El 12 de enero de 2015, Alberto recibió una llamada mientras trabajaba en Ámsterdam. Era su padre, a casi dos mil kilómetros de distancia: "Alberto, falleció mamá". Mercedes tenía 62 años. En 2001 la habían operado a causa de un carcinoma en la lengua. La operación fue bien, pese a alguna que otra secuela. Tras las pertinentes revisiones anuales, en 2014 le dieron el alta definitiva: estaba curada. O eso creían. Medio año después, el cáncer se le reprodujo. La operaron de urgencia y, dos meses más tarde, falleció.

El cáncer no solo la mató a ella. Alberto se volcó en levantar el ánimo de su padre y se olvidó de él mismo. "Sentí que nadie tuvo compasión de mí, eso quedó enquistado y al cabo de un par de años entré en un declive emocional bastante gordo", confiesa. Dejó su trabajo. Abandonó Holanda. Se mudó a Málaga. Y se encerró durante un año. "En ese tiempo no existí", resume. "Me alejé de mis amigos y de mi familia, desaparecí, no daba señales de vida? era como si estuviera muerto, solo quería anestesiarme, no pensar, no sentir, escapar de una realidad injusta. A menudo me preguntaba qué sentido tenía seguir existiendo. Tenía miedo de enfrentarme a la vida, miedo de volver a casa".

Pero había que afrontar esos temores. "El psicólogo decía que entre mi madre y yo había un cordón que aún no se había terminado de romper", recuerda. A sus 38 años, Alberto tenía que encontrar una motivación para salir adelante y se puso a caminar. "Comencé a andar un día y otro día por el paseo marítimo de Málaga y? no sé, me oxigenaba, me devolvía un poco a la vida; por ello pensé: ¿por qué no volver a casa?". Sin embargo, Alberto no quería regresar a su Candás natal de cualquier modo: dos años y medio después, quería volver a pie.

De ahí surgió la idea de "Uniendo mares contra el cáncer", un desafío a modo de terapia contra el olvido y a favor de la vida, desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico, para volver a encontrar el norte. Entrenó duro y acudió a la librería andaluza "Mapas y compañía" a fin de resolver sus dudas y trazar su ruta, dividida en medio centenar de etapas de aproximadamente 26 kilómetros de media cada una.

El reto curativo comenzó el pasado 12 de julio en la playa de La Malagueta y el pasado miércoles recalaba en Zamora cruzando el Puente de Piedra sobre el Duero. Como él mismo reconocía, el agua siempre le transmite calma, aunque no sea la del mar. Nunca antes había visitado la ciudad aunque sí la había contemplado "de refilón" en sus innumerables trayectos en autobús desde Candás hasta Salamanca, donde estudió Periodismo.

Llegaba procedente de El Cubo, en Tierra del Vino, aunque tal y como bromeaba a través de Facebook con un "selfie" matutino de espaldas a un campo en barbecho, había "más tierra que vino". Las redes sociales conforman una parte importante del equipaje emocional de este viaje. Los mensajes de ánimo que diariamente recibe de gente desconocida pesan más que el calor, el cansancio y los dolores acumulados después de 33 etapas.

Al día siguiente, el joven candasín abandonaba el albergue de peregrinos de San Cipriano donde se alojó no más tarde de las siete de la mañana, como es habitual en cada jornada, y ponía rumbo a Montamarta con su linterna frontal y su ligero bagaje material: una esterilla aislante, ropa de recambio, útiles de aseo y una batería externa para cargar su teléfono móvil con el cual se comunica pese a estimar la soledad en un viaje que define como "interior" y "personal".

El reto, además, posee un trasfondo solidario: recaudar 9.460 euros a razón de diez euros por kilómetro recorrido. No obstante, los 946 kilómetros calculados en origen finalmente ascenderán a más de mil como consecuencia de un inesperado cambio de planes y de itinerario. "Pensé este viaje como un largo desplazamiento a pie por carretera, pero al descubrir que la Vía de la Plata del Camino de Santiago podía llevarme a las puertas de mi destino final por senderos polvorientos hizo que aquel viaje saltara por los aires y cobrara una nueva dimensión". "¡Ya estoy hecho un santiaguista!", exclamaba.

Por el momento, el proyecto ya ha recaudado más de 4.600 euros en donativos tras más de 700 kilómetros recorridos, un centenar de localidades, casi cuarenta días de marcha, una treintena de etapas y seis provincias conquistadas. Fontanillas de Castro, Riego del Camino, Granja de Moreruela, Santovenia, Villaveza del Agua, Barcial del Barco, Castropepe, Benavente y San Cristóbal de Entreviñas son algunas de las próximas paradas de su travesía antes de llegar a León.

El "caracol", como así se hace llamar por su lento caminar, va dejando rastro para superar el hecho luctuoso. A finales de agosto o principios de septiembre, Alberto llegará hasta la playa de La Palmera poniendo punto y final a su marcha, a la de su madre, y al camino que paso a paso le ha transformado a él mismo. "Siento que soy una persona diferente, me he enfrentado a mis miedos y me he encontrado a mí mismo. En el camino -como en la vida- hay que darlo todo, siempre se sale adelante".