Cae la noche en Sevilla. En una de las abundantes terrazas que se asoman a la Catedral con las vistas de privilegio que otorga un bar situado en un décimo piso, decenas de clientes comparten la belleza de la Giralda con el arte flamenco de un guitarrista y una cantaora. Nadie repara en las credenciales de los intérpretes, si son de lo mejorcito de Andalucía o un dúo más, de esos que se ganan la vida de bolo en bolo. No importa. Los presentes saben -al menos, lo creen- que están disfrutando de un momento único.

Sevilla es una ciudad realizada, de las más bellas del sur, fácilmente reconocible, avalada por los tópicos que la abarrotan de turistas casi cada día del año: la Semana Santa, el citado flamenco, la Torre del Oro o los Reales Alcázares, la Maestranza, o simplemente el Guadalquivir que fluye hacia el Atlántico bajo el puente de Triana. Parece una obviedad. Los turistas llenan Sevilla porque la conocen, saben -al menos, intuyen- lo que allí van a encontrarse. Van y lo encuentran. Merece la pena volver.

Todo eso no hace mejor a Sevilla que a otras ciudades que apenas si aparecen en el mapa, como la nuestra. Esta reflexión se repite cada vez que uno asiste a momentos únicos en Zamora, y tiene la sensación de que son totalmente ajenos a la mayoría. El pasado viernes, Luis Antonio Pedraza y Diego Rubio estrenaron el experimento "Marimba de tres agujeros" en el hotel NH, ante un reducido grupo de personas. La sofisticación de la marimba y el carácter primitivo de la flauta pastoril hacían presagiar eso, un experimento, un ensayo.

Sin embargo, la mezcla fue todo un hallazgo. Tanto que antes de terminar el recital, los protagonistas tenían ya en mente la grabación de un disco. No era Sevilla, ni tampoco estaba presente el antiguo alminar árabe de la Catedral. El escenario solo era el muro de una iglesia románica del siglo XII, Santa María de la Horta, mirando la fachada de un hotel de vanguardia, coronado por la chimenea de la antigua Vinícola. Y el sonido? las composiciones originales de Pedraza, fluyendo sobre la percusión depurada y académica de la marimba. Algunos -supongo que la mayoría- desconocíamos el sonido de este exótico instrumento africano antes de que Diego Rubio, uno de los mayores especialistas del país, lo trajese a esta tierra.

Me pregunto qué reacción causaría este descubrimiento musical en las plazas de las capitales turísticas europeas. Son de esas cosas que compensan las negras estadísticas de esta ciudad, que unas veces camina indiferente ante sus propios valores y, otras, asiste a la construcción de referentes culturales y musicales que acabará dejando perder. Entretanto, el experimento Pedraza-Rubio se repetirá el próximo viernes en el mismo escenario.