En julio de 1931 terminaron de desmontarse y embalarse las piezas del monasterio de Santa María de Óvila, en la comarca de La Alcarria, provincia de Guadalajara. Las piedras serían transportadas, como mercancía, a la Costa Oeste de Estados Unidos en once barcos. Pero una vez en California, el propietario tuvo que renunciar a la reconstrucción del edificio: su declive empresarial y los efectos del crack de 1929 lo habían dejado sin los recursos necesarios. Aquel cenobio empaquetado durmió durante más de una década en un almacén portuario de más de 3.000 metros cuadrados, cuyo alquiler acabó suponiéndole al dueño un desembolso mayor que el valor del edificio completo. William Randolph Hearst jamás llegó a abrir aquellas cajas, ni a comprobar la obra de arte española que había comprado. Ese privilegio se lo cedió a la ciudad de San Francisco, la nueva propietaria.

El caso de Óvila no fue el único. Hearst, el "Ciudadano Kane" inmortalizado en las pantallas de cine por Orson Welles, compraba sin cesar piezas de arte variopintas en Europa -gran parte de ellas en España- ora para su rancho californiano de San Simeón, ora para su gran proyecto, un museo de arte medieval en la Universidad de Berkeley, que nunca vería la luz. Hasta ahora pensábamos que las únicas piezas que Hearst había comprado en Zamora se correspondían con el lote procedente del extinto Castillo de Benavente, del que hoy solo asoma ya la célebre Torre del Caracol. Una sorprendente investigación, de la que se acaba de hacer eco la prestigiosa revista europea de patrimonio The Burlington Magazine, demuestra que estábamos equivocados. Los historiadores zamoranos Sergio Pérez Martín y Luis Vasallo Toranzo vienen a sumar a las compras zamoranas de "Kane" una pieza extraordinaria procedente de un convento ya desaparecido: San Pablo. Cómo esa singular escultura en alabastro ha terminado en el Fine Arts Museum de Boston es el resultado de una apasionante búsqueda que une tres países -España, Inglaterra y Estados Unidos- y relaciona con Zamora a uno de los personajes más importantes en el comercio de arte de principios del siglo XX: Lionel Harris.

El relato de la búsqueda arranca en la Zamora del siglo XVI. Emerge entonces la figura de un personaje de origen benaventano. Es Alonso de Mera, que viaja a las Indias a buscar fortuna y, a su regreso, decide invertir el dinero obtenido en Perú en la fundación de un monasterio para monjas jerónimas sobre las ruinas de la antigua iglesia románica de San Pablo, del que hoy resta un contrafuerte muy cerca del Mercado de Abastos. Prevé construir en el interior del edificio un sepulcro, una tumba sencilla, para su descanso eterno y el de sus familiares. Pero muere antes de verlo fabricado.

Aparece un personaje clave que cambia el rumbo de los acontecimientos. Es Gregorio Sotelo, responsable del cumplimiento de las mandas del testamento de Mera. Sotelo se salta las últimas voluntades de Alonso de Mera y opta por engrandecer su fundación, tomando como modelo lo que su propio hermano había hecho en San Andrés: la construcción de un gran sepulcro en la iglesia románica. Lejos de una tumba modesta, Sotelo encargará un sepulcro notable en el que no solo descansará la familia De Mera, sino también todo aquel que aporte 20.000 maravedíes.

Alonso Falcote recibirá el encargo de ejecutar la tumba en la capilla mayor de la iglesia del nuevo convento, pero también morirá sin terminar la obra. "Nos encontramos con un dato clave: en el testamento de Falcote aparece una deuda que ahora recae en la viuda con un escultor llamado Montexo por los trabajos de San Pablo", explica Sergio Pérez. El documento habla de "una obra en alabastro sin terminar" y a los investigadores se les aparece una luz. "El artista es el mejor escultor del ámbito geográfico de Zamora y Salamanca a finales del siglo XVI: Juan de Montejo", añade Pérez Martín.

El sepulcro fue diseñado y labrado por Falcote, pero el decorador delega la creación de una talla de bulto redondo en alabastro en uno de los mejores artistas: se trata de un caballero orante, una figura idealizada, que completa un diseño extraordinario. Se sabe que el conjunto fue terminado porque pocos años después, en 1594 un tal Felipe de Rivas constata en una tasación del convento que el sepulcro está instalado en el templo.

Al paso de los siglos, historiadores de referencia como José María Cuadrado y el dibujante Parcerisa mencionan someramente que en el interior de la iglesia encuentran el sepulcro del fundador. También lo refieren el zamorano Cesáreo Fernández Duro y el experto Eduardo J. Pérez. Y a principios del siglo XX, el omnipresente Manuel Gómez-Moreno cita la obra en el manuscrito del catálogo monumental de Zamora, que redacta entre 1903 y 1904. "Don Manuel revela que él no llega a ver el sepulcro porque había sido vendido en torno a 1901", precisan los historiadores zamoranos.

Pero, ¿qué hay de esa magnífica obra de San Pablo? Las primeras sospechas de los autores de la investigación cruzan el Atlántico y llegan al Fine Arts Museum de Boston, donde encuentran un caballero orante, creado en alabastro, cuya ficha de información ofrece un dato esperanzador: "posiblemente, un monasterio de Zamora". ¿Sería el de San Pablo? Y en todo caso, ¿qué ocurre con el sepulcro de Alonso de Mera entre 1901 -fecha de venta propuesta por Gómez Moreno- y el 9 de noviembre de 1944, cuando el Fine Arts incorpora a su caballero orante?

Llegados a este punto y gracias a la colaboración de la experta en patrimonio desplazado María José Martínez Ruiz, Sergio Pérez y Luis Vasallo dan con el archivo de la prestigiosa galería neoyorquina Brummer, cedido al Metropolitan de Nueva York y completamente digitalizado. "Comenzamos a revisar las miles de fichas del archivo? hasta que damos con nuestro caballero", revelan. La ficha del caballero orante de San Pablo no solo confirma que se trata de la desaparecida obra de San Pablo, sino que además "nos ofrece información del recorrido entre 1901 y 1944", añaden.

Y aquí comienza una nueva fase de la investigación que ofrece muchas luces y alguna que otra sombra. Pero sobre todo, una notable sorpresa. Ahora sabemos que uno de los principales responsables del comercio internacional de antigüedades españolas en las primeras décadas del pasado siglo compró el bulto funerario y, aunque tenía galería en Madrid, lo llevó a Londres. Su nombre, Lionel Harris. La Spanish Art Gallery londinense, una de los principales proveedoras inglesas del magnate William Randolph Hearst, le vendería también el "caballero errante" zamorano por 2.000 dólares. No sabemos si una vez en Estados Unidos, el empresario americano llegaría a desempaquetar la obra. Corrían los años treinta y ya no es el mismo Hearst exuberante de sus inicios, sino un personaje en declive que morirá poco después, en 1951.

Sus penurias económicas lo obligan a vender gran parte de sus preciadas (y dispares) adquisiciones. No importa por cuanto, la necesidad apremia. De hecho, la casa Sachs acaba vendiéndola a los Brummer a mitad de precio: solo mil dólares. Pero los anticuarios, conscientes del enorme valor del bulto funerario, lo entregan al Fine Arts Museum de Boston el 9 de noviembre de 1944 por 26.000 dólares. Desde entonces, se exhibe en sus imponentes salones provista de una ficha que acaba de completar la información de su origen gracias a la investigación y colaboración de los historiadores zamoranos.

Quedan, sin embargo, algunos nubarrones en la investigación por aclarar. El célebre Lionel Harris se distinguía por ser el único comerciante de antigüedades de altos vueltos que recorrió en geografía nacional en busca de valiosos tesoros. Sus visitas están documentadas en las provincias de Burgos, Palencia, Valladolid, Soria o Segovia. Pero, ¿visitó en persona el ruinoso convento de San Pablo hace algo más de un siglo para comprobar la belleza del "caballero orante"? "Creemos que así fue, pero no podemos demostrarlo", asegura Sergio Pérez. Tampoco si la obra de arte viajó a Madrid y de ahí a Londres? o directamente a la capital inglesa, seguramente en barco.

Amén de la decoración del sepulcro, que se encuentra en manos de una colección particular, cabe añadir una pieza más a ese museo de arte imaginario que Zamora tiene en el extranjero. La figura idealizada de un personaje del siglo XVI, Alonso de Mera, se suma al Pantocrátor de Santa Marta de Tera (Rodhe Island) o al imponente León de San Leonardo (The Cloisters), hoy en Estados Unidos.