Angola ha vuelto a acoger un año más a una decena de estudiantes universitarios zamoranos que han decidido pasar parte de sus vacaciones de verano en una misión de ayuda humanitaria. De la mano del sacerdote Jesús Campos, profesor de Magisterio del Campus Viriato, y bajo el amparo de la Asociación Juvenil y Universitaria Edith Stein, de reciente creación, los zamoranos se han adentrado en las misiones que tanto el Verbo Divino como las Hijas de la Caridad tienen en diferentes localidades del país, como Luanda, Quibala y Sendi, con iniciativas tanto sanitarias como educativas.

Precisamente en el último lugar estuvieron Álvaro Gacho y José Manuel Alejandro, estudiantes de Química e Informática, respectivamente, que se centraron en la enseñanza en la escuela de la ciudad, que acoge a más de 1.700 chicos. Por la mañana impartían asignaturas como matemáticas, ciencias, química o inglés y las tardes las dedicaban a reforzar algunas materias en el internado, donde también se alojaban con el resto del grupo. "Los niños estaban encantados, aunque al principio se mostraron un poco más distantes, hasta que nos conocieron. Con ellos nos comunicábamos en portugués", explican. Además, les agradecieron especialmente la entrega de material escolar, puesto que allí tienen escasez de instrumento tan sencillos como cuadernos o bolígrafos.

Durante el mes de cooperación se acoplaron a las condiciones en las que viven habitualmente el resto de misioneros que actúan en esta zona. "Vivíamos con lo justo: una cama, ducha, que era todo un privilegio, y agua fría. Con eso tirábamos todos los días para la jornada laboral", afirman. Una jornada que comenzaba a las seis de la mañana para, tras acudir a una eucaristía, comenzar a trabajar en la escuela. "Los días eran muy intensos", reconocen.

Aparte del estudio, el tiempo también se aprovechaba para actividades de ocio. Una de las más curiosas, y que más gustó a los pequeños, fue aprender a jugar al ajedrez. "Tenían una donación de un montón de tableros y nos pidieron que les enseñáramos. Les gustó tanto que en el descanso tras las comidas ya nos estaban pidiendo jugar. Al final del mes incluso organizamos un campeonato", destacan.

Su compañero Álvaro González Francés, estudiante de la Escuela de Enfermería, centró su actividad en el hospital de la misma zona y asegura que ha hecho más prácticas en este mes que en todo lo que lleva de carrera. "Sobre todo hemos atendido muchas embarazadas y partos, algo que solo había visto en los libros", indica. De hecho, con su compañera Natalia Prieto tuvieron que atender un parto ellos solos. "Allí no tienen prevista ni anestesia, hemos dado incluso puntos a dolor vivo, porque venía mucha gente con cortes de catana", pone como ejemplo.

Sobre las condiciones que presentaba el hospital, reconoce que, como se esperaba algo mucho más precario, le sorprendió los recursos que tenían, "aunque eran limitados", advierte. A paliar un poco esa situación ayudó el material que llevaban desde Zamora, donado por ellos mismos y por algunos organismo que quisieron colaborar así en esta misión, como la Universidad de Salamanca y la Delegación Diocesana de Misiones del Obispado de Zamora.

Esa intensa labor educativa y sanitaria, con mil y una anécdotas, también la vivieron las compañeras del resto del grupo zamorano que se instalaron en las otras zonas de Angola, como son Luanda y Quibala.

Jesús Campos, con una amplia experiencia en estos proyectos, destaca las eucaristías que se realizaban en los poblados cercanos a las ciudades, a donde se trasladaban. "Los chicos han podido ver también la realidad de las zonas más rurales. Las celebraciones allí son muy festivas, viene incluso gente de otros lugares a participar. A nosotros nos recibían con cánticos y la gente era muy cercana", asegura. Allí es donde el sacerdote realizó una labor muy intensa. "Empezábamos con tres horas de confesiones y un día oficié 75 bautismos", enumera. Aunque lo que más destaca es la generosidad de la gente en el ofertorio. "No tienen nada, pero lo dan todo. Desde dinero hasta elementos en especie, como grano, caña de azúcar o animales", pone como ejemplos, destacando que la experiencia de lo religioso allí "es muy festiva, porque Dios tiene una gran importancia en sus vidas".

"Después de un mes tan intenso, la vuelta a la realidad es un poco dura, porque aquí todo es distinto y allí te empapas mucho de todo el ambiente", reconoce Álvaro González tras su regreso, al igual que el resto de sus compañeros, que destacan ante todo la alegría que transmitían los niños. "Con lo poco que tienen, viven muy felices", subrayan.

Todavía poniendo los pies en la realidad de su habitual día a día, estos jóvenes se sienten "más que satisfechos" con la experiencia y animan a otros compañeros a que vivan lo que ellos han sentido. El programa de voluntariado universitario seguirá creciendo y desarrollándose, así que el próximo verano habrá una nueva oportunidad para los que se animen a participar en este proyecto solidario.