Cuando en la Edad Media los fieles accedían a las iglesias -verdadero centro de reunión social- atravesaban su puerta e ingresaban en un espacio espiritual, sagrado. No es que los creyentes de hoy se comporten de otra manera, pero entonces -siglo XII- ese simbolismo tenía mayor peso por el fuerte influjo de la religión en la sociedad. Transcurrido casi un milenio, la incapacidad del ciudadano actual para leer símbolos que le son ajenos han hecho que elementos como las portadas solo sean reconocidos como obras de arte, y no como un libro en el que leer aspectos clave sobre la existencia humana, como el "qué hacemos aquí" o donde vamos cuando dejamos de existir.

Muchos de estos aspectos han sido recogidos por la profesora Marta Poza Yagüe en un exhaustivo trabajo sobre las portadas románicas de Castilla y León, donde, por supuesto, hay numerosos ejemplos zamoranos. La historiadora plantea las puertas, en efecto, como una especie de tránsito hacia lo espiritual, el cielo, Dios.

Puestos a buscar elementos singulares en las portadas románicas zamoranas, Marta Poza subraya que se encuentran "entre las más ricas" de la comunidad, aunque señala que existen "marcados contrastes" en sus estilos y formas. El primero de esos "desequilibrios" tiene que ver con el espacio en el que se localizan los ejemplos más valiosos: las urbes más pobladas. La decoración escultórica más rica se circunscribe a la Colegiata de Toro -con un notable ejemplo en la portada norte-, las dos iglesias de Benavente y la capital, cuyos mayores exponentes son la Puerta del Obispo de la Catedral, La Magdalena, San Claudio y San Cipriano, beneficiada por la incorporación de esculturas reaprovechadas de otros templos.

Durante el siglo XII, en el que se concentra la mayor producción de templos románicos de la ciudad, la decoración de figuras (no vegetal) se limita a "relieves toscos con figurillas desproporcionadas e inexpresivas", advierte Poza Yagüe en su trabajo. Uno de los ejemplos más fáciles de encontrar está en Olivares. En San Claudio hallamos esas formas ingenuas en los canecillos y escenas de las labores anuales en el "calendario" de piedra que viste su portada principal. Lo que se vislumbra, pues muchos de los matices se han perdido por el deterioro de la piedra.

El punto de inflexión llegó en la época tardorrománica, apunta el trabajo de la profesora. Es entonces cuando se talla la obra cumbre de la escultura zamorana: la Puerta del Obispo, donde se concentra lo mejor de la producción artística de la ciudad. Y un ejemplo más, menos valorado y más desconocido, en La Magdalena, con ese extraordinario sepulcro que todavía hoy nos niega la identidad de para quién fue construido.

Pero si algo hay de propio en las portadas zamoranas, de singular, deberíamos viajar a cuatro templos en concreto. Partiendo de la propia Puerta del Obispo hacia San Ildefonso, Santiago del Burgo y San Leonardo, hoy clausurada. Aquí encontramos "formas que llegan a cerrar completamente los lóbulos dando lugar a composiciones de fuerte sabor oriental", explica Marta Poza. Hablamos de ese almohadillado que se repite, de forma casi idéntica, en los cuatro templos, incluido el mayor de la diócesis, que, según varios autores, tiene una clara conexión con la portada de San Esteban de la mezquita-catedral de Córdoba.

Dovelas transformadas en "suaves" almohadas que cierran las arquivoltas y que, en el caso de Zamora, se encuentran de forma abundante. La menos conocida corresponde a San Leonardo, pero esta tiene una particularidad: la capacidad de haber conservado su policromía original. En las almohadillas se adivinan vivos tonos, los que el románico ha perdido en la mayoría de sus templos tras casi un milenio de vida.