Hoy Tomasa cumple 105 primaveras. Es la más longeva de la residencia Los Tres Árboles, pero también una de las más dicharacheras. Desde hace cinco años, los mismos que lleva en el centro, se mueve en silla de ruedas. Un día la cadera le falló y se fue al suelo. Nos recibe en su habitación, donde una pila de revistas da cuenta de su gran afición: la lectura.

Desde que aprendió en la escuela, no ha parado. De hecho, el grosor del cristal de sus gafas es casi tan ancho o más que el lomo de las revistas que lee. Cada semana, su hijo pequeño le lleva un porrón de ellas después de que una amiga peluquera se las regale a su mujer. Todas son del corazón, por lo que Tomasa está al día de los últimos cotilleos y de las últimas bodas. "¿Qué vestidos más feos llevan, eh?", espeta.

Por leer, lee hasta la publicidad: "¿Cansada de estar cansada? Pregunta en herboristerías, parafarmacias, farmacias? blablablá", reza un anuncio. ""¿Cansada de estar cansada?" Pfff... la gente ya protesta por todo", suelta. Como atestigua el personal que la cuida, es muy "llanita". O muy "explícita", como prefiere definirla su hijo pequeño, de 65 años. "Es alegre, simpática, agradable, se lleva bien con la gente y además de leer, le gusta mucho hablar, entra en conversación con cualquier persona", cuenta Bernardo. Él y su hermano mayor Julio, de 66 años, van a verla casi a diario.

Al margen de la cadera, todo está en orden. "Iba al servicio a lavarme y no me tropecé ni nada pero me caí, estaba pocha ya la cadera", justifica. Sin dolor alguno, su salud es envidiable y su memoria, también. Nació el 30 de abril de 1913 en la casa que sus padres Eduardo y Susana tenían justo detrás de la iglesia de Villaralbo. La gripe hizo que se quedara huérfana de madre a los cinco años. Por eso, comenzó a criarse con sus tíos Rufa y Pepe en la calle de Moraleja, ahora llamada Julio Luelmo, justo al lado del Ayuntamiento.

Cada día iba con su "cabasito" al colegio donde además de aprender, saltaba a la comba y jugueteaba con los mantones del resto de mozas, con quienes también acudía al baile del pueblo. A los 14 años dejó la escuela para dedicarse a las tareas del hogar. No se casó hasta los 35, aunque el amor siempre lo tuvo a la puerta de casa: Bernardo, siete años mayor que ella, vivía en la misma calle. "Siempre nos saludábamos, me decía: "Adiós, Tomasita" y yo le respondía: "Adiós, adiós". Fue un muchacho que siempre tuvo muchas consideraciones, nos casamos y estupendamente", recuerda.

Tras unos minutos de conversación, pregunta: "Bueno, ¿y esto para qué es?". "Para el periódico" -le respondemos- "ya estamos pensando en el titular: Tomasa cumple 105 años". Sonríe. "¿Ya son días, eh? Ya son días, pero mientras no pierdas la cabeza está todo bien", razona. El reinado de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la II República, la Guerra Civil, la llegada de Franco al poder, la democracia... es testimonio vivo de la historia de España. Y quizá por eso la aborrezca. A ella lo que de verdad le gusta son las historias de amoríos: "No me hable de política ni de eso que no me gusta nada, no la puedo ni ver", confiesa.

En su habitación también hay una tele. "Sobre las cinco y media vengo a verla porque hay una película que sigo". La "película" es la telenovela "El secreto de Puente Viejo". "Cada día sacan una cosa nueva, no se acaba nunca, ¡si llevo casi un año viéndola!". A su siglo y pico de vida, Tomasa sigue siendo coqueta. Reconoce que siempre come poco porque no quiere engordar aunque si es de su gusto, como los langostinos, siempre come bien, tal y como apunta la directora del centro. "¡Ah, ¿y cuándo es eso?!", exclama indignada. A su juicio, ponen mucho pescado. "Uy, el pescado qué mal lo llevo... y sopas de ajo ¿blancas? -no le pueden echar pimentón- ¡Y el otro día de cebolla, en mi vida he visto yo eso!", prosigue airada.

Pese a sus desavenencias culinarias, está encantada en la residencia. De hecho, fue ella quien quiso entrar tiempo después de enviudar a los 80 años. "Estaba sola, junté una poca de dinero y me vine para aquí porque sin dinero no se puede ir a sitio ninguno", explica. Desde su silla hace de todo: se peina a su gusto, observa a las parejas bailar y tan pronto le mete la goma a una braga como reza un padrenuestro. Todos los domingos acude a la capilla del centro. "Siempre me ha gustado mucho la religión y las misas de don Plácido. Yo creo que Dios es el que me ha ayudado en todo porque me he quedado sin hermanos, sin familia... sin todo ya", reflexiona.

Desde que está en la residencia no ha vuelto a Villaralbo pero regresará para su último adiós. "Volveré para que me entierren con mi marido en nuestra sepultura", afirma. Y es que pese a estar de aniversario, ya piensa en su despedida. "¡Bueno, que cumplas muchos más!", le deseamos. "Yo ya pocos", responde. "Siempre le pido a Dios que me lleve cuanto antes que ya estoy cansada de la vida. He disfrutado y he pasado lo mío, también. Así que como ya he pasado de todo, a descansar para siempre", concluye con una sonrisa.