Conoció de cerca el peso de culpa, los comentarios machistas del tipo "¿cómo se te ocurre hacer eso?", en referencia irse con un chico que apenas conocía y practicar la felación. No pocas personas la cuestionaban a ella, no la conducta del hombre que, por joven que fuera, la grabó y difundió las imágenes. Esa presión, "la vergüenza, la culpabilidad", la mantuvieron encerrada en casa durante meses, "solo salía para ir a trabajar", sumida en el pánico a que cualquier hombre se la acercara, solo con mirarla, el nerviosismo y la angustia se apoderaban de ella. Hasta que los amigos la rescataron y la apoyaron.

Ahora, tras pasar por la terapia, levanta la cabeza, lo tiene claro, "quien actuó mal fue él, eso era alto íntimo que no tenía ningún derecho a difundir", máxime cuando lo grabó sin que ella fuera consciente de nada, ni siquiera de lo que estaba haciendo, puesto que iba muy bebida. En todo caso, "yo puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo, pero nadie tiene derecho a grabar un vídeo y menos a pasárselo a sus amigos". El reproche social debe dirigirse hacia quien ha cometido el delito, el joven deportista.