El término de Alfaraz se extiende por amplios territorios situados en la esquina sureste de Sayago. Además de englobar las parcelas de sus propios vecinos y los espacios comunales de montes y praderas, incluye las dehesas de Asmesnal y Torremut. Esos notables latifundios cuentan con una dilatada historia. Ambos fueron núcleos nacidos tras la Reconquista, allá por los siglos IX y X; pero por tiranías señoriales o por la baja calidad del terreno no consiguieron retener sus habitantes. Muy pronto quedaron transformados en yermos, relegados a la condición de grandes fincas en manos de poderosos terratenientes.

El poblado de Asmesnal ya se cita en el año 1161. Aparece en documentos relacionados con el fuero de la villa de Ledesma y poco tiempo después en los de las enconadas disputas por la delimitación entre los obispados de Zamora y Salamanca. En aquellos momentos tenía el título de villa, rango que mantuvo a lo largo de los tiempos. A pesar de esa categoría sus residentes eran escasos y tras su despoblación terminó reducido al carácter de coto redondo, controlado por la nobleza. El marqués de Palacios y la marquesa de Cardeñosa eran sus dueños en el siglo XVIII. Sus 3000 hectáreas originarias, tras ventas y particiones acabaron reducidas a las 1300 que son las que mide en nuestros días. Significativo fue el sector expropiado, tras la Guerra Civil, por el Instituto Nacional de Colonización, para repartirlo entre unos treinta colonos del pueblo. Restos de un pasado pujante son las ruinas de un viejo castillo. Resiste su adusta torre del homenaje, protegida con una barbacana envolvente dotada de cubos en sus esquinas. Tal fortaleza sirvió de bastión y refugio a Pedro Ledesma, partidario de la princesa Isabel la Católica, en los momentos de la guerra contra los portugueses aliados de Juana la Beltraneja. Otro edificio destacado es el palacio mandado construir a principios del siglo XX por don Luis Fernández de Córdoba, duque de Medinaceli, propietario por entonces de una de las partes, el Cuarto Bajo. También posee cierto interés la espadaña que fue de la iglesia.

La dehesa de Torremut ocupa los retazos occidentales del término. Poseyó a su vez una considerable extensión que en la actualidad es de unas 1665 hectáreas. En sus orígenes fue una aldea denominada Torre de Unmum, que se nombra igualmente en diplomas del siglo XII. De aquellos tiempos primeros conserva una ermita románica, que debió de ser parroquia. Es un templo sencillo pero muy interesante, mantenido sin reformas ni adiciones. Cuenta con una portada con dos archivoltas lisas y un ábside cuadrado dotado de un alero sujeto sobre canecillos animados con tallas elementales. En su interior se guardó el Cristo de las Aguas, imagen de estilo gótico, tosca pero muy emotiva, que fue muy venerada en toda la zona.

Centrándonos ahora en el propio pueblo, se sabe de su existencia al menos desde el siglo XII. Lo mencionan en los ya citados diplomas del fuero de Ledesma y del deslinde de las diócesis. Su casco urbano se tiende por una suave ladera, en posición muy soleada y amena. Las casas, aunque mantienen ciertos caracteres de la arquitectura tradicional sayaguesa, han sufrido una intensa modernización. Buscando detalles singulares, el dintel de una portalada aparece ornamentado con una cruz y dos ruedas solares, dejando espacios intermedios para grabar la fecha de 1886 y los nombres de José Marcos y Baltasara Moyano, que serían los del matrimonio que encargó su realización. No muy lejos, en una sólida casona ubicada junto a la rivera, descubrimos una ventana enmarcada por una noble moldura, mostrando además ingenuos detalles decorativos, apenas dibujados. Entre otros motivos reconocemos un par de pájaros de largas colas. Finalmente, por detrás de la iglesia, un edificio ahora arruinado ostenta estéticos arquillos esculpidos por encima de sus vanos.

Atendiendo ahora al propio templo, bien localizable por su potente espadaña, sentimos que por fuera resulta sólido y austero en demasía. Aunque una placa señala que el arquitecto Fernando Nuño lo construyó en 1894 y sobre una ventana del costado meridional vemos marcada la fecha de 1769, el propio recinto posee orígenes mucho más antiguos. Su puerta, cobijada bajo un pequeño alpende, muestra líneas románicas. Dispone de dos archivoltas de medio punto, exhibiendo en una de ellas un solitario florón de cuatro pétalos cincelado en el interior de un redondel. A su vez, las impostas que rematan las jambas o fueron retalladas o sustituidas por entero. En el interior también resulta evidente la reciedumbre externa. Los dos arcos existentes, el de triunfo y el fajón de la nave, son apuntados y de mucha luz. El retablo mayor posee líneas barrocas, descollando en él los soportes, estípites complejos a los que se adhieren simpáticas cabezas de angelillos. En la hornacina central se entroniza la imagen de Santa Eulalia, patrona local, quedando a los lados las figuras de San Sebastián y San Roque. En un altar secundario aparece Cristo en la cruz, noble escultura que presenta al Salvador aún vivo, con la mirada dirigida hacia lo alto, en un gesto de súplica o entrega. La Virgen del Rosario, muy hermosa y galana, es talla de vestir realizada por el famoso imaginero Ramón Álvarez. Más antigua, probablemente del siglo XVII y de bulto completo, es otra representación de la Reina de los Cielos que porta en sus brazos un juguetón niño Jesús. Singular y atractivo resulta el púlpito, trabajado en piedra. Llama la atención por los elementales dibujos realizados dentro de los recuadros de su antepecho, algunos de ellos invertidos.

Dispuestos a conocer los variados parajes locales, salimos de entre las casas por la calzada de acceso al cementerio. Antes de llegar hasta sus muros nos apartamos hacia la derecha por un camino que, en dirección nordeste, avanza entre fincas amplias y despejadas. Su trazado rigurosamente recto, resulta paralelo a la carretera que comunica con Viñuela. Hasta ese vecino pueblo llegaríamos si no nos desviáramos antes. Esta vez lo hacemos hacia la izquierda, aprovechando el primer ramal que encontramos por ese lado. Bajamos ahora al amplio valle drenado por una de las principales riveras locales, la conocida como arroyo de Prado Concejo. Este importante curso acuático recoge la escorrentía de una extensa cuenca. Tras salvar su lecho por un funcional puente, torcemos para avanzar en el mismo sentido que las corrientes. Aunque podríamos hacerlo por las anchurosas y fecundas praderas contiguas, aprovechamos la pista inmediata. Evitamos así tener que superar las sucesivas y punzantes cercas de alambres que acotan estos ámbitos. Llegamos a un primer cruce, próximo a una de las lagunas creadas para servir de abrevadero a los rebaños. Muchas otras charcas semejantes se han habilitado en diversos lugares, pero ésta es llamativamente más amplia. Mantenemos el mismo rumbo hasta empalmar con un camino que enfila directo hacia el pueblo. Lo tomamos nosotros, pero en breve trecho, sólo hasta alcanzar la campa triangular en la que se emplaza la fuente de los Ricos. Esta fontana, que ya llama la atención por su singular nombre, es la más notable de la localidad. Su manantial queda protegido por una airosa bóveda de medio cañón levemente apuntada, creada con buena cantería. A su vez cuenta con un espacio cuadrado por delante, acotado con largas trozas, dispuesto para que no accedan los animales. Las piedras se presentan desgastadas y en sus superficies han arraigado tenaces líquenes, por lo que su aspecto es ciertamente vetusto. En su conjunto parece obra medieval, pero no es posible una afirmación segura, pues queda constancia de que las formas que aquí vemos se repitieron secularmente hasta casi nuestros días.

Regresamos hacia a la rivera por un carril secundario. Bien cerca las corrientes se precipitan en un sonoro y grato chapoteo al caer junto a un berrueco prominente. Existe allí un rápido o cascadilla, de los que llaman gargallos en la comarca. Algo más abajo topamos con una rústica pasarela peatonal, creada con enormes lastras pétreas. Otra existe más adelante, más ancha y perfecta. Penetramos en espacios sucesivos a través de las oportunas porteras, dejándolas de nuevo cerradas si así las encontramos. Alcanzamos al fin el paraje en el que la rivera de Prado Concejo se une con la de Palomares, que es la que baja desde el propio pueblo. A partir de aquí, los flujos sumados de ambos cursos enfilan hacia el aún lejano río Tormes, al cual se entregan como destacado afluente. En un rincón junto a una pared se sitúa la fuente de Chavida o del Molino Viejo, apenas visible al quedar tapada por densos zarzales. Su interés radica en que frente a ella permanecen dos grandes pilas de granito, colocadas como bebederos. La una es un sarcófago monolítico de forma trapezoidal bien característica. Sus orígenes han de ser muy antiguos, desconociéndose el enclave de donde fue traído. Continuamos desde aquí por las orillas de esa segunda rivera hasta retornar de nuevo a Alfaraz. En este trecho apenas quedan espacios libres, constreñido el propio arroyo entre las paredes de las fincas limítrofes. Nos vemos obligados a vadearlo, acción que resulta muy dificultosa si los caudales bajan crecidos. Ante esa coyuntura lo mejor es ascender para tomar el camino que cruza por el alto. Ya junto a las casas, se tiende otro puente tradicional. Presenta hechura más cuidada, con las losas superiores encajadas con esmero, apoyadas en recios pilares para formar siete vanos. La estampa que genera resulta evocadora y bucólica, como traída de la noche de los tiempos. Algunas decenas de metros más hacia el oriente, al otro lado de la carretera y de su sólido puente, se encuentran las fuentes de la Salud y del Bodegón. De ellas, como su nombre ya lo hace intuir, las aguas de la primera fueron muy apreciadas.

Entre las gentes que aquí tuvieron su cuna, destacó Ramiro Ledesma Ramos, nacido en 1905. Fue ideólogo, novelista, periodista, licenciado en Filosofía, Letras, Ciencias Físicas y Matemáticas por la Universidad de Madrid. En 1931 fundó las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas, las JONS, organización de carácter fascista y revolucionario, que se fusionó con la Falange en 1934. Tras el estallido de la Guerra Civil, fue hecho prisionero por el Frente Popular y fusilado en Aravaca el 29 de octubre de 1936. Su libro más importante fue el titulado Discurso de las juventudes de España.