Cuando estuve contigo la última vez, hace varias semanas, tomando unas cañas en el bar de tu amiga donde tú no parabas de hablar, en mi cabeza solo había un pensamiento: esta es la persona con la que me gustaría envejecer.

Siempre he sentido una especial fascinación por los atardeceres porque creo que ellos son los que te examinan del amor. Y cuando imagino uno de ellos, ahí estás tú, a mi lado, frente al mar, contándome la historia de la indómita séptima ola:

"Las primeras seis son previsibles y equilibradas. Se condicionan unas a otras, se basan unas en otras, no deparan sorpresas. Mantienen la continuidad. Seis intentos, por más diferentes que parezcan vistos de lejos, seis intentos...y siempre el mismo destino.

¡Pero, cuidado con la séptima ola!

La séptima ola es imprevisible. Durante mucho tiempo pasa inadvertida, participa en el monótono proceso, se adapta a sus predecesoras. Pero a veces estalla. Siempre ella. Siempre la séptima. Porque es despreocupada, inocente, rebelde, barre con todo, lo cambia todo. Para ella no existe el antes, existe el ahora. Y después, todo es distinto. ¿Mejor o peor? Eso solo pueden decirlo quienes fueron arrastrados por ella, quienes tuvieron el coraje de enfrentarla, de dejarse cautivar".

También imagino que me haces preguntas:

-Si me cayera ahora al agua, ¿irías detrás?

- De cabeza

- ¿Aunque hubiera tiburones?

- Aunque hubiera tiburones.

- ¿Aunque hubiera orcas asesinas?

- Aunque hubiera orcas asesinas.

- ¿Y si alguien me secuestrara y me liberara solo si tuvieras que contar TODOS los granos de arena de esa playa?

- Los contaría.

- ¿Todos?

- Uno a uno.

- ¿Aunque tardaras?

- Aunque me llevara toda la vida sabes qué, nunca había sentido celos. No me considero una persona celosa. Pero te confieso que cuando me mandabas tus relatos, aquellos que me dejaban leer tus sentimientos, me sentía feliz, afortunada. Me sentía una privilegiada porque depositabas tu confianza en mí, pero al mismo tiempo me sentía celosa, celosa por no ser a mí a quien iban dirigidos.

Yo, al igual que tú, me enamoro, no tanto de un físico, sino más bien de una cabeza. ¿Te acuerdas cuando me mandaste soy sapiosexual? Me cautivó. Me ilusionó. Quería poner todas aquellas palabras en práctica y así, poder sorprenderte. Pero la realidad es que nunca he sabido hacerlo.

¿Y aquellas canciones que me mandabas? Hoy todavía sigo tarareando cada una de ellas. No solamente dos veces, como tú me sugerías, sino cientos.

Nunca me dirás cuánto pesas. Lo sé. Y, por supuesto, tampoco me mandarás una nota de voz cantándome la canción con la que a veces entras en bucle. También lo sé.

Te pido disculpas por expresarte mis sentimientos de esta manera. Una manera torpe y kamikaze. Te pido disculpas porque tienes pareja. Te pido disculpas por mi cobardía, esta que no ha sido capaz de mirarte a los ojos y decirte: "me he enamorado de ti ". Si así lo hubiera hecho (conozco mis limitaciones) me hubiera atascado en un "¿nos pedimos un gin-tónic?" y me hubiera puesto tan nerviosa que igual me hubiera arrancado a cantar, o me hubiera entrado la risa nerviosa, o me hubiera puesto a bailar y, posiblemente, hubiera sido una catástrofe.

Hace aproximadamente cuatro meses valoré la posibilidad de confesarte todo esto y decirte lo que sentía. Lo hago ahora, cagada de miedo. Doy gracias por haber tenido la suerte de conocerte, por concederme conversaciones, momentos, días... y, por todo ello, te deseo lo mejor en esta vida. A ti. Gracias. Seguirá siendo un placer siempre.