Los sueños lo son porque a veces se cumplen y entonces dejan de serlo y pasan al mundo de lo real, de lo fácil. Que Zamora sea un referente nacional taurino, entelequia parecía hasta hace nada, pero ya no. El cartel de mañana ensoñación y quimera eran para los aficionados zamoranos hasta hace poco más de un mes, pero tomó cuerpo y está aquí. "El Juli", Talavante y Roca Rey, triunfadores de San Isidro, de Sevilla, de no sé cuantas plazas, se las verán con toros de "El Pilar". La terna es de campanillas, difícil de igualar. En Las Ventas llenarían dos plazas y se pondría el "no hay billetes". Aquí ya veremos.

Son tres toreros de época. Por distintos motivos. La terna tiene personalidad y empaque para regalar. A ninguno han dejado entrar en el escalafón de "pegapases", todos han hecho escuela y tienen seguidores, muchos, también en el ruedo.

"El Juli" lleva dos décadas toreando desde que tomó la alternativa en Nimes. Supera las 1.600 corridas y se ha ganado a pulso la púrpura, que airea con garbo junto a Enrique Ponce. Empezó tan joven que era un niño y se hizo mayor lidiando reses bravas. Eso no lo ha hecho un ignorante. Ha aprendido lo que importa en la vida, que uno tiene que ser lo que quiere ser y que en ese camino hay que jugárselo todo.

Julián López Escobar ha entendido a golpes que el nombre, a veces, pesa mucho, y que la responsabilidad es tan espesa como un monolito egipcio. No todo han sido salidas a hombros, aunque haya tenido más de 800. También ha habido baches, que ha sorteado metiéndose dentro, en la concha, y respirando para los adentros o marchándose a la Monumental de México, una de sus plazas talismán.

Torero reflexivo, que se pone delante del toro de forma consciente porque sabe que el triunfo es condición efímera y que, al final, cuando los años suelten polvo solo queda el poso, el montón de valores que cada uno representó. Y que cuajó.

De los costurones de su cuerpo ha colgado los recuerdos. Y nunca olvida ese desgarrón fechado en 2013. Ahí se agarra cuando quiere reflexionar sobre la vida y sobre la muerte.

Lo de irse, nadie lo sabe. Está mejor que nunca. Lo tiene todo, valor, técnica, arte y duende. Y en lo que va de año, se ha salido del marco. Lo de "Orgullito" en Sevilla es el asidero cuando viene el bajón. Salida a hombros por la Puerta del Príncipe. Y en Las Ventas, el último San Isidro tocó el cielo. Mañana, ay mañana.

Talavante es la sencillez y, a la vez y aunque parezca una contradicción, la tauromaquia poliédrica. Lo sabe: la transmisión está por encima del triunfo. Profesa un condición cambiante, siempre en busca de tapar ese hueco que, a veces, está ahí, y crea vacío. Rompe la tensión que produce la exigencia del público con la técnica. Y el arte lo concita con cierta irresponsabilidad. Hay que dejar una pizca de tiempo para que se tizne de lo que está por venir. Entonces, entonces es cuando viene la explosión. Mezcla como nadie chispa, técnica e improvisación. Y busca la pureza como el deshidratado el agua del manantial. Pero no siempre es posible. A veces hay que echar mano de los recursos y de la profesión. Y aguantar el chaparrón hasta que descampe.

Es torero cambiante, intuitivo, al que hay que ir a ver todos los días porque nunca sabes cuando va a brotar el duende. Tanta personalidad tiene que ya hay por ahí una escuela "talavantista" que pretende imitar sus maneras. Difícil porque el pacense no solo es figura del toreo, también es sabio en la vida. Y reflexiona sobre lo humano y lo divino. Mañana, ay mañana.

Andrés Roca Rey es la explosión de la tauromaquia, el que rompe las normas y hace pasar miedo a los espectadores. Cita al astado y, de repente ejecuta un pase cambiado marca de la casa. La gente se tapa la cara, pero no pasa nada. Brotan los olés. Revientan los tendidos.

En tres años de alternativa ha hecho olvidar a José Tomás (precisamente uno de sus sueños es torear con el de Galapagar) y va, coso a coso, llenando el esportón de trofeos. Hay quien dice que se pone la coraza de arrogancia "dominguista" para cautivar al público, pero que lo que le gusta es la lidia clásica, estirarse con el astado, fundirse en la verticalidad más horizontal.

El peruano ya no se acuerda cuando se llamaba "El Andi" y empapelaba su casa con cartelones de "El Juli". Ahora es todo un símbolo. Más aún en Sudamérica, donde se ha convertido en un referente y la última esperanza para recuperar la tauromaquia.

Tiene solo 21 años y está más curtido que toreros de cincuenta. Ya es una figura, aunque él no lo diga. Goza del aprecio del público y de los intelectuales por su desparpajo y esa timidez que lo hace inexplicable y más fácil de deificar y sublimar. Mario Vargas Llosa le regala sus libros y sus conversaciones. El diestro peruano rompe la banca y las formas. Cuenta con preparador físico y unas ganas que le permiten torear seis corridas en una semana. A Zamora llegará desde Algeciras. Mañana, ay mañana.