanos Mayo dejaron constancia con su cámara de que el creador español recitó en público hasta los últimos días de vida: lo prueba una fotografía de 1967 -moriría en 1968- con el poeta enarbolando sus versos en el parque azteca de Chapultepec.

También recurrió León al medio por excelencia del siglo XX: la radio. De hecho, son pocos quienes conocen el detalle: León fue el director de una pequeña compañía de actores que representaban tras el transistor obras de teatro en la emisora de la Universidad Nacional Autónoma de México. Pero la poesía del zamorano también fue música. Durante los años sesenta -época para la reivindicación de la libertad y los nuevos derechos- la producción de Felipe Camino cayó en manos de cantantes como Paco Ibáñez, quien inmortalizó aquella retahíla tan presente todavía hoy tras el poema "Como tú", en el que denuncia la fragilidad social ante los poderes públicos. Joan Manuel Serrat hizo lo propio con "Vencidos" y el malogrado Enrique Morente incluyó "El reloj" en uno de sus discos.

Lo que daría para otro debate, para otro viaje en el tiempo, es la relación que León Felipe tuvo con Ernesto Che Guevara. En el capítulo quinto, una pantalla muestra al militar cubano, al mito, dando lectura a los versos de "La rosa de la harina", uno de los poemas de El Ciervo, imágenes lejanas que han llegado a Zamora desde el Centro de Estudios del Che.

Pero nada es solo luz en la vida de León. A cada paso hacia adelante, surge la sombra, la oscuridad. Y en este capítulo que se escapa del papel, las nubes negras proceden de la aventura frustrada de Felipe en el mundo del cine. En los años cuarenta, la gran pantalla se convirtió en su gran obsesión, pero nunca consiguió penetrar en el hermético mundo cinematográfico de México, donde a los extranjeros les estaba vetado el acceso, a menos que probasen la valía de su aportación.

La concepción cinematográfica de Felipe Camino estaba en la línea de Chaplin, no contar historias reales, sino sugerir, inventar mundos paralelos. Su obcecación y afinidad le permitieron trabar amistad con Luis Buñuel, a quien recurriría en varias ocasiones para hacer realidad su sueño? sin suerte. El cine no abrió sus puertas al talento de León.