"Se trata de un colectivo que pasa totalmente desapercibido, es invisible a la sociedad". Así describe el delegado diocesano de Cáritas Zamora, Antonio Jesús Martín de Lera, la realidad de las personas que sufren cada día el verse en la calle. Desde el centro de acogida Madre Bonifacia, que gestiona este organismo, se han atendido en lo que va de año a más de cuatrocientos usuarios "que no tienen ni recursos ni un hogar, algo básico para una vida", lamenta Martín de Lera, quien apunta que "se sienten lo más bajo de la sociedad, sin contar para nada ni para nadie".

Y es que el problema principal de este colectivo es la "pérdida de derechos fundamentales", según añade la directora del centro de acogida, María León, quien especifica que el perfil del demandante de ayuda ha variado en el último año. Lo primero que llama la atención es que ha bajado el número de usuarios extranjeros. "Esto se debe a que, tras años sin ver una salida en España, por la situación de crisis, han decidido regresar a sus países de origen ", razona León.

De este modo, los hombres siguen siendo mayoría ante las mujeres y el usuario medio se sitúa en el colectivo de mayores de 50 años, "aunque cada vez tenemos más jóvenes menores de 25 años que han sido expulsados de sus casas por mandato judicial", advierte. En la mayoría de los casos se debe a situaciones de violencia, aunque también por problemas de droga. "Salen de su vida normalizada con sus familias y no saben dónde acudir", añade.

De este modo, en ambos casos, el desarraigo familiar es el denominador común. Y ahí se encuentra otra características nueva de estos usuarios. "Lo económico y lo laboral ha dado paso a lo relacional", señala.

Beneficios comprobados

Los beneficios de pasar por la casa Madre Bonifacia son más que visibles. "El 70% de las persona que permanecen un tiempo prolongado han podido salir del centro para vivir de manera autónoma o casi autónoma", precisa la directora. Esto se debe a todos los recursos que ponen a su disposición durante su estancia. "Cáritas recibe a todas las personas, garantizando la ayuda para que accedan libremente y sin discriminación a todos los recursos. De tal manera que la raza, sexo, ideología o nación jamás son excluyentes", detalla.

La acogida es obviamente una opción que ellos eligen libremente. De hecho, María León reconoce que muchos de los transeúntes que acuden "solo se quedan una noche a dormir o acceden simplemente al servicio de ducha o comedor", pone como ejemplos.

Por otra parte, la directora de la casa de acogida subraya que además de que el derecho fundamental de tener un nivel de vida adecuado se ve anulado, muchas personas miran de manera despectiva a aquellos "que piden en la calle y tienen un móvil en la mano o una cazadora aparentemente de buena calidad", aludiendo a que "a veces prefieren prescindir de lo que no se ve y adaptarse a las cosas que son socialmente más aceptadas. Nuestra imagen es importante ante los demás, y también para las personas sin hogar. Así que lo que habría que pensar en qué haríamos nosotros en su situación", reflexiona.

Desde el punto de vista laboral, María Torre, quien está realizando desde hace un mes sus prácticas de trabajadora social en la casa de acogida, reconoce que la situación al principio fue complicada. "Pero una vez que cruzas la puerta, llena de prejuicios y miedos, llegas con ganas y los superas al conocer la realidad de estas personas", asegura. Sobre su experiencia, apunta a que cada día "es más enriquecedora, ves que los usuarios son personas como nosotros, con los mismos derechos a recibir atenciones", subraya. Por eso, aboga por romper con las trabas que pone la propia sociedad para acercarse a este colectivo. "Si las personas seguimos poniéndonos esas paredes, será complicado. Pero hay que pararse a pensar que nadie quiere verse en la calle. Si todos pusiéramos más amabilidad que rechazo, les sería más sencillo que pudieran regresar a un vida digna", invita.