"¿Sabes cómo se pasa de mal con ese frío y esa niebla durmiendo en la calle? El hambre se pasa, siempre hay alguien caritativo, pero el frío...". A sus 44 años sabe lo que es tenerlo todo, vivir a todo trapo, y quedarse en el vacío. A este zamorano, Andrés (nombre supuesto), se lo llevó por delante la crisis económica, como a tantos otros. Su negocio, relacionado con el sector de la construcción, se fue a pique y él, detrás. Su supervivencia terminó dependiendo de la solidaridad ajena. Buscaba acomodo en los barrios del extrarradio para pedir en la calle "porque soy de Zamora me daba vergüenza que me viera algún conocido".

El mismo destino que sobrelleva otra de las personas sin hogar, Juan (nombre supuesto) que se ha apropiado de un lugar en una céntrica vía de la capital que le permite asegurar su subsistencia, "la gente es muy amable, me respeta mucho". Se vino de su ciudad, donde la crisis de la construcción también le dejó en el paro y perdido en un bucle que le llevó a consumir drogas. "Me metí en ese mundo, gastas más de lo que tienes y se destroza la familia, era consciente de todo lo malo que traía eso".

De ahí a la ruina hubo un corto camino que terminó en la mendicidad. Llegó a vivir en una casa abandonada, una vez que había roto con todo, con su esposa y su hija. Recuerdos más que duros, cuando "no podía asearse, "me sentía mal porque no tenía agua, no podía ni lavar la ropa; comer, casi nada, bocadillos". El dolor por el distanciamiento con la familia siempre está ahí, "pensaba en mis padres, mis hermanos, de vez en cuando hablaba con ellos". Hubo momentos muy malos, "dormía muy poco", llegó a no saber cómo acabaría su vida.

Y la cabeza no para, "te sientes mal, una mierda total, bajo de moral, de autoestima", pero también "te comes el tarro, pensaba que quería salir de ahí". Nunca se rindió del todo, "sé que soy fuerte mentalmente y sabía que me iba a levantar". Por eso se fue de su lugar natal. Llegó a Zamora en busca de otra oportunidad y ha encontrado el rumbo, asegura convencido, después de recuperar incluso a su familia. Aquellas llamadas de teléfono esporádicas ayudaron a este hombre de 38 años a tomar la determinación de salir de la rueda en la que se había metido, aunque todavía continúa pidiendo en la calle, a la espera de encontrar un trabajo "de lo que sea".

"La calle pesa". Llegar a ella es muy fácil, dejarla atrás, retomar la vida, "empezar de cero", desandar ese trayecto es muy difícil, cuenta Andrés, que no ha olvidado los días en los que "dormía en el río, debajo del puente de piedra, en la sala de espera de urgencias", donde pudiera resguardarse un poco. Como Juan, perdió el contacto con su familia al mismo ritmo al que le fue abandonando la vida cómoda que tenía como autónomo. Pasó de conducir coches de gama alta a contar solo con sus ropas ajadas y la caridad de los zamoranos.

Vivía solo, pero la ruina del negocio le dejó desamparado, "te cortan la luz, el agua, un día llega una orden judicial y te mandan a la calle, te cortan la vida" y "acabas en la calle porque buscas y no encuentras trabajo, te desesperas, te vas dejando y acabas mal".

Llegó a sentirse "como un despojo. La gente te mira como si fueras un leproso, un enfermo, porque llega un momento en el que no puedes asearte" y la imagen es pésima. Sientes el desprecio, "la gente se retira cuando pasas, agarra el bolso. Si pides un cigarro, te contestan "¡no!". Y se te quitan las ganas de todo, entras en depresión".

Así estuvo casi un año. Sabe lo que es sufrir, "en la calle se pasa hambre", dice con rotundidad. Llegó a pensar en el suicidio, se enfrentó más de una vez al río Duero, pero "te acuerdas de la familia". Y los más importante, "nunca me di por perdido, tuve claro que saldría de ahí, necesitaba el empujón". Y le llegó su oportunidad. Como la de Juan. Fue una labor perseverante, de visitas a los lugares en los que Andrés, Juan y otros tantos pedían para saber cómo estaban. El educador de calle que Cáritas tiene asignado al Programa de Educación de Calle, en marcha desde el 7 de diciembre de 2016. En cinco meses, más de 50 personas han sido atendidas, veinte siguen vinculadas, se les ofrece comida y un lugar para dormir en el Centro Madre Bonifacia. Siete de esas personas han sido rescatadas de la calle, un logro de la atención directa de Luis, que lo mismo les invita a un café, que les convence para acudir al Centro a asearse, comer y dormir, que les tramita el DNI, la tarjeta sanitaria o la Renta no Garantizada de Ciudadanía.

El educador se ha convertido en el nexo de los sin hogar con una vida digna, muy alejada de lo que tenían hasta que Cáritas se puso manos a la obra para darles la oportunidad de emprender el regreso. No se trata de hacer caridad, sino de "que recuperen su independencia", explica María León, la directora del Madre Bonifacia.

"No pretendemos que vengan al centro, sino que puedan acceder a ayudas, que se empadronen en el Ayuntamiento de Zamora para disfrutar de los servicios sociales; que puedan cubrir sus necesidades básicas, como la médica, los había que hacía quince años que no iban a una consulta", agrega León. No hay que olvidar que, "salvo excepciones, quienes están en la calle tienen problemas psiquiátricos agravados por adicciones, muchas veces. O te vuelves loco porque la calle hunde", sentencia.

Por supuesto, existen personas que deciden vivir de la mendicidad, con la que obtienen ingresos suficientes. De hecho, "el dinero y la libertad es lo que les lleva seguir en la calle", sostiene León, quien no duda en admitir que "para muchos el ejercicio de la mendicidad es un trabajo y no quieren estar en el centro, donde se les pone normas de convivencia que deben cumplir".

Cáritas distingue entre quienes "viven en pisos compartidos, pensiones o chabolas" con el dinero que obtienen de pedir; bandas organizadas de extranjeros y españoles que piden donde pueden para sacar dinero y tienen sus necesidades básicas cubiertas; y los sin hogar, que no tienen dónde vivir y no hacen de la mendicidad su modusvivendi. Estos "son invisibles para la gente", no así para los vecinos de las zonas en las que se colocan para pedir dinero, "que les cuidan, les dan café, bocadillos. Forman parte del barrio, pero su situación no mejora, esas atenciones incluso dificultan, a veces, que cambien de vida, "si estoy muy bien como estoy"", llegan a convencerse.

El trabajo con ellos "tiene que ser constante, diario" porque el objetivo no es la solidaridad, sino "la integración" social, "no es útil sentarse con ellos a escuchar sus vidas" como hacen algunos ciudadanos, "les hacen creer que van a salir de su situación de la noche a la mañana, y eso es mentira". Lo que "hay que conseguir son inversiones, recursos, hay que darles cercanía, el dinero ya se lo tienen". Carecen de una oportunidad, de un trabajo. Su paso por el centro es una etapa de transición, la antesala a una vida ordenada. Hasta allí les conduce Luis, con quien vuelven a sentirse personas con derechos.

De la calle también se aprende, afirma Andrés, que tantas veces rehazó la cama caliente que le ofrecía Luis en Madre Bonifacia. Ahora, recuperado del bache, está montando su empresa. Hay esperanza.