"Mes de diciembre, mes de sonsones (cencerros), mes de carochos y zangarrones". Este refrán popular de Zamora ilustra la época del año en la que se celebran tradicionalmente las mascaradas. El cuarto fascículo de la colección Mascaradas , que mañana se entrega con LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA se centra en los elementos propios de estas celebraciones. Tal y como explica el historiador Bernardo Calvo Brioso la época del año es un elemento común a todas las manifestaciones de mascarados. "Todas se desarrollaron, en principio, en época invernal, en concreto, dentro de los Doce Días Mágicos que van desde Navidad a Epifanía. Y dentro de ellos, señaladamente, los días 26, 27 y 28 de diciembre, festividades, respectivamente, de san Esteban, san Juan Evangelista y Santos Inocentes".

No sólo el refranero popular atestigua los tiempos, sino que existe documentación que ya en el siglo XV recoge como en dichas fechas "suelen e acostumbran hacer e decir muchas burlas y escarnios e cosas torpes e feas e deshonestas de dicho e de echo". Esta característica común de crítica social y sátira acarreó prohibiciones, sobre todo desde el ámbito de la Iglesia, que en casos como el pueblo de Malillos, obligó a desplazar al Martes de Carnaval su Vaca Bayona, cuando existen testimonios por escrito que establecen que la fecha original era el 26 de diciembre.

El segundo rasgo identificatorio es el uso de máscaras o de pinturas en la cara, "en las que siempre están presentes colores como el negro, interpretado como lo tenebroso o la nada y el rojo, "color de los démones clásicos", explica Calvo Brioso, pero también de la vida.

Los sonidos de cencerros, esquilas o campanillas constituyen el tercera rasgo identificatorio, en un doble sentido: por el poder purificador del sonido, que aleja males, pero sin perder de vista el origen agropastoril de las celebraciones.

La utilización de elementos fustigadores y el lanzamiento de ceniza o harina se corresponderían con una función fertilizadora. En todas las mascaradas los protagonistas son los mozos solteros que participan en la fiesta como rito de paso hacia la madurez. Todas las fiestas tienen también tienen carácter local, se celebran en plazas públicas e incluyen rituales. La petición del aguinaldo o la lucha fingida entre algunos de sus integrantes se distingue, así mismo, como rasgo de identidad.

Es solo un pequeño avance del apasionante nuevo capítulo del libro de Calvo Brioso, imprescindible en la etnografía zamorana.