El notable investigador Carlos Flores, en su obra titulada "Arquitectura popular española", cita y realza a Quintanilla de Justel como una de las poblaciones más atractivas y sorprendentes del oeste de la Península. Subraya la elevada significación plástica de todo el núcleo, formado por inmuebles construidos con paredes de piedra y cubiertas de pizarra. Remarca la disposición en dos plantas de las viviendas, provista la superior de corredores de madera a los que se accede por escaleras externas. Aprecia cierto primitivismo, pero insiste sobre todo en la carencia de elementos perturbadores y en el equilibrio estético dominante.

Han pasado ya cuarenta y cinco años desde la publicación de tal estudio y los caracteres que pondera todavía poseen vigencia. Bien es verdad que se han derribado algunos edificios, sustituidos por otros de nueva hechura y mejor habitabilidad, pero, en general, el pueblo mantiene un intenso tipismo, una armonía que fascina.

Su casco urbano se ubica en zona llana, en el fondo de un valle húmedo y fecundo. Por los alrededores se extienden prados siempre verdes, irrigados por las copiosas corrientes del arroyo Valtorno y de otros cauces menores. A su vez, las laderas aparecen ocupadas con bosques intrincados, formados fundamentalmente por robles, quedando amplios espacios baldíos, invadidos por una densa maraña de escobas, brezos, carqueisas? Parte de esos eriales se ha reforestado con pinos aún jóvenes. En fincas antaño cultivadas, además de algunos otros frutales, permanecen viejos castaños que descuellan por su corpulencia.

La localidad, integrada en el ayuntamiento de Justel, se suele considerar como un barrio de ese pueblo más importante, del que dista poco más de kilómetro y medio. Eclesialmente, depende también del mencionado Justel, de su parroquia de Santiago, ya que para los cultos sólo cuenta con una modesta ermita. No obstante, al poseer un término diferenciado, funcionó como un concejo autónomo; un núcleo autosuficiente similar a los otros de la provincia. Siempre fue un lugar pequeño, ahora con pocos residentes en los inviernos; pero presenta los edificios concentrados, con lo que sus calles están bien definidas. Las hallamos cuidadosamente pavimentadas, en intenso contraste con los lodazales del pasado. En sus rótulos leemos los nombres de calle de Astorga, del Centro, de la Iglesia, del Pilar... Al deambular por ellas encontramos rincones sugerentes, en los que se preservan con fidelidad las huellas del pasado. Son bastantes las casas que mantienen esas formas antiguas antes señaladas. Sobresalen los balcones, muy estéticos, con antepechos realizados con tablas recortadas que marcan figuras geométricas, entre las que se incluyen cruces y rosetas. Gratos y frescos realces agregan las parras colgadas de algunos de ellos. Preciso es remarcar el edificio que acogió las escuelas. Exhibe unas formas recias y austeras, desprovistas de cualquier liberalidad ornamental, pero de una dignidad descollante, perfectamente adaptada a la actividad didáctica que acogió. Bien cerca se ubica un parque biosaludable, con unos pocos aparatos para que las personas mayores realicen ejercicios gimnásticos y de mantenimiento.

Ubicada en posición excéntrica, la fuente que surtió de agua potable a los vecinos muestra formas vetustas. Su manantial se protege con una recia bóveda de medio cañón, impermeabilizada a su vez por una cubierta formada con grandes losas dispuestas a doble vertiente. A su lado existen unos muretes que limitan un pequeño espacio. En ese rincón acotado existen diversas pilas de piedra que sirvieron para lavaderos, ocultas ahora por hierbajos y junqueras. Mucho más modernas son otras fuentes, sin uso en nuestros días, situadas en ciertas encrucijadas. Se crearon con cemento y cuentan con un pilón octogonal.

El centro religioso y espiritual del lugar ya señalamos que es una sencilla ermita. A pesar de su humildad aparece cuidada con esmero, habiéndose beneficiado por una minuciosa y bien lograda restauración. Han repuesto sus tejados y consolidado los muros, rejuntándose sus piedras tras eliminar los enfoscados. Por el exterior destaca su espadaña, cuyo remate es un rústico frontón un tanto agudo, ornado con bolas laterales y una delicada cruz en su cima. De su único vano cuelga una pequeña aunque sonora campana, casi un esquilón. La puerta queda al resguardo de un pórtico acogedor. Si tenemos la suerte de encontrarla abierta y podemos acceder al interior, lo hallaremos todo limpio y bien mantenido. Descuella el retablo mayor, barroco, con formas y aderezos realzados por una matizada policromía y el brillo de los dorados. En el nicho principal se entroniza la imagen del santo patrón, san Bartolomé, al cual le dedican las fiestas principales cada 24 de agosto. Otra celebración importante tiene lugar el tercer domingo de mayo, en honor a la Virgen del Pilar.

Conocido el núcleo urbano, no menos llamativo es su término. Cualquier punto de los alrededores posee atractivos suficientes para trazar una interesante ruta. Dispuestos a elegir entre todas las opciones, decidimos ascender hacia las faldas de la cercana Sierra de Llamas. Esa alineación montañosa es una de las estribaciones de la Sierra de la Cabrera, uno de sus ramales más extremos. Pese a ser cadena secundaria, varias de sus cumbres superan los 1200 metros de altitud, que en la cúspide del Carrizoso llegan a ser 1305, unos 400 por encima de las cotas medidas en el pueblo. Asimismo esas crestas marcan las lindes con la vecina provincia de León, situándose al otro lado la comarca de la Valdería.

Salimos de entre las casas por el camino que enlaza con la carretera general hacia el noreste. Uno de los últimos edificios por este lado muestra unas formas sumamente pintorescas. Posee escasa envergadura, por lo que aparece bien visible su rústica techumbre, impermeabilizada con losas de pizarra muy desiguales. Pero su mayor gracia proviene de la enorme y singular chimenea. Presenta una configuración que, a escala menor, evoca a las pagodas orientales, con tejadillos decrecientes creados con lajas recortadas.

Un poco más adelante alcanzamos el cauce del arroyo Valtorno. Sus corrientes se precipitan por rápidos y cascadillas, generando un delicioso chapoteo. Una plataforma moderna, que sustituye al tradicional pontón de antaño, permite el acceso a las cuestas orientales. A su lado se emplaza un primer molino que, debido a esa vecindad, es conocido como de la Puente. Es un inmueble pequeño, con paredes de piedra y un amplio tejado con aleros salientes. Por los alrededores se extiende una campa sombreada por árboles vigorosos. Poco más arriba quedan las ruinas de otro molino, el Tufo, derruido casi por entero en nuestros días. Siguiendo con la serie, algunos metros por detrás topamos con la Tahonica, un tercer ejemplo, hundido parcialmente. Frente al penoso estado actual añoramos su bucólica figura anterior, recostada humildemente junto al soberbio viaducto de la carretera, situado a la misma orilla. Atendiendo a esa gallarda obra vecina, la vemos formada por tres sólidos arcos, más otro vano auxiliar, tramados con dovelas de granito. Aprovechando su existencia, cruzamos hacia el norte. En ese lado, apoyado en peñas agrestes, se encuentra un último molino, el Nuevo; que en nuestros días se halla en proceso de restauración, por lo que su permanencia está garantizada. Alguna otra factoría se recuerda, perdida desde hace bastantes décadas. En su conjunto se origina una interesante secuencia de este tipo de establecimientos que deseamos pueda rehabilitarse en su integridad. En los espacios inmediatos han instalado un grato merendero. La sombra la ponen castaños muy viejos, de troncos huecos, enormes, carbonizados por los sucesivos incendios, pero aún vivos. Bien cerca, las aguas del arroyo se precipitan saltando en sonora cascada. Caen desde una de las presas que desviaron las corrientes hacia los caces molinares. Se origina así un rincón bucólico, fresco y grato, uno de esos parajes similares a los ensalzados en las églogas pastoriles por poetas tan excelsos como Fray Luis de León.

Unas decenas de metros más arriba la vegetación existente a orillas del cauce fluvial se adensa tanto que resulta casi impenetrable. Por ello nos desviamos hacia la derecha, hacia el oriente. Lo hacemos campo a través y por cuesta empinada, rompiendo entre la maleza, no muy desarrollada en esta parte. Ya en una rasa superior buscamos un primer cortafuegos y muy cerca otro segundo, más ancho y marcado. Poco más allá, en una bifurcación, optamos por el ramal de la izquierda. Enfilamos así directamente hacia la sierra, la cual se levanta poderosa, bien a la vista. Transitamos por un tramo bastante monótono hasta empalmar con una pista, con franjas laterales desbrozadas, utilizada por vehículos todoterreno. Esa vereda faldea por la cadena serrana casi por su base. Por ella nos dirigimos hacia el oeste, hasta alcanzar la propia cabecera del valle. Tras salvar de nuevo el curso del Valtorno viramos ahora hacia el mediodía. Con esa dirección vamos a dar al punto donde se ubica del depósito municipal de aguas. Todo este trecho, grandioso y solitario, permite contemplar paisajes ásperos y bravíos. En esos contornos domina la vegetación arbustiva, rebrotada tras incendios destructores. Su pujanza ha borrado las señas de tiempos pretéritos mucho más humanizados. Por aquí pastaban los rebaños locales hasta hace unas pocas décadas, marcándose además rodales de fincas cultivadas. Ahora sólo deambulan animales salvajes.

Debido a la inexistencia de sendas que nos permitan algún atajo, proseguimos por la pista principal. Atrás dejamos un amplio estanque y una cruz de madera situada junto a una pequeña poza. Accedemos así hasta las afueras de Justel y, tras atravesar la carretera, por las campas situadas al norte de sus últimas casas empalmamos con el camino tradicional que enlaza con Quintanilla. Iniciamos de inmediato una larga bajada acompañados de un arroyuelo cuyos caudales se precipitan burbujeantes. Nos introducimos a la vez en un bosque denso y sombrío. Ya muy abajo la arboleda se aclara para permitir espacio a fincas cultivadas. Tras ellas alcanzamos el fin del trayecto allí donde lo comenzamos.