"¿Qué hace un claustro románico, la última joya medieval, junto a una piscina en una finca de lujo de Palamós?". Sobre esta pregunta, que aparece en la sinopsis del libro, gira el argumento de "El último claustro" (Editorial Milenio), el primer trabajo monográfico en ver la luz sobre las polémicas arcadas románicas que viajaron a principios del siglo XX de Salamanca a Madrid, y de allí a Palamós en los años cincuenta. Hace exactamente cinco años, el experto Gerardo Boto dio a conocer la existencia del edificio en una finca de lujo junto a la Costa Brava, un caso que abrió un sinfín de interrogantes sobre su pasado y autenticidad que todavía hoy siguen sin respuesta.

En Zamora, la investigación cobró interés desde que LA OPINIÓN-EL CORREO reveló que el personaje central de esta auténtica novela, Ignacio Martínez, era zamorano y pertenecía a una de las primeras familias de anticuarios del país. Tras la publicación de decenas de artículos, el periodista de esta casa José María Sadia ha profundizado en la búsqueda de los protagonistas de "una historia apasionante, en la que se mezcla el mundo del coleccionismo de arte a principios de siglo, la fiebre americana por el patrimonio español, las diferentes guerras o la búsqueda de la belleza de un millonario alemán que se instala en Palamós".

"El último claustro", cuya publicación está prevista el próximo 27 de junio, es "un ensayo con estilo de novela" donde el autor narra en primera persona el recorrido de la investigación desde junio de 2012, cuando estalla el debate entre quienes defienden que el "claustro errante" es auténtico y procede de algún monasterio de Castilla y León y quienes se oponen a esta versión, hasta finales de 2014, fecha en la que la Generalitat de Cataluña concluye que el edificio es una reproducción "inventada" por el anticuario zamorano Ignacio Martínez en los años treinta.

Así, el trabajo arranca con un viaje en el tiempo a principios del siglo XX para rescatar los casos más flagrantes del patrimonio español expoliado o "desplazado" a otros países, principalmente a Estados Unidos. Son ejemplos como el ábside de San Martín de Fuentidueña, hoy en el museo de Los Claustros de Nueva York; algunas de las pinturas románicas del Pirineo catalán, conservadas en Boston, o el célebre León de la malograda iglesia zamorana de San Leonardo, también en la exposición neoyorquina.

Pero, más allá del debate sobre la procedencia y valía del llamado claustro de Mas del Vent, el trabajo presta especial atención a la historia personal de las tres familias que vertebran el caso. En un lugar preferente, los Martínez, la estirpe de anticuarios zamoranos que se traslada a Madrid, donde se levanta el polémico claustro. Allí, en una finca del barrio de Ciudad Lineal, cobran protagonismo los Ortiz, quienes se encargan de custodiar el monumento y velar por su seguridad durante dos décadas.

Y en último término, los Engelhorn, la familia alemana propietaria del antiguo grupo farmacéutico Boehringer Mannhein que adquiere el claustro en los años cincuenta para llevarlo a Palamós. Los herederos de los tres apellidos desvelan datos desconocidos sobre sus antepasados y narran cómo han vivido una polémica ampliamente difundida en los medios de comunicación.

El relato se acompaña también de un conjunto de imágenes, facilitadas por las familias y otras instituciones, que contribuyen a verter luz sobre los muchos enigmas y vericuetos que acompañan la trama central. Documentos que hasta ahora no habían visto la luz ayudan a entender el papel clave en el caso de personajes como el joyero bejarano Eutiquiano García Calles o la relación del zamorano Ignacio Martínez con el Museo Marès de Barcelona.