R ecientemente en Tokio se han subastado dos breves notas manuscritas que Albert Einstein entregó a un mensajero en 1922 cuando éste le llevó un mensaje al Hotel Imperial, donde el genio, al que acababan de conceder el Nobel, se alojaba.

Según publican las agencias, se desconoce si el físico las entregó por no tener unas monedas para darlas de propina o si fue el mensajero quien no quiso aceptarla, que los japoneses son muy especiales para esos detalles. Matiz sin demasiada importancia, como tampoco la tiene (salvo para el patrimonio del penúltimo propietario de las notas) el hecho de que la puja haya superado el millón y medio de dólares.

En el primero de los manuscritos Einstein dice que "la calma y una vida modesta trae más felicidad que la persecución del éxito combinado con agitación constante. Noviembre 1922, Tokio", en el segundo sintetiza "donde hay voluntad, hay un camino". Sin discutir la profundidad del pensamiento que encierran ni el exitoso ejercicio de síntesis, que recuerda la bella aparente sencillez de algunos sublimes poemas "haiku" o de los jardines al estilo japonés, no son precisamente un completo tratado de filosofía.

Así que por mucho que en estos tiempos de barroquismo mediático en que vivimos, algunos titulares hablen, con fácil juego de palabras, de la "Teoría de la felicidad de Einstein", todo se hubiera quedado como una simple anécdota perdida en la memoria de aquel mensajero de no ser porque hasta un siglo después sus herederos han sabido conservar algo que en puridad no dejaba de ser insignificante.

La primera de las citas es pura paradoja en la mente y la mano de quien justo en ese momento se encontraba en el punto más alto de reconocimiento mundial a su trabajo y éxito. La segunda, por su certeza absoluta, podría ser tildada de obviedad. Y sin embargo, suenan bien, huelen bien. Son como esos aromas esenciales que se encierran en pequeño frasco y se destapan con cuidado para que su magia nos llene pero no se nos escape. Los detalles más pequeños no tienen menor importancia que las grandes declaraciones. Igual que un verso hace a un poema y pequeñas pinceladas dan la fuerza al mejor cuadro.

La anécdota de Einstein me trae a la memoria la imagen de "Noche estrellada", la pintura de Van Gogh que sin ser ni pretender ser un tratado ni un estudio profundo de astronomía, transmite como ninguna fotografía de súper telescopio electrónico la inmensidad, la diversidad, la fuerza y el misterio del universo que habitamos.

No hace falta un gran formato, bastan pequeñas pinceladas., cortos poemas o breves pensamientos. Tampoco para la felicidad hacen falta grandes teorías o tratados, bastan pequeños detalles y belleza. Quién sabe dónde está el mucho o el poco, si como en el precio de la subasta, ¡es todo tan relativo!

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