A los diez años ya era un polvorilla. Su espíritu inquieto, el mismo que conserva a los 81 años y que le llevó a crear un pequeño imperio empresarial entorno a las naranjas, se dejaba sentir en su forma de hablar, en la pasión con la que Mariano González García, sin perder un ápice de su humildad, relata cómo llegó a vender hasta 10.000 kilos de naranjas al día en la provincia de Zamora; y 30.000 al año entre 1970 y el año 2000, cuando las "MG" (iniciales de su nombre) ya eran imprescindibles en las mesas de los zamoranos. Esa patente, creada por Mariano, "fue la gallina de los huevos de oro, el producto estrella de mi negocio", en el que la figura de su esposa, Sole Mateos Esteban, con la que se casó a los 28 años, fue esencial para poder tirar para delante y conseguir el éxito. "Ella llevaba la oficina, el negocio con los empleados, cogiendo el dinero", mientras él viajaba con su "ebrito" a Lérida, a Señera, a Valencia, conducía toda la tarde y de madrugada para poder llegar a primera hora a Zamora con la mercancía fresca. "Dormía en la carretera, llegué a poner una cama en el vehículo, a tener un conductor" con el que se turnaba para ponerse al volante.

La ayuda de sus hijos también fue importante. En la familia González Mateos todos arrimaban el hombro, los vástagos "estudiaban y trabajaban descargando camiones a granel con Mariano y con los obreros", explica Sole para remachar que "hemos trabajado todos a la par". Ahora los tres hijos están bien colocados: "Miguel Ángel es profesor de Historia y ejerce en Salamanca; Sole, trabaja en el centro de Salud de Santa Elena; y José Luis es informático", presume un padre al que la vida le ha sonreído a base de dejarse la piel en el oficio de "mercader", siempre con el apoyo de su familia, "hemos trabajado todos a la par", agrega.

En la conversación, Mariano destila remango, el mismo entusiasmo y pasión que puso en superar a aquel niño de Puebla de Sanabria que a los 10 años ya trabajaba en la tienda de ultramarinos de sus padres, el comercio bien situado, en el centro del pueblo, pero que no daba suficientes beneficios para sobrevivir y condujo a la familia a la capital de Zamora, a buscar un mejor porvenir. En el Mercado de Abastos, como hortelanos, "mis padres vendían de todo, patatas, repollos". A pie de calle, aprendió a manejarse con los precios, a subir o bajar el precio en función de la demanda para ampliar ganancias.

Lleva en la sangre ese afán por superarse, marcarse un objetivo y avanzar sin reparar en esfuerzos, bregado en una niñez y adolescencia marcada la necesidad de salir adelante, sin caer en el desaliento por duro que fuera el trajo. En la memoria, nítidos, aquellos años difíciles, tiempos de postguerra, en los que se vio obligado a emigrar de nuevo con sus padres, esta vez a Béjar. El Mercado de Abastos no daba, un tío paterno encontró un trabajo para el cabeza de familia. Corría el año 1945 y el pequeño Mariano, con 13 y 14 años, ayudaba entonces a la economía familiar recogiendo papeles en la calle "para sacar un sueldo". También aquella estancia en la localidad extremeña, que sería corta, le sirvió para estudiar en Los Salesianos, unos estudios que le servirían para defenderse en su profesión.

De vuelta a la capital zamorana, con 14 años, se empleó como mozo de almacén, en los siete negocios situados en los bajos de los edificios de los alrededores del Mercado de Abastos. Allí comenzó con Frutas Seisdedos, con quien trabajó durante 12 años. Después llegaría Frutas Palau, "que era de Valencia, de Señera", donde estuvo otros cuatro años. Comenzó cargando las cajas de fruta en el almacén, en un carrito de dos ruedas, para repartirla a los clientes, "por cada cajita cobraba 25 céntimos. Tirando el carrito con una cuerda iba hasta la cuesta de San Lázaro o al Puente de Piedra" a surtir a los fruterías que allí había.

Con 17 o 18 años, más que demostrado su espíritu de sacrificio, trabajador incansable, Seisdedos premió al joven Mariano con un contrato como dependiente. "Me acogieron como a un hijo, eran de Toro, mi jefe fue hasta el padrino de mi boda. Con Francisco Rodríguez, mi jefe comencé a ir a comprar la fruta dos veces por semana". En aquellos trenes de madera iban hasta Madrid, "salíamos a las diez de la noche y a las siete de la mañana ya estábamos en el mercado de Legazpi comprando fruta. Llevábamos 20.000 pesetas, 10.000 cada uno e íbamos dormidos con las manos metidas en los bolsillos por si nos robaban. Trabajábamos hasta los domingos, casi las 24 horas del día".

Con ellos aprendió a diferenciar los productos buenos de los malos, para más adelante sacar el carné de conducir a los 21 años. Los Seisdedos le convirtieron en pieza clave del negocio, "yo llevaba el camión, el Leyland, con un conductor, e iba a comprar a todos los sitios, a Valencia, Almería, Lérida...". Y lo más importante, fue forjándose esa confianza en sí mismo que le permitió ir labrando, sin darse apenas cuenta, el espíritu emprendedor que llevaba dentro.

Mariano presume de que "fui bastante profesional, sabía comprar y llegué a ganar más que ningún conductor de Zamora, casi 3.000 pesetas al mes porque no parábamos". Llegó el momento de vender con los Seisdedos en su almacén, en los bajos de un edificio de la Plaza del Mercado. Hasta los 28 años, cuando se decide a formar una familia, este incansable negociante zamorano estuvo con la familia de fruteros toresanos. "Llegó un momento en el que ya no puedo ganar más con ellos y me voy a Frutas Palau, que era valenciano. El dueño me dijo que si compraba un camión, él ponía los envases y el almacén y me daba el 50% de lo vendido". Era 1963. La ayuda de la familia de Sole fue esencial: el padre les dejó 100.000 pesetas y la hermana otras tantas, "compré un Ebro de 6.000 kilos de carga, y dejé a deber otras 100.000 pesetas". Cuatro años yendo a comprar para Palau: Roquetas, Lérida, Valencia, Señera, donde Palau tenía almacén. Tarda tres días en ir y volver. "Enseguida quité las deudas". Palua le quiso rebajar un 25% la ganancia y "me fui a Frutas Rozados". Ahí comenzó a construir su pequeño imperio.